El secuestro de tres jóvenes... Esta es la premisa de la última película de Shyamalan en la que sin lugar a dudas recupera el buen pulso con el que ha dirigido un buen número de películas. Ya comenté en mi reseña de su última película "La Visita", que parecía vislumbrarse el regreso de aquel gran director al que muchos apreciamos y otros denostan tanto.
Shyamalán se sumerge en el Trastorno de Identidad Disociativo o Múltiple, para plantear en la gran pantalla un thriller psicológico lleno de recovecos y rincones, en los que las distintas personalidades del protagonista, interpretado por James McAvoy, luchan por liderar y dominar, "por ser iluminados por la luz" como lo define su psiquiatra, interpretada por una agradable y solvente Betty Buckley, el cuerpo y el cerebro al que pertenecen. Sin embargo, el director da una vuelta de rosca al típico caso de disfunción psicológica, que por ejemplo, ya protagonizó una gran película titulada "Las dos caras de la verdad". En este caso, según nos cuentan, el protagonista tiene hasta 23 personalidades distintas, aunque en pantalla, solamente 6 ocupan un papel protagonista en la figura interpretada por McAvoy. Pero Shyamalán, como iba diciendo, se enfrenta a esta disociación como una posible señal de muestra de poder, no de debilidad por parte del paciente. Su capacidad de cambiar supera no solo la voluntad del protagonista sino también la normalidad de lo que en medicina normalmente parece una anormalidad psicológica. Lo puro no es necesariamente lo normal o habitual, sino que la imperfección, la impureza viene marcada por un pasado que imbuye con el tiempo al personaje de McAvoy en un universo diferente y desde el punto de vista de su médico incluso superior.
Lo que está claro es que Shyamalán con este pretexto vuelve a afrontar un poderoso y muy bien filmado thriller psicológico, como el dice, de los que dan miedo, aún sin pertenecer al género del terror. Miedo porque se adentra en el alma y en el cerebro humano de una manera tan acertada que , incluso el espectador llega a sentir cierta empatía por esos personajes tan oscuros y distópicos que dominan sus mejores películas. Para ello qué mejor que ambientar la cinta en pequeños espacios cerrados y claustrofóbicos. Como víctimas tres jóvenes, de las que una de ellas resalta por su independencia y diferente manera de ver la compleja situación en la que se encuentra, algo que iremos descubriendo conforme avanza la película. Esta muchacha está interpretada por Anya Taylor-Joy, a la que descubrimos en "La Bruja". Su personalidad cumple francamente bien en la difícil tarea de plantar cara a un increíble y portentoso James McAvoy. Su capacidad actoral avalada, como bien dice Shyamalán, por su experiencia teatral en los escenarios británicos, seguro que le ha servido para desarrollar con gran capacidad el reto de interpretar con un mero cambio de ropa y su variedad y dominio facial, todos y cada uno de las distintas personalidades a las que caracteriza en su papel.
Shyamalán ha vuelto y lo ha hecho con sobresaliente, construyendo y fusionando en su película lo mejor del thriller psicológico y de suspense con cierto halo de fantasía o misterio, que sobrevuela lo factible, alcanzando lo increíble, sin perder, casi nunca la referencia que lo une a la realidad de lo humano. ¿Esta película sería lo mismo sin la actuación de McAvoy? Posiblemente no, pero sus mimbres, la capacidad de construir un guión tan robusto, aún rozando en algún momento la debacle, un gran dominio con la cámara y la siempre acertada elección de sus bso, hacen de las producciones de este director, creaciones no solo interesantes sino también sorprendentes, no solo en los argumental, sino también en su estética y digámoslo así, en su propia marca de la casa.