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lunes, 8 de diciembre de 2025

"Misión en París"

No voy a entrar a comentar los años que ha tardado Arturo Pérez Reverte en recuperar el personaje de Alatriste para los lectores, pero sí que voy ha decir que me alegro y mucho de su regreso al Siglo de Oro español y a las aventuras y enredos con los que disfruté desde que en aquel lejano ya, año 1996, publicó su primer entrega del capitán. Ahora soy un lector diferente, más entrado en lecturas y mucho más crítico, y conociendo las debilidades literarias de las novelas protagonizadas por el personaje, debilidades que de nuevo se han repetido, como no podía ser de otra manera, debo reconocer que en algunos tramos de esta entrega he disfrutado muy mucho de su lectura.

En esta ocasión, la situación traslada al lector al año 1628. Alatriste y sus compañeros, se han librado no hace mucho, temporalmente en la novela, de su última aventura en Venecia. Los encontramos, no por casualidad, en el París gobernado por Luis XIII y su favorito el cardenal Richelieu, acompañados del gran Francisco de Quevedo, por orden del Conde de Guadalmedina. Una nueva misión acecha en el horizonte, localizada entre el París de unos conocidos mosqueteros al servicio del rey Francés y el famoso sitio de La Rochelle, último bastión y puerto controlado por los hugonotes, apoyados por la Inglaterra de Jacobo I y el duque de Buckingham. 

APR nos sitúa la acción entre la capital francesa y el cerco localizado alrededor del puerto francés. En este cuadro histórico, el autor aprovecha, en mi opinión, de una manera fantástica la presencia en aquella época de los famosos personajes creados por Alejandro Dumas en su novela Los tres mosqueteros. Y como no podía ser de otra manera, los cruza con acierto y mucho respeto con el capitán Alatriste y sus compañeros de aventuras. Esto le sirve de excusa perfecta para batirlos en duelos, enfrentamientos y diálogos punzantes, pero también extremadamente honorables, en un choque entre hombres de honor y duchos en la espada. Entre estos encuentros, los protagonistas deberán estar a merced del encargo de Guadalmedina y su ahora protegido, Quevedo, hasta conocer una misión que tarda en llegar algo más tarde de la mitad del libro más. Mientras tanto, el autor hace vagar a los suyos sin aparentemente un cometido, más allá de la espera, algo que se hace algo larga. Y es aquí cuando aprovecha para recuperar también al viejo Alquézar y como no, a su hija, la amada y la perdición de Íñigo, personaje al que tengo una especial manía y al que, en mi opinión, se dedican demasiadas páginas en esta entrega, pero esto es una opinión muy personal y subjetiva del reseñador. Entiendo la presencia de la joven en la vida de Íñigo y además, en esta ocasión, me da que su aparición hace de introducción necesaria a la que sería la siguiente y posiblemente última entrega de Alatriste. Veremos.

A partir de aquí y cuando los protagonistas viajan a La Rochelle y conocen su plan  pensado y creado por el omnipresente Conde Duque de Olivares, la novela crece en emoción y aventuras, haciendo entrar en acción a Alatriste y los suyos, e interpelándolos con grandes conocidos como el propio Richelieu y, de soslayo, el gran Ambrosio Spínola. Por supuesto el recuerdo de los tercios españoles y de Flandes sobrevuela toda la novela, con sus pesares y glorias, sus victorias y sufrimientos, de los que han participado Alatriste, Íñigo y Copons, otro de los infalibles amigos del capitán, al que se une un tal Juan Tronera, un personaje bienvenido en la trama. Por supuesto, las quejas, la retranca, el orgullo y los comentarios inoportunos pero claros y ciertos de Alatriste, se muestran página tras página, tal y como nos tenía acostumbrado el autor. Los diálogos siguen siendo rápidos y ágiles, a veces, pocas, pretendidamente profundos en cuanto a la implicación en la guerra de la corte española en sus territorios, el trato a la soldadesca, el espíritu combativo de los tercios o el servicio a la patria, tan poco seductor y deudor de tantas cosas, como inevitable para el que no tiene ni conoce otra manera de subsistir. 

He leído la novela con gusto y no os engañaré que con ganas, y la he encontrado entretenida, justa en la propuesta hecha por el autor, con el bagaje literario y de estilo que ya conocíamos y, por eso, le perdono sus debilidades... Bueno no todas. Esas páginas volcadas en la hija de Alquézar me sobran por lo que apuesta en ellas, aprovechando la debilidad amorosa de un Íñigo que me ha gustado menos que en otras ocasiones. Sin embargo, el capitán Alatriste esta en su sitio, porque no le corresponde otro y así se lo ha ganado para él y su personaje, el autor. Que es una novela irregular, cierto es. Que no se nota evolución respecto a sus anteriores siete libros precedentes, también es cierto, pero es que solo ha pasado un año en la historia desde su última aventura, y no los catorce años reales desde su anterior entrega. Alatriste no tenía que evolucionar, ni tampoco así su narrativa y fondo literario. ¡Qué narices! No es su mejor entrega del capitán, pero el lenguaje y el estilo utilizado me sigue entusiasmando y situando en la época y los hechos presentados, además las aportaciones y las ideas propuestas en esta ocasión, en cuanto al país en donde se desarrolla, el cruce con los personajes de Dumas y el último tercio desarrollado en La Rochelle, bien han merecido el viaje en el tiempo y su lectura, sin más aspiraciones, sin más enredos literarios. Bienvenido de nuevo, capitán.

 

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