Allá por 1950 el director de cine Anthony Mann comenzaba con el actor James Stewart, una colaboración que se alargaría en los años y en el número de película. Aquella película no era otra que la fantástica Winchester 73. Trabajaron juntos hasta en ocho películas a lo largo de seis años, entre ellas, cinco de los mejores westerns filmados en la historia del cine. Con El hombre de Laramie, estrenada en 1955, terminaría una de las relaciones director/actor más fructíferas existentes en Hollywood.
Un grupo de hombres que transportan un cargamento de víveres, liderados por Will Lockhart, llegan a un pueblo de Nuevo Méjico. Tiempo atrás, un pelotón de la caballería fue atacado en aquellas tierras, propiedad de Alec Waggoman, un ranchero latifundista, hecho a sí mismo y que gobierna aquel territorio bajo su propia ley. Durante su estancia, Lockhart tiene una serie de desafortunados encuentros con el inestable hijo de Waggoman, acompañado de su capataz Vic Hansbro, auténtica mano derecha del viejo terrateniente. Lockhart decide no abandonar aquel lugar ante las presiones que se le presentan, ya que su visita no es casual y tiene como fin investigar aquel ataque al pelotón de caballería. Como no podía ser de otra manera, una joven independiente y fuerte, se cruzará en su camino, mientras es testigo de las tensiones familiares en aquellas tierras tan apropiadas para el ganado, a pesar de encontrarse cerca de territorio apache.
El hombre de Laramie reúne las características más habituales del western. Venganzas, peleas, tiroteos, amor, amistad, ambición y honor, son solo algunos de los factores que un género como éste acapara en su metraje. Sin embargo, todos tenemos constancia de las cientos de películas que se han realizado en base a las aventuras de vaqueros, forajidos, indios renegados, pistoleros o grandes ganaderos a lo largo de la historia del cine. Muchos aficionados al séptimo arte no valoran este género por la existencia de infinidad de películas basadas en las mismas tramas y en los mismos personajes. Es por ello que considero que lo que diferencia unas de otras es sin duda alguna, la figura del director y, en mejor cuantía, los intérpretes. En este caso nos encontramos con un director de talla y referencia. Anthony Mann dominó todos los géneros, desde el épico, pasando por el bélico, musical y el policiaco, hasta el western, brillando en todos ellos por su capacidad de entender el cine a lo grande, no solo a nivel de escenarios y ambientación, sino también por el calado de sus personajes, muy bien trabajados y con un especial perfil dramático.
En la película que hoy reseño, llaman especialmente la atención dos factores. Por un lado la capacidad del protagonista, interpretado por James Stewart, para lograr conseguir lo que busca, sin rendirse ante las dificultades. La venganza le dirige en su camino, pero no logra ocultar que es un íntegro y buen hombre. Por otro lado, encontramos el drama protagonizado por el anciano terrateniente, encarnado por un fantástico Donald Crisp, confiado en que su hijo, díscolo y violento, le herede en su vejez, ayudado por el capataz, más cercano a su jefe, pero excluido del cariño por la propia familia. Por cierto, un capataz bien configurado por el gran secundario Arthur Kennedy. Es aquí donde Mann maniobra a la perfección con las personalidades de los protagonistas, a los que añadimos por un lado, la joven propietaria del almacén del pueblo y, por otro, una anciana pero fuerte mujer, propietaria de un terreno cercano al de Waggoman. Por lo demás, el director nos ofrece su carismático y fluido manejo de la cámara, especialmente en campo abierto. Es capaz de mantener el objetivo estático en un lugar mientras sigue la figura del vaquero acercándose a la cámara o cabalgando en la pradera, sin prisa, con rotundo dominio del espacio y del tiempo. Antes de terminar, solo cabe señalar la impecable banda sonora de un clásico compositor como George Duning, quien construye una partitura no especialmente llamativa por su espectacularidad, pero de presencia firme y sólida a lo largo de toda la película.
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