Hace unos años, en 2017, la editorial Desperta Ferro publicó el ensayo La Tierra Llora de Peter Cozzens, libro que acaparó las estanterías de librerías y portadas de prensa durante muchos meses, alcanzando actualmente una muy merecida sexta edición. Pues bien, la editorial publicó el pasado año 2021 una nueva obra de este insigne, inteligente y erudito investigador de la historia de los EEUU. Y lo hace, de nuevo, enfocando a las tribus nativas de América del Norte, en este caso, a un guerra poco conocida en Europa, pero que representó un antes y un después en la historia de aquel país.
Los recién nacidos estados de una nueva nación, tras liberarse del yugo británico, comenzaron a crecer a finales del último cuarto del siglo XVIII. Aventureros, cazadores, exploradores y algunos colonos, comenzaron a cruzar los Appalaches y a adentrarse en el gran valle del río Ohio. Todavía quedaban algunos fortines británicos que, poco a poco, fueron abandonados por los casacas rojas en su retirada al Alto y Bajo Canadá, todavía en sus manos. Atrás dejaban unas tierras llenas de caza, posibilidades y grandes bosques, habitadas por tribus de la gran familia algonquina, auténticos dueños de aquel territorio, pero que, al haber apoyado al Gran Padre Blanco inglés, se vieron abandonados ante la invasión de los jóvenes y esperanzados colonizadores estadounidenses. Tras la batalla de los Troncos Caídos los nativos del valle de Ohio dejaron de confiar en los británicos y tuvieron que enfrentarse solos a la naciente política expansionista de la nueva nación. Algunos, no pocos, sucumbieron a los tratados mediante los cuales, poco a poco, perdieron tierras donde cultivar su maíz, bosques donde cazar y conseguir su sustento, para terminar por decidir no plantar cara al invasor imparable. Sin embargo, otros nativos, a pesar de dividir clanes, tribus y familias, decidieron combatir al hombre blanco estadounidense y buscar una unión de tribus en una potencial confederación india para lograr recuperar el valle del Ohio, plagado de fuertes y una importante concentración de colonos.
Algunos jefes nativos, como Pontiac, Neolín, Pequeña Tortuga y Chaqueta Azul, habían intentado desde el siglo XVIII, reunir a distintas tribus con el afán de contener la imparable marea del hombre blanco. Sin embargo, fue un joven perteneciente a la tribu Shawnee quien logró aunar a su alrededor miles de guerreros de las tribus Miami, Potawatomi, Otawa, Wyandot, Ojibwas o Winnebagos, entre otras grandes naciones indias, para plantear a los EEUU una guerra por la propia subsistencia y la reconquista del valle del Ohio. Tecumseh fue un guerrero afamado, buen orador y absolutamente comprometido por la causa de los nativos del noroeste del Norteamérica. Su nombre es altamente reconocido en los EEUU y no es difícil encontrar unas cuantas biografías editadas en aquel país. Sin embargo, Cozzens aprovecha para ahondar en la figura de su hermano, Tenskwatawa. Maltratado por las fuentes y biógrafos, si bien en su juventud fue un hombre taimado, superficial, poco belicoso, muy dado al alcohol y escasamente relevante en la tribu a la que pertenecía, llegó un momento en el que su vida cambió en paralelo a los intereses de las naciones indias del valle del Ohio. Aportó una base espiritual y religiosa a la pretensión de su hermano Tecumseh, por crear una gran confederación india. Su doctrina se basó en una vida de abstemia y de celibato, en consonancia con la visión del Gran Espíritu, en una lucha contra el hombre blanco, encaminada a lograr la victoria final. Su presencia, aunque con algún que otro tropiezo, consolidó el liderazgo de Tecumseh.
Sin embargo, y aunque la unión de las naciones indias del noroeste se produjo, no tuvo excesiva consolidación en el tiempo, más allá de lograr alguna importante y significativa victoria, como en a batalla de Tippecanoe, y lograr una precaria alianza con los británicos. Los EEUU se enfrentaban a un terrible peligro que, aún con todo, no terminó de cuajar en el deseo de Tecumshe por unir, por ejemplo, a las tribus amigas del suroeste, de donde regresó con el rabo entre las piernas y algunos pocos guerreros afines a su causa. Si bien, entre 1812 y 1814, su poder e influencia puso en graves problemas a los estadounidenses de Ohio y de la frontera con el Alto Canadá, las hondas discrepancias entre algunos de los líderes nativos y los intereses de los clanes y familias de las tribus hermanas y aliadas, además de una poco comprometida ayuda militar de los británicos, terminaron por ahogar el inicial ímpetu de ambos hermanos por lograr recuperar sus tierras y su espíritu de nación.
Cozzens nos muestra el interesantísimo panorama de un periodo del que en Europa conocemos poco. Esos años transcurren en un tiempo protagonizado por las Guerras Napoleónicas en Europa, en unos años de crecimiento voraz de unos jóvenes EEUU, ya con una importante población y adentrándose tras la primera gran barrera física del oeste del continente, los Appalaches. Ese crecimiento chocó con las grandes naciones indias que lucharon como aliados de los británicos y que tuvieron que transigir ante los estadounidenses o luchar en precario y solos. Cozzens nos sumerge en una época apasionante, llena de actos violentos, tratados injustos, abusos y guerras por alcanzar la supervivencia de un mundo en declive. Y lo hace con una clarividencia histórica sobradamente acompañada de un estudio pormenorizado de los hechos y sus personajes, hasta el punto de enfrentarnos con una narración ágil, entretenida y, a su vez, profundamente estudiada, en un enfoque que busca no solo describir unos hechos, sino también, mostrar al lector los intereses, los deseos y los retos humanos de quienes protagonizaron aquellos acontecientos que marcaron una época y un país.
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