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jueves, 20 de junio de 2024

"Los tres días del condor"


Robert Redford ha sido dirigido en su vida por el director Sydney Pollack hasta en siete ocasiones, en títulos tan memorables como Las aventuras de Jeremiah Johnson o Memorias de África. La película que hoy reseño fue dirigida por tan insigne director e interpretada por Redford en 1975. Me refiero al thriller, Los tres días del cóndor, enclavado en el tan atractivo género de espionaje, muy afín a aquellos tumultuosos años setenta. La trama gira alrededor de una analista de oficina perteneciente a la CIA. Un día, mientras acude a una cafetería a por unos bocadillos, la oficina encubierta donde trabaja es atacada por un grupo de hombres que asesinan a todos sus compañeros. A partir de ese momento no solo se propone mantenerse vivo, sino también averiguar quién ha ordenado el ataque y el porqué de lo sucedido.
Pollack desarrolla el guion adaptado de la novela original de James Grady con buen pulso, manejando bien los tiempos, el suspense y, por supuesto el fuerte carisma de los dos protagonistas, Robert Redford y una muy convincente Faye Dunaway, candidata a los Globos de Oro de aquel año por su interpretación. La tensión soporta sin quiebra todo el metraje de la película con una medida a cuentagotas cesión de información sobre los vericuetos y razones de aquel ataque contra unos simples analistas de oficina de la CIA. De paso, y mientras el protagonista huye y se esconde de sus desconocidos perseguidores, el espectador sufre en sus carnes el aislamiento y, sobre todo, la desconfianza del personaje de Robert Redford en todos los que se le cruzan por su camino, incluidos sus mandos en la organización. 
Cierto es que la inclusión del personaje de Faye Dunaway, aún siendo interesante su aparición y sin negarle su elocuente atractivo, provoca en un tramo de la película una bajada de ritmo incómoda e incluso algo inexplicable por lo que sucede en escena en un momento dado. Si bien la coartada para introducir su personaje en escena tiene sentido, lo que sucede entre ambos protagonistas, francamente esta cogido con pinzas y no aporta nada a la trama principal. Otra cosa es el papel interpretado por un maduro Clift Robertson, encarnado al jefe de departamento de la CIA del que depende Redford. Su presencia como representante de la agencia, en un complejo equilibrio de fidelidades, engaños y secretos de estado, aporta el punto de crítica de la época a aquellas oficinas del gobierno estadounidense que jugaban con el futuro de la nación dependiente de los más ruines intereses económicos y geopolíticos, duramente criticados en esta película, especialmente encarnado por Robert Redford, un actor ya comprometido con el ecologismo y los derechos civiles. Llamo la atención también en la aparición, en el papel más oscuro y misterioso, del siempre sobresaliente actor Max Von Sidow, magnífico en su encarnación de un frío y despiadado asesino, con cierto sentido del honor en su profesión.
En definitiva, estamos ante un buen producto cinematográfico, perfectamente interpretado y dirigido con cierta soltura, a excepción de lo comentado anteriormente, en cuanto a la relación creada en un momento del film, entre los personajes de Redford y Dunaway, donde la película sufre un acusado bache de ritmo, para recuperarse poco después hasta la resolución de entuerto. Un thriller interesante y muy significativo de la época en que fue estrenado, pocos meses después del famoso caso Watergate.


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