No es la primera vez, y espero que no sea la última, que se me ocurre acercarme por pura casualidad a una de esas películas que su estreno apenas pasa por las pantallas de cine o que incluso se estrena directamente en plataforma, y encontrarme con una de esas joyas que quedan imperecederas en la mente de uno. Me refiero a Sueños de trenes. Las razones para acercarme a ella no son por mera casualidad. Por un lado, su director es Clint Bentley, director de un par de películas semidesconocidas pero muy interesantes, como son Transpecos y El jockey, además de Sing sing, un film que recibió no pocos parabienes de la crítica, el año pasado, incluidas tres nominaciones a los premios Oscar. Por otro lado, su actor protagonista es el australiano Joel Edgerton, uno de esos actores que casi siempre acierta con los papeles elegidos, otorgándoles un carácter y una presencia siempre interesantes. Y por último, y no menos importante, la película es una adaptación de un libro del escritor estadounidense Denis Johnson, premiado por el premio Aga Khan de la reconocida revista cultural The Paris Review, y ganador por otra de sus novelas, del National Book Award y finalista al premio Pulitzer.
La trama gira alrededor de un leñador profesional, que nos narra su vida a lo largo de la construcción del ferrocarril en el primer cuarto del siglo XX, en el estado de Idaho, donde los inmensos bosques y sus frondosos y enormes habitantes arbóreos, forman parte de su vida y obra. Su trabajo depende de las temporadas en la que se produce el avance de la construcción de los raíles que unen el país, y en su día a día, nos reproduce su relación especial con su trabajo y con las personas con las que comparte una profesión tan dura y como peligrosa. Casado con una esposa fiel y abnegada, forma una familia con una hija recién nacida, con la que crea un hogar lleno de amor y felicidad, pero con los vacíos provocados por sus idas y venidas al trabajo. Un día sucede un hecho que cambiará su vida y su relación con el entorno en el que vive, llevándole a afrontar su nueva situación con unas prioridades absolutamente diferentes a las que hasta entonces conocía.

Lo fascinante de la película es cómo su director nos presenta la relación del protagonista con su entorno y su trabajo. En forma de pequeñas escenas tan bellas como sugerentes, nos va mostrando cómo eran aquellos hombres que como leñadores, trabajaron cortando árboles y abriendo los caminos que crearon las comunicaciones en los EEUU, todos hombres fuertes y curtidos, medio vagabundos que afrontaban los riesgos que tenía aquel trabajo de manera ordinaria. Las bastas regiones frondosas aparecen magníficamente fotografiadas y mostradas por una cámara, sin engaños y fiel a semejante belleza, acompañadas de unos diálogos, parcos pero profundos, de quienes afrontan aquellas vidas.
La profunda sensibilidad con la que afronta el director toda la trama y las circunstancias que rodean la vida del leñador, imprimen carácter y hondura a un film que resalta por su fotografía, ambientación e interpretaciones. La franqueza de los pensamientos del narrador protagonista y de los diálogos con los demás personajes, todos imprescindibles, muestran el clarividente origen literario de la película. Bellísima en fondo y forma, es capaz de mostrar al espectador, con la misma claridad y verdad, la felicidad que la soledad y el amor pueden aportar rodeados de semejantes parajes, como también y contradictoriamente, el dolor y la pérdida que aquellos mismos lugares pueden generar en otras circunstancias muy distintas. La vida continua para un protagonista que camina a lo largo de su vida entre aquellos extremos encontrados en su azarosa existencia tan cercana y afín a los bosques donde trabaja y vive. Sueños de trenes es de esas películas que desgraciadamente pasarán desapercibidas, ahogada por los estrenos mediáticos y las grandes producciones de este fin de año. Sin embargo, es una de esas obras de arte que debe dejar huella, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta, en un ejercicio cinematográfico digno de alabar por su bellísima presencia y profundo mensaje. No os la perdáis. Insisto.



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