1862. Mientras en el este se libra la Guerra de Secesión estadounidense, un grupo de voluntarios nordistas es enviado al oeste para explorar aquella zona fronteriza, tan alejada de la guerra como desconocida e inhóspita. Poco a poco el grupo se ve acorralado por la soledad, el frio invernal y la tensión acumulada en la monotonía del día a día. A la juventud de muchos de los soldados y su inexperiencia se suman los peligros que se intuyen pero no se ven en la consecución de su misión.
Roberto Minervini, ganador por esta película, del premio a mejor director en Cannes en la sección Un Certain Regard, presenta a esta patrulla de jóvenes e inadaptados con la excusa de mostrar al espectador, con un sosegado realismo con aura de experimento naturalista, la aburrida cotidianeidad de las marchas y las noches en territorio desconocido y quizás hostil. El aprendizaje diario, la rutina, las vigilancias en la intemperie y las letanías rezadas a un dios deseado, rellenan las largas horas transcurridas en la inmensidad de un escenario invernal y yermo. Sin embargo, a esto se une el estado de guerra en que se localiza aquel grupo de soldados, conocedores de que en su misión, pueden encontrarse con el enemigo, aunque sea en un territorio tan lejano pero siempre hostil. Su destino les es desconocido y, aún así, deben cumplir las tediosas labores diarias de un pequeño campamento, viendo pasar las horas sin un objetivo puntualmente delimitado.
El espectador es testigo de este devenir lento, rutinario y, a veces, repetitivo, gracias a la labor de un director detallista en esmero en trasladar aquel tedio, mediante primorosos primeros planos y una fotografía digna de mención, en un juego inteligente entre una iluminación sin aditivos artificiales y un compendio de escenas de gran belleza, donde el naturalismo escénico y cotidiano refleja casi sin palabras, lo que le sucede a la patrulla. A esto se une el ejercicio por el cual, la visión de sus componentes es la que percibe el espectador directamente de lo que sucede a su alrededor, contagiándole de los momentos de tedio, de conversación y de tensión ambiental. Los largos silencios escénicos se mezclan con conversaciones, unas banales y, conforme avanza el film, otras más existencialistas, mediante gracias a ellas, y no solo por las imágenes transmitidas en la pantalla, el espectador comparte la soledad y las experiencias de aquellos hombres minúsculos en la inmensidad del paisaje y de una guerra que les persigue allá a donde vayan.
Entiendo que hay a quienes esta película les parecerá tediosa y aburrida. Sin embargo, la profundidad con la que refleja las debilidades y dudas de unos hombres condenados a una misión en la frontera lejana al oeste de las praderas, resulta especialmente bien definida como si lo transmitiera en forma de un documental, género del que el director es un especialista. El día a día de aquellos hombres se comparte al mismo ritmo con el que ven pasar las horas y los eventos a los que se ven destinados a vivir, creándoles dudas, esperanzas, miedos y obligaciones asumidas, de la manera más solitaria posible. La juventud y la veteranía se conjugan en esta experiencia antibelicista y concentrada en realizar un profundo análisis de ser humano, del soldado localizado en estas situaciones de monotonía y tensión. En mi opinión, el resultado es notable, no solo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta, en un ejercicio cinematográfico bellamente y detalladamente fotografiado. Por cierto, los actores carecen de experiencia en interpretación cinematográfica... y se nota, para bien.
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