Este año se celebra el centenario del fallecimiento de D. Benito Pérez Galdós. Hace años leí las tres primeras series de sus Episodios Nacionales y desde entonces no había regresado a darme una vuelta por sus novelas. ¿Qué mejor ocasión que la celebración de este centenario para volver al regazo de su obra? He elegido Misericordia por estar considerada como una de sus obras culmen, englobada en su ciclo espiritualista de sus denominadas, por los especialistas, Novelas Españolas Contemporáneas y escrita en 1897.
Su protagonista, Benina, es una señora que ronda los sesenta años, mendiga y criada, que intercala su vida entre los atrios de las iglesias donde pide limosna y el servicio que realiza en casa de Doña Paca, una viuda venida a menos, a la que el dinero, cuando lo tiene, se le escapa entre los dedos, no por su generosidad y buena fe, sino más bien por su interés en mostrar una situación y posición que no le corresponde, ni por su economía, ni por su cabeza llena de ensueños y falsedades. Benina es una mujer superviviente en el Madrid del sur de la Plaza Mayor, en donde los mendigos, pícaros y pobres de solemnidad, malviven y sobreviven en un sociedad llena de diferencias sociales. Su día a día juega al borde del filo de la navaja, endeudándose un día sí y mal pagando al día siguiente, en su afán por no dejar morir de hambre a Doña Paca y tampoco hundirse con ella sin remedio. Sin embargo su fortaleza de espíritu, las buenas migas que goza entre sus congéneres del bajo Madrid y sus bondades, hacen que subsista contra viento y marea, engañando a su señora y dejando que viva en un sueño irreal fuera de sus posibilidades. Un mendigo ciego y moro disfruta de la amistad de Benina, en un juego de aventurillas y desgracias en el que comparten un buen número de desventuras, y en las que se nos muestra las miserias y los sueños unos personajes que no tienen más futuro que el que imaginan en su afán por no perder la esperanza y sobrevivir a la pobreza y el hambre.
D. Benito nos muestra en esta novela la hipocresía de parte de una sociedad, reflejada en Doña Paca y su familia, frente a la realidad inmisericorde de la vida de Benina, siempre pendiente de ella y subsistiendo en el universo que conocemos de sus mano en las callejuelas, pensiones y tascas de Madrid. A lo largo de toda la novela el autor centraliza en la protagonista su misericordia a la hora de enfrentarse a los problemas de los demás y su capacidad de superación ante las nubosas y borrascosas situaciones que se le presentan. La comparación entre unos y una, muestra como no siempre los buenos actos son recompensados en un mundo injusto y mal repartido. Pero también hace hincapié en la importancia de la bondad y, especialmente, en el hecho de tener la conciencia limpia, un concepto con el que D. Benito juega a lo largo de toda su novela. Los hechos, los actos se defienden solos, más allá del resultado final y la recompensa no siempre llega, pero permite subsistir en una mar de hipocresía, mentiras, falsas apariencias y, sobre todo, el oportunismo salvaje del que se aprovecha de una situación, pasando por encima de quien sea. Ese mensaje nos muestra una sociedad altamente desnaturalizada, pero en la que la esperanza de la gente de buen corazón, muestra el otro lado de una humanidad ciertamente escasa y muchas veces, falta de recompensa.
Don Benito escribe y describe a sus personajes con prolijo detalle y con una riqueza de vocabulario extraordinaria. No hay mejor manera de contar y plasmar negro sobre blanco, las realidades y características de sus personajes, ya sean externas o internas. En su viaje por las calles de Madrid, qué mejor que puntualizar y extremar sus nombres, peculiaridades y como no, sus habitantes. El universo coral que forma el escritor no ceja en mostrarnos con sumo y crudo realismo, las miserias y grandezas de un tropel de personajes, con los que describe su visión personal y tan veraz de la realidad de finales del último cuarto de siglo en la capital de la nación, en la que la imagen y el postureo de parte de la sociedad, se mezcla en un microcosmos casi surrealista con lo más pobre y miserable que campa por sus calles. Precisamente en este dato es en el que D. Benito insiste al mostrarnos la ruindad y los sueños de parte de una sociedad anclada en el quiero y no puedo, como reflejo de un país en quiebra tras los años de guerras, desgobierno y corrupción, protagonistas de buena parte de nuestro siglo XIX.
Lo que está más que claro es la capacidad del autor en crear grandes y eternos personajes, además de caracteres de gran calado. D. Benito es uno de nuestros grandes pintores de la realidad de nuestro país y de su tiempo. Sus páginas nos hacen observar, desde los ojos de personas a pie de calle, desde sus guaridas apestosas o desde esos pisitos venidos a menos, pasando por los atrios de las iglesias o las praderas y chabolas del sur de la capital, un microcosmos reflejo de una realidad social inequívoca mediante el que desarrolla un solvente y crudo afán crítico. Siempre he considerado a D. Benito Pérez Galdós junto a D. Pío Baroja, como los grandes narradores y retratistas de la sociedad de su tiempo de nuestro país. Nunca dejaré de recomendar la lectura de ambos grandes de nuestra literatura.
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