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jueves, 2 de abril de 2020

"El señor de la guerra"

Franklin J. Schaffner es uno de esos carismáticos directores de cine que a lo largo de unas pocas películas dirigidas en su carrera, ha sabido tocar varios géneros y además, firmar notables producciones tanto por su calidad y como por su clase cinematográfica. Entre sus escasos veinte títulos encontramos clasicazos como El mejor hombre, El planeta de los simios, Patton, Nicolás y Alejandra, Papillon, Los niños del Brasil o la que hoy reseño El señor de la guerra. En todas ellas encontramos las mismas características. Una grandísima ambientación, portentosos guiones y la participación de algunas de las mejores estrellas del cine norteamericano de los sesenta y setenta.
 
En este caso, nos encontramos con una producción de 1965, siendo su segunda película estrenada con cierto éxito. Su protagonista es un caballero normando de mediados del siglo XI, quien ha recibido de su señor duque un pequeño territorio para establecerse  en él y gobernarlo. Entre las marismas y los bosques de norte de Francia, una torre, un poblado y unos pocos campos, resulta ser todo el dominio de Chrysagon de la Cruz, poco para otros ojos, pero mucho para él. Junto a su engreído hermano, su mano derecha Bors, un traicionero bufón y un pequeño grupo de guerreros, se establecerá en la región para defenderla de los ataques de los frisones del norte. Al poco de llegar a su feudo, se enamorará de una bella joven, hija del alcalde y druida de la aldea. 
 
Desde mi punto de vista estamos ante una de las mejores películas de temática medieval que se han realizado en la historia del cine. La ambientación de los normandos, su panoplia y especialmente las escenas de los combates en el asedio de la torre, plasman con bastante verosimilitud la vida de aquella época, en la que los normandos no solo dominaban el norte de Francia, sino que habían conquistado Inglaterra, guerreaban en Italia o viajaban como cruzados a Tierra Santa. El siglo XI es un periodo en el que caballeros normandos, algunos segundones o simplemente hombres en búsqueda de riquezas y aventuras, empleaban sus espadas a lo largo y ancho de Europa. Y no lo hacían con grandes huestes de guerreros, sino más bien con sus pocos soldados y sirvientes. Es el caso de nuestro protagonista. Además, la película refleja los ataques de los frisones, que aunque son más propios de una anterior y oscura época de Europa, entre los siglos VI y VIII, remarcan lo inhóspito de aquellos territorios, donde la ley se defiende con la espada y la sangre. Si a esto sumamos el choque de los restos de las antiguas religiones paganas con la imperante religión cristiana, y su solapamiento con el flocklore, las tradiciones, ritos y costumbres de aquellas zonas, veremos que la aproximación de la película a la época retratada no anda desencaminada.
El señor de la guerra no es simplemente una película de género bien realizada, sino que además se sostiene sobre un guion y una dirección que esconden un profundo drama humano. El protagonista es un hombre sin tierras, un hombre al que se le ha otorgado una oportunidad de demostrar a su señor su valía. Y para ello no solo debe defender a sus aldeanos, sino que además, tiene que llevar la paz y concordia a una tierra extraña. Cuando este deber choca con el embrujo de un amor, de un deseo, todo cae como un castillo de naipes.  Esto es lo que sucede cuando Chrysagon se cruza con la joven Bronwyn, una joven casadera y comprometida, que además es hija del alcalde y druida de la aldea. El pulso interno del protagonista y la tensión sexual que emana de ambos personajes, conjuga a la perfección con un guion medido en el que se ajustan a la perfección las agudas miradas y frases cortas de Bors, su mano derecha, y las cuchilladas verbales del hermano del caballero. Todo ello conforma un cambo de batalla casi silencioso y lleno de despecho. 
¿Cómo conjugar a la perfección una producción con tan buena estructura? Con un reducido pero acertadísimo plantel de actores. Para el papel de Chrysagon, Schaffner contará con Charton Heston, en un personaje que se ajusta como un traje nuevo. Para encarnar a su hermano Draco, Guy Stockwell quizás realice uno de los grandes papeles de su carrera. Como la mano derecha del caballero, el siempre fiel y crítico Bors es encarnado por Richard Boone. Y como Browyn,  la bella joven detonante de todo lo que sucede en pantalla, tenemos a la bella Rosemary Forsyth. Ésta y Heston protagonizaran una serie de escenas en las que las miradas y los silencios muestran al espectador mucha más tensión sexual que la que podemos encontrar en un sin número de ligeras y banales películas de destape. El director juega a la perfección con la atmósfera de misterio de aquellas tierras, en las que lo pagano y lo cristiano se mezclan. En este caso Chrysagon utilizará algo parecido al llamado "derecho de la primera noche" con el que un caballero puede disfrutar de una novia casadera de sus dominios, en la primera noche tras la boda. Sin embargo, este hecho no es tal en la película,  sino que Heston se aprovecha de una tradición pagana ofrecida por el pobre padre de la joven. Esto provoca un duro choque de conciencias y tradiciones en un caballero profundamente cristiano pero que no duda en aprovechar la ocasión para disfrutar de Browyn. ¿Es un capricho, un derecho propio de un señor de sus tierras, o es un enamoramiento real e insalvable? ¿Son más importante las pobres tierras que ha recibido o la defensa de alargar su privilegio sobre la joven? 
Estamos ante una de mis películas de culto, no por casualidad, teniendo en cuenta que el cine de Schaffner siempre me ha apasionado, por su trabajo casi de artesanía y su increíble manejo de la ambientación en que se desarrolle la película. Otro factor importante en el director es el nada secundario uso de las bandas sonoras. Desde luego, en este caso resulta importante su aportación. En definitiva, una película que tenía muchas ganas de reseñar y que no dejo de revisionar de vez en cuando y que, por supuesto, no puedo dejar de recomendar. 
  



2 comentarios:

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