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jueves, 25 de julio de 2019

"Utoya. 22 de julio"

El pasado 22 de julio acudí con mucha curiosidad y en vista de las buenas críticas publicadas, a ver la película que hoy reseño. Su argumento plasma en la pantalla los asesinatos perpetrados, en Noruega en esa misma fecha del año 2011, por un hombre de ideología neonazi, en una pequeña isla llamada Utoya. Se celebraba el campamento anual organizado por las juventudes del partido socialista noruego, en el que participaban cientos de jóvenes y adolescentes. Aquel día, éste asesino francotirador mató a sangre fío a setenta y siete chicos y chicas, y dejó malheridos a casi un centenar.
La película ha sido filmada con cámara al hombro y en un plano secuencia de más de setenta minutos, si bien el director aseguró que realizó algún pequeño corte, aunque reseñando que la película se filmó solamente en tres veces durante tres días diferentes, quedándose con el resultado de la última sesión. Su intención es contar aquellos fatídicos momentos desde el punto de vista de una chica a lo largo de su huída en la isla. Tras una introducción en la que se presenta a la protagonista y su entorno en el campamento, el sonido de los primeros disparos creará un terrible estado de miedo, suspense y desesperación entre los participantes de aquella reunión de jóvenes originarios de todo el país. En ningún momento, a excepción de un rápido plano lejano del tirador, se muestra al espectador la visión del asesino. Simplemente se plantea, de la mano de los protagonistas, por cierto todos personajes ficticios, las experiencias de pánico provocadas ante el continuo sonido de los disparos y la terrible realidad de que ellos son los objetivos de aquellas balas. 
Desde el comienzo del tiroteo las dudas sobrevuelan a los adolescentes. Gente corriendo hacia ninguna parte cruzan la cámara, mientras el rostro de la protagonista muestra al espectador la desesperación, la incredulidad y el pánico ante la terrible realidad de la caza humana a la que se enfrenta. No hay sitio donde esconderse en una isla tan pequeña, donde la joven Kaja, es solo el ejemplo que nos muestra el director de las experiencias de aquel día compartieron los supervivientes de la masacre. De ahí la importancia que toma la joven actriz Andrea Berntzen, omnipresente a lo largo de la cinta. Increíble y muy realista su interpretación, con la que transmite el pánico y la sorpresa de una joven, por un lado comprometida con unos ideales y, por otro, en pleno disfrute de su juventud. La responsabilidad del film recae directamente sobre ella, mostrando una actuación muy notable y francamente dura a nivel de compartir las vivencias extremas de desesperación durante aquella larga hora. 
Si bien, la cinta decae en algún momento de su corto metraje, es obvia la necesidad de introducir esos momentos de bajón psicológico y cierta pausa en la huída, en la que el director introduce diálogos que parecen intrascendentes, pero que navegan en los sueños y deseos de los jóvenes de la isla ante la cercana visión de la muerte. La escena en la que la protagonista se encuentra con otra chica herida o su recorrido por las rocas de la costa, encontrándose con otros jóvenes escondidos, son absolutamente desasosegantes. Es precisamente éste su mayor acierto. Su capacidad de compartir aquellos momentos en los que el terror asesino explora la isla en busca de víctimas sin que el espectador, al igual de los campistas, puedan verle, pero sí escuchar el continuo sonar de los disparos, sin saber ni siquiera de donde provienen y si el siguiente objetivo será algunos ellos. Nos encontramos con una acertadísima cinta de terror que, en este caso y desgraciadamente, toma fiel testimonio de unos hechos reales trágicos y terribles. 

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