Terminó la que considero una de las grandes series de los últimos años, y terminó como se merecía, con un capítulo final extraordinario. Pero bueno, hay que hablar de la última temporada en su conjunto, porque lo que no le ha faltado es enjundia, en uno de los periodos más complejos para la monarquía británica. Me refiero a los capítulos, los cuatro primeros de la temporada, en los que se desarrollan los últimos días de Diana de Gales.
Como ya comenté en las ocasiones en las que he reseñado las diferentes temporadas de una serie que quedará en nuestra memoria como una de esas series reseñas de la historia del género, creo que en la última temporada la presencia de Diana ha provocado en la producción una dedicación, en mi opinión, demasiado volcada en un personaje al que nunca he tenido demasiado aprecio, provocando, quizás, un resultado inferior a las temporadas y capítulos anteriores. Si esto era así o no, se ha visto potenciado en los cuatro capítulos de esta temporada, presentados en su plataforma de manera independiente a los seis restantes, en un sentido inequívoco de darles cierta personalidad y entidad de la que, en mi opinión, han carecido. Y esto se debe, en mi humilde opinión, a que todo lo que rodeó al personaje de Diana, excepto su fallecimiento, en realidad carece de entidad y de profundidad propia, en comparación a la presencia del universo complejo, ha veces inexplicable, pero siempre interesante, de la monarquía británica. No dudo del glamour, del carisma mediático y de la personalidad del personaje de cuento de hadas que engloba Diana, pero no cabe más que reconocer que, en realidad, todo termina por quedar en una mera superficialidad y en mucha debilidad de un personaje, popular sí, querida por las masas también, pero definitivamente convertido en un pastiche mediático. Y esto, desgraciadamente, se representa en la calidad y el empaque de la producción de los primeros cuatro capítulos, en realidad bastante olvidables, eso sí, especialmente respetuosos con Diana y duros con la familia Al Fayed.
Menos mal que nada más comenzar la segunda parte de la temporada, nos reencontramos con ese sello de identidad que tanto nos ha entusiasmado a tantos, enfilando hacia el fin de la serie, hacia el adiós a una reina, Isabel. Es aquí cuando se abunda en el futuro de Guillermo y Enrique, en sus pasos por la universidad, la relación del primero con Catalina y los graves tropiezos del segundo, en un camino dirigido a su reencuentro con la familia real y hacia un futuro que, si no veremos en la serie, todos conocemos. Se nos ofrece a nuestro ojos el fallecimiento de Margarita, encarnada por una magistral Lesly Ann Manville en un magnífico capítulo, y de la reina madre. Carlos y Camila terminan de consolidar una relación hasta entonces escondida y no especialmente reconocida, hasta su boda en Windsor. La presencia de un ambicioso Tony Blair como primer ministro del país. Pero como no podía ser para menos, la protagonista central, Isabel I, encarnada por una Imelda Staunton especialmente acertada y muy cercana a la figura de una mujer, una reina, que mira hacia su final, concentra la mirada en un redondo y fantástico capítulo final. Un mujer que mira al pasado en un reencuentro con ella misma, en las interpretaciones maravillosas de Claire Foy y Olivia Colman, en medio de unos festejos de su Jubileo, en la preparación de su funeral y el de su marido y su posible abdicación. Un capítulo final que, sin mostrar el fallecimiento ni las ceremonias de un funeral que no veremos en la serie, nos enseña sus dudas, sus sentimientos de servicio al país y, sobre todo, la huella profunda y firme del personaje en la historia, no solo de Gran Bretaña, sino de los últimos cien años de la humanidad.
La estancia de Isabel en la capilla de Windsor, su visión del féretro real y su salida solitaria por la nave de aquel majestuoso edificio hacia su puerta entreabierta es el mejor homenaje a su figura. El creador de la serie, Peter Morgan, ha cerrado el círculo de una serie que, nos ha acercado con elegancia y tiento, las verdades, o muchas de ellas, de una familia compleja, llena de problemas y personalismos, que a lo largo de tres generaciones ha ocupado portadas de revistas, programas de televisión, encuestas divergentes y comprometedoras y algunos titulares sensacionalistas. Pero también, en su complejidad, nos han llevado a sus alcobas, a sus mesas de trabajo, a sus viajes y diplomacias, así como a su imperecedera y constante presencia en la Gran Bretaña del pasado y del presente, como centro familiar y privado, de quienes además mostraban la imagen personalizada de un país, de una nación que, aún con todo, se muestra fiel, en su mayoría a la corona británica. Tal y como yo me muestro, seguidor fiel de una de las grandes series de la historia del género.
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