Muchas de mis lecturas redundantes a lo largo de mi vida están dirigidas a acercarme a todo lo relacionado con el mito de Troya, ya sea a nivel de novela o de ensayo. Algunas de estas obras leídas, las tengo reseñadas en mi blog y a otras les guardo un lugar especial en mi recuerdo. Me refiero a las novelas, Odiseo. El juramento y Odiseo. El retorno, de Valerio Manfredi; Homero, Iliada, de Alessandro Baricco; y Rescate, de David Malouf. En cuanto a los ensayos no puedo pasar de referirme a Maldita Helena, de Daniel Tubau; La guerra que mató a Aquiles, de Caroline Alexander; La Guerra de Troya y 1177 el año que la civilización se derrumbó, de Eric H. Cline; e incluso el número que Desperta Ferro dedicó hace unos años a La Guerra de Troya. Seguro que me falta mucho y bueno por leer sobre el tema, más allá de la obra original de Homero, a la que le tengo un tremendo respeto. Con todo, acabo de incluir recientemente a esta lista, la novela que hoy reseño La canción de Troya, escrita de la mano de la eminente y famosa Collen McCullough, más conocida por su serie de novelas dedicadas al último siglo de la República de Roma, que por cierto, tengo pendiente de leer.
Narrada desde el punto de vista de muchos de sus protagonistas, la novela nos acerca a las causas y al desarrollo de la guerra de Troya emprendida por los griegos, lideraros por el rey de Micenas Agamenón, contra la ciudad de Troya, tras la huida de la reina Helena, esposa de Menelao de Lacedemonia, con el joven príncipe troyano, París. Un juramento de los reyes griegos, realizado el día de la boda, los ató a esta guerra. Sin embargo, la autora enmarca el inicio de la guerra, como una conjura de Agamenón y sus más cercanos colaboradores, por recuperar el comercio de estaño y cobre en el Helesponto, hasta entonces controlado y prohibido por los troyanos. Nos enfrentamos con una guerra geopolítica y comercial emboscada en la excusa del rapto de la hermosa Helena. Sobre esta base, la novelista reconstruye novelísticamente el mito de la guerra de Troya, ofreciendo al lector un cúmulo de argucias, estrategias y batallas por derrotar y destruir la capital de Tróade. Sin embargo, lo hace dibujando a los protagonistas de la obra de Homero, insuflando de humanidad y cercanía vital a todos ellos, y respetando especialmente al aura mítica de Aquiles, auténtico protagonista, junto Ulises, de la novela.
En sus páginas, Aquiles subyace como el hombre impetuoso y destinado a morir, heredero de la relación de su madre, Tetis, tan compleja como mítica. Su deseo de ser recordado por sus proezas conlleva mostrarse en batalla como un guerrero invencible, a sabiendas de que esas victorias y esos guerreros a los que vence y mata en batalla, conducirán a la caída de Troya y a su propia muerte, aunque también, es verdad, hacia su recuerdo por los siglos de los siglos. Pero a este importante personaje, lo la autora acompaña de un Ulises especialmente agudo y astuto, de quien parten todas las argucias y algunas de las circunstancias que definieron algunos hechos importantes del mito de aquella guerra que se plantó durante diez años ante las puertas y murallas de la ciudad de Príamo. Junto a Diomedes, el rey de Ítaca, sesudo y precavido, es capaz de crear una telaraña de triquiñuelas y engaños, a cuenta de sacrificar soldados y líderes de su ejército, para engañar a Héctor y sus troyanos, con el afán de vencerles en el campo de batalla. Ante Ulises aparecen los que le rodean como meros títeres dependientes de sus argucias y los propios deseos de destruir al enemigo, caiga quien caiga.
Las relaciones entre personajes, en clave de amistad o de amor, se trata con naturalidad, ya sean entre los héroes y sus princesas o amantes, como entre los guerreros embarcados en un juego de amistad verdadera y juego amatorio, propio en las largas guerras, y entre quienes veneran a sus mujeres abandonas en el hogar conyugal. Estas relaciones están basadas en el respeto y la amistad, en el deseo carnal y la necesidad de compañía. Desde luego crean un juego de diálogos y situaciones ricas en sentimientos y pensamientos, tal como ocurre entre las que se producen entre Aquiles y Briseida, o entre Ulises y Diomedes, así como, especialmente al principio de la historia, entre Helena y Paris, o entre le propio Aquiles y su primo Patroclo. Estas relaciones son indispensables en la novela, para trasladar al lector lo que se pasa por la mente de los personajes principales y sus reacciones, más humanas que míticas, ante el desarrollo de la historia.
Llamo la atención en algunas escenas inolvidables de esta novela, escrita con mano firme y con un pulso narrativo sobresaliente. Por un lado, la escena en la que la que Agamenón tiene que sacrificar a su hija Ifigenia con el fin de lograr de los dioses la retirada de las tormentas que evitan que zarpe la flota. Es absolutamente maravillosa y dramática. La capacidad de la autora por novelar las triquiñuelas de unos y otros, por manipular a la joven para conseguir sus fines bélicos y conquistadores, es profundamente trágica, tanto o más, que los planes planteados, que he comentado antes, para forzar a los troyanos a salir de sus muros a luchar contra los griegos. Ulises es listo y agudo, y su finalidad es utilizar el sacrificio de miles de víctimas en búsqueda de la victoria final que, como todos sabemos, se logrará solo tras la muerte de Aquiles y mediante otra inventiva trampa pergeñada por el de Itaca.
Por otro lado, la autora es muy inteligente en su manejo de la temporalidad de la guerra de Troya. Los diez años que dura la contienda, no solo los sitúa bajo las murallas de la ciudad a conquistar, sino que de una manera muy inteligente, traslada una estrategia militar en el desarrollo de la guerra, por parte de las huestes griegas. Esta estrategia estaba dirigida a atacar las costas de los aliados de Troya para evitar que estos pudieran ayudar a Príamo, lo que ocupó años en debilitar las costas de Licia, Caria, Lidia. Misia y Dardania, explicando con esta actuación, la larga duración de la contienda. Es un gran logro transmitir al lector esta búsqueda de lógica a una guerra de diez años, por lo que acerca a una supuesta realidad los hechos contados por Homero. Más allá de todo esto, Colleen McCullough reviste de realidad y humanidad a los personajes de la novela, en base a sus caracteres heredados del mito, con el acierto de hacerlos creíbles. Junto a su alta capacidad narrativa, su logro se encuentra en transmitir al lector una novela entretenida, vital, heroica, pero a su vez, muy humana y terrenal, sobre todo en consideración a los terribles efectos de la guerra, en base a las batallas en las que miles de hombres armados se enfrentan en una guerra sin cuartel. Por cierto, una guerra que, mientras respetó la honorabilidad de los usos de la tradición guerrera de la época, no veía final, hasta que definitivamente, la ruptura de las reglas de honor promovida, como no, por el artero Ulises, desniveló la balanza en favor de los griegos.
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