Basada en el rescate de trece jóvenes de un equipo de futbol realizado en una gruta de Tailandia, después de verse atrapados por la subida de las aguas debido a las lluvias torrenciales, Thirteen lives fue dirigida por Ron Howard en 2022, acaparando buenas críticas por su solidez narrativa, su objetividad en su personal visión de los hechos, el manejo técnico de la cinta, el acertado casting elegido y, sobre todo, por no caer en sentimentalismos fáciles ni fanfarrias heroicas sobredimensionadas.
Hace tiempo que tenía muchas ganas de ver esta película. Sin embargo, la historia y la trama desarrollada en ella me tiraba para atrás, especialmente porque no quería pasar un mal rato viendo el trauma y el rescate que se muestra en su metraje. Los hechos contados son verídicos, tanto la situación de aquellos chavales, como la reacción del gobierno tailandés y de los cientos de voluntarios que se preocuparon de ellos, así como los hechos que describen el ingente trabajo mostrado para rescatarlos sanos y salvos, durante los días que estuvieron atrapados a más de dos kilómetros de la salida de la cueva inundada. Sin embargo, hace unos días me lancé a verla con cautela y conforme avanzaba la película me quedaba más atrapado por las circunstancias que rodearon los hechos y sobre todo, por la magnífica dirección que muestra el director desde el inicio de la película, en un estimable trabajo técnico y de dirección de los intérpretes, además de ser capaz de trasladar al espectador a las mismas profundidades de aquel terrible lugar y del entorno que se creó ante aquella situación.
Lo que en principio podría parecer una simple muestra de cine del género de catástrofes y rescates, se convierte en un pura y directa historia humana en la que el esfuerzo de muchos se conecta en el trabajo de unos pocos, por lograr el fin buscado, gracias a su voluntad, su sacrificio y sobre todo, su esperanza en lograr salvar a los chavales. La cinta no tiene ni un minuto de bajón y, sin embargo, tampoco tiene muestra instantes histriónicos o heroicos desmesurados acompañados de grades acordes musicales. Howard no cae en lo fácil ni en lo subrayadamente espectacular, para mostrar el duro y audaz trabajo, a veces con resultados y otras no tantos, a lo largo de los dieciocho días que duró el rescate. Convierte lo real, lo realizado en meritorio sin que los protagonistas ni su director lancen fuegos de artificio banales conforme los rescatadores van logrando poco a poco sus objetivos. Subrayando que el héroe silente, callado, emotivo, roza lo cotidiano, lo normal, lo humanamente deseable.
Para todo ello, en primer lugar Howard borda las escenas claustrofóbicas de buceo en la gruta, dando tanta sensación de peligro como aparente normalidad en el trabajo voluntario y valiente de los submarinistas profesionales que allí se encuentran. Todo parece tan real, tan oscuro y turbio visualmente, como debió ser en la realidad. En segundo lugar, y no menos importante, el casting elegido para protagonizar la peli resulta tan convincente como acertado. Mortensen, Farrel, Edgerton y todos los que interpreten a los submarinistas, voluntarios o a los SEAL tailandeses, muestran un trabajo con los equipos de submarinismo ejemplar, así como, especialmente los dos primeros, recrean una interpretación humana y sentida de lo que significa su trabajo y el intentar logar sus objetivo, en un entorno en el que el mundo y los familiares de los niños les miran minuto a minuto. Además, Howard trabaja con actores y actrices tailandeses dando credibilidad al sufrimiento de las familias y al trabajo y colaboración de un pueblo y un país por logar salvar a los atrapados en la cueva.
No diré que no hay momentos en los que se pasa mal. El rescate no solo es duro y complicado, sino que la meteorología tampoco ayuda y el espectador comparte continuamente la preocupación de los rescatadores, las familias y quienes dirigen la operación. Las escenas debajo del agua son claustrofóbicas, pero también aportaré que la peli merece mucho la pena, por su presentación, desarrollo y propuesta emocional. Una gran película que goza de unos grandes Mortensen y Farrell, impecables en sus papeles, y de un fondo dramático desarrollado con gran solidez por un, en esta ocasión, excelso Howard. En la película se sufre sí, pero también la experiencia engrandece al ser humano. Que no es poco.
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