Del filólogo e historiador de arte Pepe Pérez-Muelas, leí el año pasado su fantástico ensayo Homo Viator. El descubrimiento del mundo a través de los viajeros. Recientemente el autor ha publicado un delicioso y muy personal libro escrito como consecuencia de los efectos que tuvo en él la promoción de aquel libro y la decisión de realizar un viaje en bicicleta desde los Alpes a Roma, siguiendo la parte italiana de la Vía Francígena, un camino de peregrinación creado por Sigerico, arzobispo de Canterbury, a finales del siglo X, que recorría Europa de norte a sur hasta la tumba de San Pedro.
En su búsqueda por aliviar esa situación, en un momento de su vida en el que la ansiedad y la desorientación presentadas como consecuencia de una serie de circunstancias que va comentando en el diario que escribe durante su viaje personal, el autor entiende que puede enfrentarse a sus fantasmas con cierto éxito, si se reencuentra con las calles, gentes, edificios y el espíritu al que siempre se ha aferrado con pasión. En definitiva, viajar en solitario por las tierras plenas de arte y cultura de Italia, especialmente, su amada Roma. Y sin pensárselo demasiado, decide recorrer los mil kilómetros que separan el alto del Gran San Bernardo, de Roma, en un medio que conoce y domina más bien poco, la bicicleta, pero que entiende que, por un lado, le hará el viaje más corto, por un mero tema de tiempo disponible, y por otro, le llevará a enfrentarse consigo mismo, sus limitaciones y sus más profundos miedos.
A lo largo de la suma de una introducción preparatoria desde Turín, antes de comenzar el viaje, y once jugosos capítulos, uno por etapa recorrida, el autor nos desgrana su padecimientos y alegrías sufridas encima de la bicicleta, casi único compañero inseparable y fiel con el que recorre las poblaciones que se encuentra en su camino. Pero además, con su ya reconocido gusto como escritor y conocedor del arte, la historia y la literatura, Pepe nos describe en el transcurso de ese camino, algunos personajes históricos y mitológicos, uno por capítulo, desgranando algunas de las situaciones que a él más le han marcado o llamado la atención de todos ellos. Entre los primeros, podemos encontrar a Cesare Pavese, Petrarca, Primo Levi, Giuseppe Verdi, Dino Buzzati o William Turner, y entre los segundos, personajes tan evocadores como Penélope, Nausícaa o Ariadna y Teseo. Todas estas historias aportan un plus literario a la narración personal del peregrino, enriqueciendo poderosamente la lectura.
En su trayecto, lleno de esfuerzo y retos, pero también de momentos de paz y tranquilidad mantenidos consigo mismo y con su entorno, el autor visita ciudades tan conocidas como Aosta, Pavía, Piacenza, Lucca, Siena o Viterbo, antes de llegar a la capital, pero también otras casi desconocidas, localizaciones protagonistas de su paso por Lombardía y Toscana, encontrando en todas ellas, lugares, experiencias y personas que terminan por marcar profundamente su viaje interior, acompañando y enriqueciendo la dureza de su pedaleo y el corto descanso nocturno entre etapa y etapa. La lectura de sus experiencias se disfruta desde el momento en que cuenta, como al punto de la mañana realiza el ritual de ponerse el maillot de ciclista, pasando por las paradas realizadas a mitad de etapa para alimentar al cuerpo y, especialmente al llegar a los destinos diarios, encaminádose hacia las piazzas de los lugares donde ha terminado su etapa, encontrar una terraza tranquila donde disfrutar de la tranquilidad nocturna, y las posadas y conventos donde dormir, donde lo reciben siempre con cierta paz y sosiego.
A lo largo de apenas doscientas cincuenta páginas, Pepe rebosa de la sinceridad con la que se ha enfrentado kilómetro a kilómetro, tanto a las cuestas interminables, al calor o al cansancio, como a sus propios fantasmas personales emboscados en una ansiedad traicionera, pero nunca invencible. Para él, aquellos lugares en los que conversar un rato con otros peregrinos intercambiando experiencias o aquellos bellos y solitarios rincones silenciosos en los que pensar o meditar, que vienen acompañados casi siempre del bello arte del románico o del renacimiento, de las fachadas en las que se reflejan el sol y la luna, de las calles, cafeterías y piazzas italianas, de los pequeños pueblos en los que los lugareños hacen vida lejos del mundanal ruido, son los oasis del camino en los que se recoge para narrar con sumo gusto, este delicioso libro que aquí reseño y que recomiendo fervientemente.

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