A la espera de disfrutar del último trabajo de dirección de Sorrentino, enfocado en una serie en la que se adentra en los recovecos del Vaticano y un joven recién elegido Papa, disfruté hace poco de su película "La Juventud", estrenada en 2015. La trama es sencilla. Una serie de personajes pasan un periodo de descanso en un elegante y elitista balneario de Suiza. Michael Caine encarna a un director y compositor de orquesta británico, viudo y retirado, a quién visita su hija, a punto de casarse, interpretada por Rachel Weisz. Le acompaña un viejo amigo, director y guionista de cine, a quien pone cara Harvey Keitel. Un joven actor, representado por Paul Dano, estrella del cine, busca en este retiro, la calma necesaria para preparar su próxima película. Alrededor de estos cuatro principales personajes y unos cuantos secundarios que complementan el paisaje del balneario, Sorrentino se embarca en un estudio humano y sentimental sobre la idea de la juventud y los años pasados.
Los diferentes diálogos entre los protagonistas, acompañados día a día de aquellos secundarios que conviven en silencio como fondo de escenario, conforman una visión algo descohesionada, pero bellísima alrededor de la visión de, tanto la perfección y el recuerdo de la juventud, como de su propia inestabilidad y desequilibrio. El punto de vista cambia y se transforma, si se percibe desde los ojos de los dos ancianos protagonistas, unos fabulosos Caine y Keitel, o desde la perspectiva casi catastrofista de los dos personajes más jóvenes, interpretados por Weisz y Paul Dano. Mientras los ancianos recuerdan su pasado desde la distancia, y a veces con apatía, pero cada uno de ellos desde diferentes sentimientos, los más jóvenes, deambulan entre la desesperación de no sentirse queridos y encontrarse perdidos en su propia despersonalización, en su propia juventud. La figura principal sobre la que se encara la juventud perdida es, sin duda, el personaje de un Maradona obeso, falto de oxígeno, como si se tratara de una caricatura de lo que fue y se perdió.
En el fondo, yo percibo más bien una película dedicada a la vejez, a los años vividos y aprendidos, más que a la juventud. Caine y Keitel han perdido seres queridos y han tropezado varias veces por el camino, pero viven su retiro uno, y su profesión otro, con naturalidad y con la idea de haber cumplido en su respectivas profesiones. Es verdad que miran con cariño y embelesados a la juventud que les rodea. Mítica ya, la escena de Miss Universo ante sus miradas en la piscina. Es más, la aparición de un representante de la Corona británica ante el compositor, para que dirija un concierto ante la reina, le recuerda la figura de su esposa fallecida, pero no con su mirada hacia la juventud perdida, sino ante la esposa fiel, amada y en algunos momentos desatendida. Keitel, en su caso, trabaja al 100% con un grupo joven y dinámico de guionistas, sin percibir ni mostrar en su presencia diferencia de edad ni ilusión.
Quizás llama más la atención la situación de Weisz y Dano. Su situación en la plenitud de la vida da la sensación, en primera instancia, de sentirse perdidos. Sin embargo, precisamente, al compartir sus experiencias con los dos veteranos, sobre todo con Caine, una como hija, y otro, como compañero de confidencias, ambos adquieren cierta visión de la vida, imbuida por las conversaciones y perspectivas trasladadas desde la vejez y experiencia. El soliloquio de Weisz interpelando y enfrentándose a su padre, en defensa de una madre abnegada y sufriente es franco, sentido y directo. Las conversaciones de Dano y Caine, dignas de ser escuchadas. Queda claro, que la película goza de un guión estudiado frase a frase. Sin embargo, por otro lado, carece de cierta cohesión narrativa. Su estructura parece más bien un conjunto de escenas casi independientes, unidas por un delgado hilo narrativo, que aguanta el metraje sin romperse gracias a la belleza de los planos.
Y he aquí la fortaleza de esta película. Su belleza visual colma de placer al espectador. La capacidad de encuadrar y crear escenas de gran virtuosismo dotan a la película de momentos hermosos y emotivos. Nada queda a la casualidad. La definición de la cámara con sus actores y paisajes es perfecta, así como el encaje con los diálogos o la banda sonora. Sorrentino juega con estos factores a su favor, logrando que el espectador se pierda entre frases lapidarias e imágenes de gran fuerza visual, perfectamente encuadradas.
El director italiano, no logra en "La Juventud" cerrar el círculo cinematográfico con la perfección, que consiguió en "La Gran Belleza". Su interés por lo estético, no consigue evitar que el espectador termine percibiendo cierta debilidad narrativa. Sin embargo, el resultado es una obra de gran belleza, hermosísima, tanto formal, como también en su fondo. Algunos diálogos son impecables, las actuaciones magistrales. Caine simplemente inmenso y a mí personalmente, me gustó mucho la interpretación mesurada de Dano. Su, de alguna manera, falta indefinición deambula entre cortos diálogos magistrales dignos de editar en un libro, escenas perfectas sin aparente peso narrativo, pero que perduran en la retina y encuadres llenos de belleza y estéticamente perfectos. Para mí recomendable, sin duda, incluso con sus debilidades.
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