La serie que hoy reseño ha acaparado críticas muy positivas respecto al planteamiento de la trama que presenta, como por la interpretación de su protagonista, Evan Peters, así como alguna que otra controversia por la visión humanizada que la productora de Ryan Murphy ha volcado en un personaje tan odiado y tan perverso como el llamado Caníbal de Milwaukee. Jeffrey Dahmer fue el autor confeso del asesinato de diecisiete jóvenes. A lo largo de trece años actuó de manera inmisericorde en un conjunto de actos de sadismo sexual, asesinatos y canibalismo en el universo de la homosexualidad de los estados en los que actuó, especialmente en el apartamento donde vivió sus últimos años antes de ser detenido, para terminar por cumplir condena de quince cadenas perpetuas. A pesar de ser diagnosticado de trastorno de personalidad y esquizofrenia, su perfil de cazador nocturno y asesino en serie provocó un absoluto desprecio social por el personaje.
Pues bien, la serie desarrolla, a modo de flashbacks continuos, la vida de este personaje, abarcando su infancia, adolescencia y época adulta, teniendo en cuenta que moriría en presidio con apenas treinta y cuatro años. Los creadores de la serie afrontan con cierta distancia y frialdad la realidad del protagonista en su problemática personal con su enfermedad psiquiátrica, su relación familiar con sus padres, compleja y distante, así como la asimilación de su personalidad con la sociedad en la que se movía, especialmente, en el plano homosexual. El joven avanza en su vida de manera casi solitaria, buscando acaparar sus deseos en un juego de alcohol, sexo y una compleja relación con su realidad sexual. Su sistemática de drogar a sus víctimas entra dentro del rol de su juego asesino, a sabiendas y con conciencia de lo que hace, algo organizado y premeditado, pero también conjugado con un cierto sentido de la culpabilidad y de desengaño. La serie muestra su compleja personalidad, sus roles existenciales, en un guion en el que se intenta mostrar la realidad del personaje, sin escaquear lo siniestro y asesino de sus actos, la pena y desesperanza de los familiares de las víctimas, así como el sentimiento que muestra hacia su hijo su padre, uno de los personajes claves de la serie, magníficamente interpretado por Richard Jenkins.
El resultado final de la serie es inquietante y se muestra con crudeza ante el espectador en muchas de sus escenas, generando una sensación de incomodidad con lo que uno ve en sus capítulos. No solo me refiero a los actos sanguinarios de un ser tan despreciable como enfermo, sino también en cuanto a la inoperancia que la policía mostró en varias ocasiones ante la posibilidad cercana de pillar al asesino, ya sea como consecuencia de su dejadez, su falta de profesionalidad o simplemente, por tratarse de casos que afectaron a minorías étnicas o de bajo estrato social. En este caso, además de entrar en el submundo complejo del protagonista, la serie incide bastante y sobre todo, pasada la primera mitad de la temporada, en estas irregularidades policiales y en las consecuencias sufridas por las familias de las víctimas. Solo me queda reincidir en el magnífico trabajo de Evan Peters en su encarnación de un asesino que llevado por su enfermedad, su alcoholismo, sus problemas de identidad y su soledad social y familiar, llegó a ser uno de los asesinos en serie más conocidos de la sociedad estadounidense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si comentas, aceptas la política de privacidad. Únicamente utilizaré tu correo para los comentarios. No lo almacenaré ni lo usaré para nada más.