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martes, 16 de julio de 2019

"Final Portrait. El arte de la amistad"

París, año 1964. El crítico de arte y periodista James Lord, viaja a la capital francesa para posar para Alberto Giacometti. Dieciocho días de conversaciones, paseos y algún que otro desencuentro, ocuparon la realización de uno de los retratos al oleo más célebres del artista suizo. Su director, Stanley Tucci, se recrea en mostrar la singular personalidad de uno de los grandes escultores del siglo XX, mediante la narración del día a día en la realización del retrato. 


Tucci se esfuerza por delinear al artista mediante su modo de trabajo y la relación con su micro universo. Dicha relación se circunscribía en la complejidad de su inseguridad a la hora de realizar sus obras. Muchas de ellas se encontraban a medio terminar, desordenadas en su viejo y destartalado taller. Un retoque o dos y el autor volvía a abandonar su obra, a la espera de un mejor momento de inspiración. En referencia al retrato de Lord, el periodista mantuvo la paciencia durante los dieciocho días de posado, ante las dudas, las rectificaciones y los abandonos puntuales de su obra, a expensas de sus diarias visitas a las tabernas de Montpar-nasse, sus paseos por el barrio o las discusiones con las personas de su entorno más cercano. Precisamente, éstas eran siempre y de manera alternativa, sus mejores apoyos en su búsqueda de la estabilidad a la hora de realizar su obra. Por un lado estaba su inseparable hermano, quien realizaba las estructuras y bases de sus esculturas, siempre fiel al artista. Por otro, su esposa Anette, fiel compañera, acostumbrada, a su pesar, a las rarezas y caprichos de Alberto. Y por último, Carolina, una joven prostituta y musa del artista, tan caprichosa como aparentemente necesaria en los últimos años del autor. 
Alrededor de este grupo humano, James Lord ejerce de simple e inmutable testigo de aquellas casi tres semanas de trabajo en el taller. Sus conversaciones y situaciones son reflejo de la cotidianidad de un genio lleno de inseguridades y dudas, aún encontrándose en la cúspide de su carrera artística. Sus obras se pagan especialmente bien y aunque pudiera vivir de manera desahogada, no esquiva mantener su taller y vivienda en un continuo estado de caos y desorden. Los ojos analíticos y pacientes del periodista y crítico,  sirven de objetivo y vehículo de Tucci para trasladar a la pantalla, una de las obras literarias del norteamericano. Aquellos dieciocho días, ocupan los noventa minutos de esta deliciosa película deliciosa y casi artesanal. Para ello el director echa mano de Geoffrey Rush, para encarnar al escultor, con el que además tiene cierto parecido físico. Si bien su actuación resulta un pelín recargada y relamida, recordando un mucho a aquella memorable interpretación en "Shine" en donde encarnó al pianista David Helfgott, su trabajo bajo la piel de Giacometti funciona bien, mostrando al espectador un ser entrañable y un genio tan dubitativo como irrepetible. Armie Hammer, actor con buen plante y presencia, acomete bien su papel de mero espectador y contertulio en la vida de aquellos días de posado, tabernas y paseos.
Si bien las críticas no han sido especialmente reseñables con la película, sus noventa minutos me resultaron absolutamente deliciosos en su acercamiento al personaje, su visión de la vida y, como no, su caprichosa rutina de trabajo. Las actuaciones funcionan y el entorno del taller de trabajo, hace las veces de un solitario pero extraordinario escenario, en el que los diálogos transcritos del libro de Lord, dan muestra de la personalidad de Giacometti, los caprichos deudores de su propia visión del arte y la búsqueda de la perfección, para él, nunca encontrada.