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lunes, 17 de febrero de 2025

"Desaparecidos" - Tim Gautreaux

Descubrí a Tim Gautreaux hace unos años al leer su segunda novela titulada Luisiana, 1923. Especialista en el género del relato, este autor originario del estado sureño de Luisiana, localiza prácticamente toda su obra en los estados del sur de los EEUU, adentrándose en sus tramas en el periodo de entre guerras. Esta ambientación propone a los lectores unas localizaciones, un folklore y una sociedad especialmente marcada por dos circunstancias. Por un lado las consecuencias en sus protagonistas tras su paso por la Europa de la Gran Guerra y, por otro, el característico y peculiar escenario de aquellos territorios que ven pasar el curso del gran río Mississippi. Esa situación mental de sus protagonistas, cargadas de recuerdos y las heridas del conflicto en Europa, se acompaña a la perfección por el profundo sur estadounidense, donde las particularidades propias de las gentes y costumbres son tan recónditas como atractivas para el lector. 

En este caso, el protagonista llamado San Simoneaux, desembarcó en la Francia de 1918 justo al firmarse el armisticio que dio por finalizada la guerra. Sin embargo, su corta estancia le marcó especialmente por las labores realizadas por la compañía a la que pertenecía. Debían hacer explotar los miles, cientos de miles de munición lanzada sobre los campos de batalla y que estaban sin explotar. Esta situación le lleva a tener una experiencia llamativa relacionada con una niña francesa. A la vuelta de Francia, se coloca como encargado de seguridad de unos almacenes de Mueva Orleans, donde acontece ante sus narices, el secuestro de una niña que trabaja junto a sus padres en uno de esos grandes barcos de vapor que surcan el Mississippi. Debido a ello, Sam es despedido. Debido a ello, se embarcará en la búsqueda de la niña, lo que le llevará a enrolarse en aquel barco, mientras se empeña en conocer la razón del fallecimiento de sus padres.

Pero todavía hay más, porque además de que Gautreaux nos propone una trama de suspense e investigación, plagada de violencia, paisajes pantanosos, peligrosos clanes familiares y convulsos puebluchos en los que la ley tiene partida de nacimiento local, la novela nos traslada de manera magnífica y adictiva, al universo de los barcos que navegan por el Mississippi. En los años veinte, que es el periodo en el que se desarrolla la novela, aquellos desvencijados y antiguos barcos se arreglaban y pintaban, para realizar bailes y pequeñas travesías a lo largo del verano. Tras una importante inversión en materiales y adecentar aquellos caducos barcos, se contrataba marinería y tripulación para visitar los pueblos y ciudades que se encuentran en su trayecto. Pero lo más importante estaba en contratar bandas de música y jazz que acompañaran las comidas y cenas con bailes organizados para la heterogénea población de aquellos estados sureños. Gautreaux realiza un sentido y extraordinario homenaje a aquellas orquestas compuestas de hombres, blancos y negros, dependiendo el auditorio con el que se encontraban, ofrecían a sus espectadores una variada cantidad de canciones y ritmos, todos con nombre propio. La idiosincrasia de los grupos sociales que abordaban el barco en busca de entretenimiento, ofrecía diferentes y extremos resultados. Las peleas y los disturbios, se producían por doquier. Precisamente nuestro protagonista y sus compañeros oficiales debían estar al tanto no solo de evitar estas situaciones, sino también realizar un férreo control por evitar que se subieran armas a bordo. Pero más allá de esto, también se vislumbra en sus páginas cierto romanticismo la relación entre sus tripulantes y los paisajes que acompañan un río tan emblemático. 

Aquellos locos años veinte, provocaban situaciones extremas, mientras el protagonista buscaba a la niña raptada. Una niña que le obliga a mirar a un complejo y sangriento acontecimiento de su pasado ya colocar sobre la balanza dos situaciones con las que se tendrá que enfrentar. Me refiero a la compasión y la venganza, no solo enfocada en su ardua misión, sino en un continuo deambular por las vidas de quienes se cruzan en su camino, sean almas perdidas, buenas, malas o absolutamente condenadas. Son muchos los caracteres que el autor nos presenta en una novela no poco coral, en la que los escenarios y las circunstancias personales del Sam, se fusionan en un viaje no solo físico sino también personal, a lo largo y ancho de tierras empobrecidas como lugares dejados de la mano de Dios. Gautreaux nos propone una serie de personajes de todo tipo y calaña, tan heterogéneos como la vida misma, y lo hace sin esconder nada, con una mirada descarnada y por momentos dura, convirtiendo la novela en un complejo micro universo en el que el lector, por momento se ahoga, eso sí, siempre acompañado de buenos ritmos y acordes propios de aquellos años veinte, donde el jazz comenzaba a reinar. 

El camino recorrido en al novela se acompaña de un juego de descripciones rico en detalles. La narrativa de la novela intercala un interesante toma y daca entre la vida desarrollada en el barco y los lugares visitados a orillas del río, con la ardua y larga búsqueda de la niña raptada. Este juego presentado por el autor, enlaza con su estilo característico, mezclando un estilo más propio del thriller con la descripción de lugares y la cotidianeidad de la vida en el barco. Quizás, esta situación, rica detalles y circunstancias que relacionan a muchos personajes, de la sensación de lastrar la novela, pero me atrevo a decir que la apuesta vale la pena, por la dedicación de Gautreaux por plasmar en sus páginas las características de aquel periodo, aquel territorio y, sobre todo, aquel gran barco lleno de música esperanza.

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