Tiglath Assur quizás sea uno de los personajes más conocidos de novela histórica de los últimos cincuenta años. De la mano del novelista Nicholas Guild, este joven príncipe asirio de madre jonia, protagoniza una de las novelas históricas más reconocidas por los lectores del género, perdurando en el tiempo y en su memoria desde que se escribió la novela en los años ochenta del pasado siglo. Dicho esto, reconozco que es ahora cuando la he leído de la mano de la edición que publicó hace pocos años la editorial Pámies, después de que estuviera descatalogada y fuera extremadamente difícil hacerse con ella. Más vale tarde que nunca, porque desde luego, la fama de la novela, en mi opinión, está plenamente justificada, tanto por el bagaje de sus personajes, como por la narrativa y trama de la misma. Merece y mucho la pena echarse entre pecho y espalda las seiscientas páginas de esta novela, fantásticamente ambientada en Asiria en pleno siglo VII a.C.
"El Asirio" nos traslada al reinado del rey de la dinastía sargónida, Senaquerib. Desde Nínive, su capital, gobierna con mano de hierro un imperio situado a orillas del Tigris. Entre sus esposas, encontramos a una jonia que vive en el gineceo junto a las demás mujeres del rey. Su hijo, Tiglath, es el gran protagonista de la novela. Bajo su guía, descubriremos un imperio gobernado bajo el martillo del emperador y su ejército, la férrea lucha mantenida con sus vecinos, especialmente caldeos, elamitas, escitas y medas, las terribles rencillas con el gremio sacerdotal por Babilonia y el pulso de sus herederos por situarse con ventaja en la carrera por heredar el reino. En estos años en los que trascurre la novela no perderemos de vista la influencia férrea y tenaz de una serie de personajes femeninos, ya sean esposas, princesas o concubinas, por participar y desequilibrar la balanza de poder en juego en Asiria. Los intereses de unos y otros, y la manipulación de la religión y los dioses, también formará parte de esta carrera por mantener y recrecer el imperio y gobernar el trono tan deseado. Las rencillas familiares, las envidias, la gloria y el amor, forman parte de este complejo juego de influencias, del que el protagonista no busca formar parte, más allá de seguir su camino en un país, en el que la guerra y el poder militar son la base de su sustento y poder, frente a sus vecinos siempre expectantes.
Los factores que convierten a esta novela en una de las grandes el género, los encontramos en todas y cada una de las facetas de las que deben englobar una buena novela histórica. Por un lado, la construcción personajes es profunda y redonda. Los estereotipos no tienen cabida, más allá de los influjos positivos y negativos que cualquier personaje debe poseer por el simple hecho de ser un reflejo de las debilidades y fortalezas de cualquier ser humano. La novela se sustenta en media docena de personajes bien construidos, comenzando por el protagonista y su hermanastro Asarhadon, quienes junto a la princesa Asharhamat, forman el triángulo protagonista. A estos hay que añadir al rey Senaquerib y a un personaje muy especial, un griego, esclavo de Tiglath, llamado Kefalos, dotado de un especial carácter e impronta en la vida del protagonista. Además de ellos, sumamos a la madre de Tiglath, a varios comandantes de su ejército, personajes de la corte, ya sean hermanastros u hombres cercanos a su padre, y, como no, una buena serie de líderes de los ejércitos enemigos, unos más honorables que otros, pero todos, bien construidos y perfilados. De nuevo debo llamar la atención en el perfil nada desdeñable de las figuras femeninas de la novela. Todas ellas, tanto la madre, la amada o las deseadas amantes y concubinas. Todas ellas influirán de una manera o de otra en los protagonistas y en como deben afrontar su futuro. La lucha de poder entre las bambalinas de los palacios de Nínive y Amat, es el escenario en el que estas mujeres apostarán por sus pretensiones en pos de la victoria de unos y otros de sus hombres, de alguna manera sujetos a sus manejos y deseos. La impronta de los personajes femeninos de la novela es larga y poderosa.
Mas allá de todo esto, no podemos dejar de lado la magnífica ambientación con la que el autor nos sitúa en la Asiria de aquel siglo, en mitad de una Mesopotamia y en la cúspide de su poder, pero asediada por las crisis internas y la presión de sus enemigos. Todo lo que suceda en aquella nación de aquí en adelante, tiene su origen en estas páginas. Se nota que el autor es un gran conocedor de la época. La vida en la corte, todo lo que atiende a la estructura militar y su forma de hacer la guerra, incluso la manera cruel e inhumana de castigar los delitos y eliminar al enemigo, está fiel y detalladamente descrita. Tiglath Assur es un gran protagonista que sirve de pretexto al autor para describir una época, una manera de concebir la vida y la religión, además de situarnos en un entorno, el de Mesopotamia y Asiria, no especialmente afrontado en la novela histórica. Que una novela como esta, con más de treinta años a sus espaldas, sigua mostrando la frescura, la entidad, la potencia y la calidad que he tenido la suerte de disfrutar, la sitúa, a mi modo de entender, entre las grandes del género, al nivel de novelas de autores clásicos consagrados del género, como son Gisbert Haefs, Mika Waltari o Robert Graves.
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