Por fin se ha estrenado la segunda parte de la quinta y última temporada de Yellowstone, serie que tengo reseñada en el enlace que adjunto y de la que no voy a contar de nuevo su trama, orígenes y desarrollo, para no repetirme. Lo más reseñable de la última entrega, más allá de continuar las historias que a lo largo de las cuatro temporadas y media anteriores se han ido contando, es que Kevin Costner ya no aparece en este final de la serie debido a las diferencias irreconciliables mantenidas con Taylor Sheridan, creador de la misma. Por todo ello, esta mini temporada comienza con el fallecimiento del personaje de Costner, el patriarca de los Dutton y, digámoslo sin tapujos, el alma mater de la producción. Y la verdad, es que se nota su ausencia, siendo éste el mayor hándicap de esta última entrega. Era incomprensible que la serie continuara sin su personaje principal y el innegable carisma del veterano actor.
¿Y cómo solventa la serie este accidente inesperado? Pues haciendo que el que hasta entonces era el gobernador de Montana, apareciera muerto, supuestamente, por causa de suicidio, al comienzo del primer capítulo de esta última media temporada. Por supuesto, su hija Beth, ahora llevando el peso de la serie, y su hijo Kayce, dudan de la realidad de esa conjetura, y sospechan directamente de la implicación, directa o indirecta, del hijo díscolo de los Dutton, el actual Fiscal General del estado, Jamie Dutton. Los intereses mercantiles y económicos que deparan las tierras de la familia, unido al ánimo de poder de Jamie, hacen que la viabilidad del rancho, sus tierras y el ganado, sea prácticamente imposible. Sobre estas dos tramas principales, surcan los seis últimos capítulos de la serie. Lo que está claro desde el momento en que nos encontramos con la muerte del patriarca, es que el poder de los Dutton está apunto de desparecer junto a sus propiedades y, por ende, también la vida alrededor del rancho y los vaqueros de Yellowstone. Por supuesto, por descontado, los rifirrafes entre los hermanos se solventarán de manera resolutiva, asunto en el que no entro, para no adentrarme en posibles y desafortunados spoilers.
Sin embargo, con lo que yo me quedo principalmente, como he comentado por activa y pasiva en mi primera reseña de la serie en mi blog, es con las tramas relacionadas con el día a día de los vaqueros, la vida en el rancho y ese submundo relacionado con el negocio del ganado y los caballos, tan propio de un modo de vida llamado a extinguirse. Es aquí donde Taylor Sheridan acierta de pleno, en un profundo y sentido homenaje a un oficio crepuscular y un negocio difícil de mantener a la usanza de las tradiciones y la cultura más puramente estadounidense. Os podéis imaginar que todo esto se potencia más aún en los últimos capítulos de la serie, alternando por aquí y por allá, con la convulsa relación, a veces cercana al culebrón, de los hermanos Dutton. Llamo la atención también en el desarrollo de la preciosa historia de amor mantenida entre Beth y el capataz de Yellowstone, así como en la intensa e inseparable relación histórica de este rancho con la reserva de los nativos americanos de aquel territorio, con quienes se cierra un capítulo indeleblemente unido a aquella magnífica serie titulada 1883 que me apasionó tanto y en la que se cuentan las raíces de los Dutton, todo dentro del universo creado por Sheridan. Echaré de menos esta serie y a algunos de sus personajes, no a todos, a la espera del estreno de la segunda temporada de 1923, otra de las series que forman parte de la historia de Montana y los Dutton.
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