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jueves, 27 de enero de 2022

"El hombre de la pistolas de oro"

Warlock es un pequeño pueblo dedicado a la ganadería y dominado por el propietario de un cercano rancho y sus secuaces. Siempre que la comunidad de vecinos ha elegido un comisario para pararle los pies, ha terminado asesinado a sangre fría. El sheriff más cercano se encuentra a varias jornadas de distancia y la justicia de aquel lugar se encuentra huérfana de cargos oficiales con quienes mantener el orden. Tras la muerte del último comisario, los vecinos deciden contratar para sucederle, a un reconocido pistolero, interpretado por Henry Fonda, que siempre se acompaña de un tahúr, encarnado por Anthony Quinn, con el que forma un tándem invencible. Tras su llegada, consigue implantar la ley en el pueblo, aunque las autoridades competentes deciden elegir como sheriff del lugar a un arrepentido vaquero que trabajó para el malvado ganadero. Las circunstancias complejas del lugar y el afán del nuevo sheriff, interpretado por Richard Widmark, por reconducir la justicia en Warlock, provocará más de una tensión entre los protagonistas de este interesante western.
Esta película, dirigida en 1959 por el gran Edward Dmytryk, desarrolla el tema del poder como ejercicio de la violencia del más fuerte. El dilema lo encontramos cuando ese poder intransigente es vencido por otro más fuerte que, de alguna manera, termina ocupando el lugar de su precedente, sin solucionar el problema que preocupa al pueblo y a sus habitantes. Lo define perfectamente el personaje de Fonda al llegar a Warlock. En un momento de la película comenta que, a la hora de solucionar el problema le querrán sin reservas, pero luego resultará tan incómodo que desearán quitárselo de encima. Esto es un tema que se repite en un buen número de westerns, en los que la ley del más rápido con el revolver es la que impera en aquellas poblaciones, ya sea con una estrella en el pecho o con un buen número de pistoleros cubriéndole las espaldas. La ley impera a fuerza de disparos y muertos. La cuestión es que los intereses de aquellos personajes que tomaban la estrella para ejercer la ley, habitualmente tenían intereses varios en el lugar, como podían ser los salones de juego, negocios ganaderos o las minas.  Sucede en las películas dedicadas a la figura de Wyatt Earp y sus hermanos, sin ir más lejos. 
Henry Fonda personifica la figura de un pistolero trágico, conocedor de su velocidad con el revolver y del miedo que inspira su nombre. Su sino no puede escapar a una vida turbulenta derivada de su oficio y de la compañía de un interesado Anthony Quinn, quien lo necesita para instalarse en los pueblos y que evita continuamente y por todos los medios que Fonda eche raíces y siente la cabeza. Precisamente la presencia del factor femenino es importante en el detonante de lo que sucede en el film. Mujeres despechadas por su pasado y otras con un espíritu más puro chocan por el cariño de aquellos hombres de armas que se juegan la vida día a día, a base de matar a sus contrincantes. Sus papeles son secundarios pero marcan la trayectoria de los protagonistas. Esta película ofrece un factor importante más. El del arrepentido personaje de Richard Widmark que, harto de los abusos cometidos en el pueblo por parte de unos y otros, decide arbitrar bajo la sombra de la justicia en un tablero de juego en el que lleva las de perder, por el simple hecho de ser más lento con su arma y contar con el débil argumento de la supuesta fuerza de la Ley. La ley del más fuerte deber dejar paso a la Ley de la justicia, se lleve a quien se lleve por delante. Y esa es precisamente la tragedia que persigue al personaje de Henry Fonda, un papel complejo, protagonista de un extraño western, magníficamente bien dirigido por un extraordinario director. Si bien se le considera una obra que no despunta dentro del género, me parece que es un film del que se pueden sacar múltiples lecturas, además de estar fantásticamente interpretado por tres grandes de la época de oro de Hollywood. Altamente recomendable, diría yo. 


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