Cuando finalicé el último capítulo de la octava y última temporada de la serie Homeland tuve la sensación de encontrarme con uno de los mejores cierres que he visto en los últimos años. Los guionistas se lo han currado de lo lindo para construir e hilvanar una trama sólida y no exenta de sorpresas y mucho suspense. El juego en el que se había adentrado la serie desde hace un par de temporadas, con la inclusión de una Rusia siempre expectante y nada inocente respecto a lo que sucedía en el gobierno de los EEUU, el juego de dobles espías a lo John LeCarre o la intervención de países críticos para la política y estabilidad internacional, ha devenido en una temporada que, no solo ha sabido abrir un argumento/hilo especialmente entretenido y complejo, sino que además nos ha ofrecido un final concluyente y a su vez bien construido y verosímil.
Carrie, tras recuperarse de su estancia en las mazmorras de Moscú, recupera, gracias a Saul, su posición cerca de los servicios de inteligencia norteamericanos. La presencia del nuevo Presidente de los EEUU y su afán por finiquitar con el conflicto de Afganistán, hace que el objetivo de la serie se traslade de nuevo a Oriente. La paz solo es posible si se llega a un acuerdo a tres bandas, entre los líderes talibanes, el presidente de Pakistán y la administración de Washington. Sin embargo, un grave contratiempo hará que cambie la postura de ambos países y los sitúe al borde de la guerra nuclear. Desde terreno fronterizo, Carrie y Saul intentarán desenmarañar las fuerzas que de un lado y otro que pretenden aprovechar la situación para provocar una escalada militar. El guión y la posición de los protagonistas juegan al despiste con el espectador, y el paso a un terreno resbaladizo y cercano a la traición, además de la presencia del servicio de espionaje ruso, provocan más de un incidente, además de socavar la confianza entre ellos y las agencias de inteligencia de los EEUU.
Termina un largo viaje alrededor de la figura de Carrie. Aquella serie que comenzó con la figura del marine terrorista encarnado en la figura de Nicholas Brody, fue creciendo a niveles insospechados, ofreciendo al espectador complejas y entretenidas conspiraciones y reflejos de la actualidad más inmediata a nivel interno de los EEUU y, sobre todo, desde el punto de vista internacional y sus complejas tramas de suspense y espionaje. Carrie no ha sido un personaje fácil de lidiar. Su problemas mentales, más la pérdida de alguno de sus compañeros más inseparables, unido a la tensión propia de su trabajo, la convirtió en carne de cañón, hasta el punto de su encierro en tierra rusas. Sin embargo, cada temporada, los guionistas conseguían presentarnos nuevas e interesantes tramas, sin desvincularse de una linea argumental y de personajes, más o menos continuada. La presencia del personaje de Saul Bereson ha resultado clave para el éxito de la serie, así como la presencia preponderante de Carrie, como pieza principal de su hilo argumental. Con todo, creo que sin Saul, el castillo de naipes de espías, traiciones y terrorismo, hubiera caído en mil pedazos. Desde aquí reivindico su personaje.
Gracias al trabajo de un sólido guión en esta temporada, se nos ha ofrecido un final y un cierre con sorpresas, y con un halo de recuerdo y homenaje al más puro y clásico genero de espías. El mundo del espionaje puede tecnificarse y modernizarse, pero los capítulos finales de esta temporada me parece que es un sentido homenaje a la época de la Guerra Fría, a sus espías y a los métodos de siempre. Bravo.
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