Tenía abandonadas mis lecturas del escritor Arturo Pérez Reverte, desde que, en mala hora, decidió dejar de escribir sobre uno de los grandes personajes de ficción creados en la literatura española de los últimos años. Todavía no se si perdonarle que nos dejara huérfanos del bueno del capitán Alatriste, dejando pendiente de publicar los dos últimos libros que había prometido escribir sobre el personaje y los revueltos tiempos del siglo XVII español. Sin embargo, la publicación de esta novela dedicada a Rodrigo Ruy Díaz de Vivar, el Cid, a pesar de alguna reticencia previa, ha hecho que me reconciliara con el autor, en primer lugar, comprando de nuevo uno de sus libros y, en segundo lugar, dejándome atrapar por su prosa y estilo, en su manera de contar un trozo de nuestra historia. Eso sí, Alatriste tenía muchas más aristas y recovecos de carácter que este Cid quizás, más recto que el primero, más "blanco y puro".
El autor toma como partida el momento posterior al exilio del protagonista ordenado por Alfonso VI de Castilla y León. Ruy Díaz deja a su mujer e hijas en un convento de Castilla y junto a sus más fieles seguidores decide buscar un señor al que servir, en una frontera en la que los duelos, las rencillas entre nobles y hombres de guerra, las luchas por territorios limítrofes y las pendencias derivadas de juramentos no faltarán, para un hombre curtido en cabalgadas y batallas. Para ello, el autor presenta al personaje en una batida contra un grupo de sarracenos, que campan a sus anchas atacando pequeñas poblaciones y granjas a lo largo de un territorio donde las cabalgadas de cristianos y musulmanes sitúan a aquellas tierras en lugares donde se imponen las armas y la velocidad de los ataques y retiradas. Es en esta primera parte donde el perfil de el Cid y sus hombres toma presencia y forma ante el lector. Se presenta como un buen jefe, avezado en su conocimiento del medio, fiel a su palabra y honor, además de experimentado guerrero. Quizás estas primeras cien páginas completen lo mejor del libro, más allá de comparaciones realizadas al respecto de las películas de John Ford y sus tramas fronterizas en las que la caballería defiende un grandísimo territorio plagado de solitarios ranchos de los ataques de las partidas de apaches. Es aquí donde APR realiza con más detalle y presteza un convincente y detallado panorama de la guerra de cabalgadas, donde se siguen pistas en los caminos, comiendo polvo, chupando frío, calándose con la lluvia y, sobre todo, esperando el momento propicio para atacar y entablar un combate, casi siempre corto y sangriento. Todo ello consolida su reconocida capacidad de pintor de batallas y personajes fuertes y comprometidos.
Tras esta larga pero interesantísima puesta en escena y presentación del protagonista y sus hombres, la novela sigue su camino en el ofrecimiento del protagonista de su espada y soldadesca al mejor postor. Lo que le lleva, tras visitar infructuosamente al conde de Barcelona Berenguer Remont II, personaje francamente interesante, a presentarse en Zaragoza ante el rey Al-Mutamán, quien enfrentado a su hermano rey de Lérida y con las huestes navarro-aragonesas en sus fronteras, decide tomarlo a su servicio, para estabilizar el este de su territorio. En esta fase nos adentramos en el proceso de convivencia entre los cristianos del Cid y los musulmanes de Zaragoza, unidos en un fin común. Quizás sea la parte del libro que me ha parecido menos convincente. Las conversaciones entre Ruy Díaz y Al-Mutamán asumen en ciertos momentos ciertos aires de peloteo, que en algunos casos va más allá del respeto mutuo. Lo que más me chocó es cuando el protagonista comparte rezo a Mahoma con un general musulmán, invocando a un solo dios, sea Dios o Alá, algo que me pareció absolutamente descontextualizado para la época. Es en este tramo donde veo a un Cid más artificial, más encorsetado a los intereses del autor y decorado de cierta perfección que quizás lo desnaturalice un tanto.
La tercera y última parte, la dedica el autor al avance de las huestes del Cid y de Zaragoza hacia Monzón y su enfrentamiento con el conde de Barcelona y el señor musulmán de Lérida. Es aquí cuando APR recupera el pulso narrativo con otra cabalgada, esta vez en forma de ejército que busca posicionar las fronteras frente al enemigo y enfrentarse en una gran batalla campal, como así sucede. El autor maneja con ritmo el proceso previo del enfrentamiento, donde los intereses de unos se ciernen sobre un destino difícil de esquivar. El Cid, fiel a su palabra y obediencia, se presenta ante el lector como un guerrero obediente y tenaz que, con sus miedos, con la responsabilidad sobre sus hombres, la suerte de la batalla y su señor, tiene dudas sobre cómo acontecer en la batalla. Ruy Díaz de Vivar, tal como sucedió en la primera parte, es un hombre y guerrero, que afronta su destino y honor de frente, pero del que la búsqueda de certeza y seguridad ante el peligro lo convierte en un personaje de carne y hueso antes de la batalla, durante la misma y sobre todo, después de ella. Este es el perfil y el carácter del personaje novelesco que me gusta y que creo que más acierta en su presentación del Cid histórico, más allá de mitos, leyendas y manipulaciones, de quienes han transmitido a lo largo de los siglos su personal impresión del protagonista de esta novela.
En conjunto debo decir que me ha parecido una novela entretenidísima, escrita con buen pulso narrativo y con una utilización del lenguaje rico y nada encorsetado. Los personajes secundarios escoltan al Cid con notable naturalidad. Sus hombres fieles y con carácter, muestran lo mejor de su señor y son el báculo sobre el que se apoya en horas de dudas y peligro. Los personajes musulmanes, Al-Mutamán especialmente, muestran la riqueza del que es diferente y con el que se puede tratar y se puede llegar a la búsqueda de fines comunes, desde le respeto. Me interesa Belenguer, un conde orgulloso y vanidoso, al que le cuesta comunicarse con Ruy Díaz, pero que desde su perspectiva como señor de Barcelona y los Francos Condados, uno es capaz de comprender. El castellano no deja de ser un mercenario en busca de señor. En definitiva, se nos presentan un buen número de personajes interesantes, ricos en caracteres que uno por uno aportan mucho a la novela. Por cierto, no se que habrá decidido Arturo Pérez Reverte escribir próximamente, pero el hecho de dejar la novela más que abierta para tener una continuación, no hace más que llevarme a recomendarle que no se lo piense dos veces y se lance a su realización. Yo desde luego la leería con gusto.
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