El 30 de julio de 1912 moría el emperador Meiji Tenno, quien instaurara en Japón cuarenta y cinco años antes, una nueva era de modernización y cierta occidentalización que de alguna manera sacaría al país de su inmovilista tradición y concepto de la vida que durante siglos monopolizó el día a día de sus ciudadanos. Días después se suicidaba el general Nogi, fiel a la tradición y a su emperador y, en parte, como consecuencia de los errores cometidos años antes en la campaña contra el levantamiento samurai de Satsuma y las bajas provocadas en el asedio a Port Arthur, en la posterior guerra Sino-japonesa. Alrededor de estos hechos se localiza la historia intimista, plena de sentimiento y dolor que rodea a los protagonistas de la novela que aquí reseño.
Un joven estudiante de una provincia de Japón se encuentra estudiando en Tokio. Su vida se desarrolla entre los estudios y sus compañeros, mientras que de alguna manera huye de su familia asentada en su pueblo, ajena a la ajetreada vida de la capital, ausente en cierta manera a las tradiciones y costumbres milenarias que concentran gran parte de la sociedad japonesa. En uno de sus periodos vacacionales, conoce a un hombre maduro al que llamará sensei a lo largo de la novela y con que entablará una sólida amistad. Poco tiempo después, el protagonista debe regresar a su pueblo para vivir los últimos días de su enfermo padre. Es en este paréntesis en la amistad con sensei donde, por medio de una larga y biográfica carta, conocerá los misteriosos pormenores de la vida de quien tomó durante unos meses como su maestro y centro de su curiosidad y aprendizaje en la vida.
Natsume Soseki nos traslada mediante su pulcra, directa y sentida literatura, a un momento clave en la historia del Japón. La muerte del emperador Meiji y el posterior suicido del general Nogi generaron en la población un gran golpe, al cerrar un floreciente y aperturista periodo en el que la tradición convivió con la modernización no solo material sino también espiritual de una sociedad que marcaría su camino hacia el recién estrenado siglo XX. Mediante esta novela, Soseki se adentra en la mentalidad de una sociedad plegada a las tradiciones y, a su vez, asentada en una renovada visión de su entorno. Sus personajes se equilibran entre las generaciones de aquellos que han vivido en el ámbito rural donde la confianza, el esfuerzo, el trabajo y la tradición trazan el camino y la vida, frente a las nuevas generaciones que crecen en nuevos ideales y pretensiones de futuro, aún conviviendo con una situación donde la tradición mantiene un gran peso en la sociedad.
Sin embargo, y a pesar de que la sociedad mira hacia el futuro, los sentimientos y las grandes preguntas sobre la vida planean sin remedio entre los hechos y actos del pasado que marcan el día a día de los personajes que se presentan en esta loable novela. Las decisiones del pasado y los errores cometidos lastran la vida de quienes conviven en una sociedad que por costumbre mira al emperador, como cabeza visible de un país, espejo del alma de cada uno de sus ciudadanos. La culpa, el miedo a afrontar la verdad y los sentimientos, la responsabilidad con quien se convive y con quien se mantiene un vínculo familiar, la traición y la propia contradicción con la que convivimos todos los seres humanos, conforman el escenario de la novela. Su ambientación, detallada en los hogares y habitáculos en donde se localizan los hechos, ahonda aún más en la realidad de la idea de amistad y de relación entre los personajes, ya sea en las figuras de padre/hijo, amigo/amigo, discípulo/sensei o esposa/esposo. Cada una de esta situaciones se entrecruzan en la novela y muestran los anhelos, las angustias vitales y la noción del destino que se presentan ante los protagonistas, enfrascados en el cambio cultural y generacional que se esta produciendo en Japón.
La palabra Kokoro tiene en japonés varios términos, como pueden ser corazón, mente, alma, espíritu, pensamiento... En una sola palabra se reúnen los cimientos que sustentan esta novela llena de ambigüedades, contradicciones y sentimientos. La estructura de la misma implicaba en un principio un par de capítulos centrales, a los que seguiría una corta misiva postal final. Sin embargo, las circunstancias y la propia literatura del autor, le llevó a realizar una gran carta final en forma de testamento biográfico del personaje del sensei. Este hecho convierte la novela en una gran obra literaria llena de implicaciones paralelas que marcan el designio de un país y su ciudadanía, localizada en un periodo evolutivo tanto mental como sentimental. Mientras el país insufla nuevos aires de modernidad que le empujan a mirar hacia el futuro, la sociedad japonesa aun vive anclada en un pasado que marca su destino, anclado al sentimiento de culpa, la fidelidad al entorno y tradiciones, en una dura pugna por liberar el natural y personal espíritu que cada persona debería encontrar para colmar su vida. Natsume Soseki es un referente en la literatura japonesa y desde este mismo instante pasa a ser un objetivo a tener en cuenta para próximas lecturas de quien os escribe estas líneas.
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