Considero a Sebastián Roa como uno de los mejores novelistas históricos del panorama nacional actual. Sus anteriores novelas han tenido como escenario la época medieval, afrontando con buen pulso un periodo histórico lleno de interés para el lector del género. Siempre ha tratado con respeto la historicidad, los personajes y la ambientación. En su nueva novela, da una vuelta de tuerca al periodo en el que sitúa a sus protagonistas, viajando a la Grecia del siglo IV a.C. No hace falta comentar la gran cantidad de mediocres novelas que en los últimos años han planteado como tema principal de sus páginas la Grecia Antigua, ya sea en su Periodo del Bronce, pleno de historias dedicadas a Troya, el Periodo Clásico, con las guerras Médicas y del Peloponeso como nexo de unión, o el Periodo Macedónico, con Alejandro Magno como casi único protagonista. Sin embargo, el autor no ha defraudado con su elección, acercándose a un periodo difuso pero importante y que sirve de puente entre el final del Periodo Clásico y el comienzo del Macedónico. Me refiero a los años en los que la decadencia de Esparta, tras su gran victoria ante Atenas, da paso a la plenitud de otra gran polis griega, Tebas.