Recomendado y regalado por un buen amigo, hace ya tiempo en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Madrid, este libro nos sitúa en Melilla en los años 50, precisamente cuando ya se rumoreaba el fin del Protectorado Español por tierras marroquíes. Los protagonistas son Manuel y Mercedes, un matrimonio formado por una mujer cristiana y un hombre judío. Situados en una posición holgada en la ciudad española, juntos centrarán esta novela, cual saga familiar, en la que Martínez de Pisón, presenta la lector treinta años en la vida de la pareja, su familia y descendientes, hasta una tercera generación. Sus vidas fluirán entre la ciudad autónoma, Málaga y Zaragoza, planteando negro sobre blanco, una especie de círculo vicioso que los llevará, de la mano de sus experiencias vitales, a emprender viajes, que resultan ser huidas de un entorno familiar no siempre pleno y deseado, pero que difícilmente logra alejarse mucho de su origen territorial y familiar. Los negocios, la familia y los recuerdos hacen que, de una manera u otra, su destino no logre desprenderse de aquella Melilla de los años 50.
Martínez de Pisón divide la novela en cinco grandes capítulos, si bien podrían haber sido seis. Dos son protagonizados por los padres Manuel y Mercedes. El primero, empresario con fortuna, no podrá olvidar su origen judío y mantendrá una importante relación con su pueblo en los años de la pérdida del Protectorado, algo que le marcará para toda la vida. Mientras, Mercedes, vivirá una vida cuyo foco principal es ella misma y sus circunstancias, y que goza de cierta ceguera de lo que en realidad pasa a su alrededor y su familia. Le sigue un tercer capítulo, en le que Miriam, la hija mayor del matrimonio, centra la historia familiar de nuestros protagonistas. Ella es la gran protagonista de la familia, nexo de unión entre los abuelos y nietos, y también de la que podría también protagonizar otro capítulo, su hermana pequeña, la rebelde Sara. Miriam, es la gran sacrificada, la hija mayor y responsable. La que lo deja todo por la familia. Sobre ella pivota en gran parte esta saga familiar, sobre todo, a partir del primer tercio de la novela. Y para terminar otros dos grandes capítulos en los que Elías y Daniel, hijos de Miriam, cierran el círculo, de la mano de las nuevas generaciones, en el que Melilla, vuelve a centrar la vida de la familia protagonista.
A lo largo de más de seiscientas páginas, el autor desgrana cual Benito Pérez Galdós, la vida de esta familia de manera realista y sobre todo planteada con un importante fondo histórico. Se escuchan los ecos del franquismo, sin caer en superficiales dictámentes políticos que despisten la redacción y evolución de los protagonistas. Se palma, de manera importante, la evolución y avances en los derechos de la mujer en la sociedad española. Se intuyen, con bastante impronta los problemas sobrevenidos de la situación en Melilla y la presencia de la vecina Marruecos. Mientras los protagonistas crecen en sus problemas y querellas familiares, el país evoluciona social y económicamente. Y precisamente lo cotidiano cobra importancia en cada uno de los escenarios en los que se desarrollan sus vidas de manera realista, otorgando a la novela de un rango social que refleja la evolución y la situación de un país a lo largo de tres décadas.
Lo banal, lo personal, lo cotidiano, cobra importancia en forma de recuerdos, amores, desarraigo, complacencia, sueños o simplemente en la elección que toman abuelos, padres e hijos, a la hora de vivir día a día una vida que les es propia, pero que sigue atada a una familia de manera inexorable y a veces, artificial. Cada uno de los personajes, en un universo tan personal como individual, ve la vida de manera diferente. Los extractos en los que los protagonistas, especialmente Miriam, se plantea su vida, cobran importancia en un caleidoscopio de vivencias, en las que sin embargo, cada uno de ellos, oculta deseos y recuerdos, sin compartirlos con sus seres más cercanos, pero a su vez, más lejanos. La familia no forja amistades. A veces fuerza cariño, respeto y convivencia. Pero también exige esfuerzo y perdón.
En todos estos detalles y sentimientos a flor de piel, se fija Ignacio Martínez de Pisón, recreando un completo escenario, en los que traslada, de manera impecable y con una prosa fluida y a su vez muy profunda, una fotografía vívida, traslúcida y sin florituras, de un país, de una sociedad y de una familia, que abarca más de treinta años y tres generaciones.