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jueves, 1 de febrero de 2024

"Pobres criaturas"

Del director griego Yorgos Lanthimos se puede esperar cualquier cosa. Sus excepcionales películas previas a la que hoy reseño, ahondan en la compleja humanidad de las personas que habitamos nuestro mundo. Películas como Langosta, El sacrificio del ciervo sagrado La favorita no solo demuestran su alta capacidad para crear misteriosos y sorprendentes ambientes en los que localizar a sus personajes, sino que también muestra su gran solvencia en la creación de personajes. Personajes aparentemente tan distantes a la realidad que nos rodea pero que, sencillamente, en forma fabulada, protagonizan una profunda disección de los sentimientos, las debilidades y la realidad de la compleja y en ocasiones contradictoria presencia humana en la sociedad. Y cómo no podía ser de otra manera, con Pobres criaturas, el director vuelve a meter el dedo en la llaga en las etiquetas y la querencia social y cultural que formula las normas y reglas a las que la sociedad y, en este caso en particular, las mujeres se deben adscribir sin remedio.
La trama nos sitúa en Londres, en la década de los años ochenta del siglo XIX. El Dr. Godwin Baxter es un excéntrico cirujano dedicado al estudio de la anatomía y del cerebro del ser humano. Durante sus clases en la universidad, contacta con un joven estudiante al que invita a su mansión para hacer un seguimiento diario a su pupila, la joven Bella, una criatura en pleno aprendizaje vital, aparentemente y físicamente adulta, pero que actúa como si se tratara de un ser recién nacido en pleno aprendizaje en todas las facetas de la vida. Con tal de protegerla del exterior, Baxter no permite a la muchacha salir de la casa, hasta que conoce a un libertino abogado que la embarca en un largo viaje lleno de descubrimientos, sexo, aprendizaje y liberación.
Lanthinos nos propone una fabulosa fábula llena de imaginación y humanidad, en la que muestra, a su manera, la evolución y el aprendizaje de Bella como si se tratara de una criatura creada desde cero en un cuerpo humano ya desarrollado, en el intento de mostrar al espectador la transmutación que experimenta intrínseca y externamente consigo misma y su entorno. La base de este desarrollo evolutivo y de madurez, es el juego de la libertad y raciocinio con el que impregna al personaje de Emma Stone, magnífica en una actuación extremadamente valiente, sin tapujos, en la que el experimento físico y mental  conjuga el aprendizaje con todo lo que de novedoso se presenta ante ella. Lo interesante de la propuesta del director, es el libre y aparentemente equilibrado albedrío con el que juega la protagonista a la hora de tomar sus decisiones libres y espontáneas. En ese transcurrir por una serie de capítulos o escenas, somos testigos del desarrollo que experimenta en aquel viaje en el que descubre el placer físico, la felicidad corporal, la tristeza y el sufrimiento, la capacidad de aprendizaje, la libertad de decisión y el desarrollo intelectual, como sumun de esta larga y aparentemente sencilla experiencia, basada en la libertad de elección, independientemente de opiniones y presiones externas e interesadas.
Si bien pudiera dar la sensación que se abusa de situaciones aparentemente incómodas, conforme avanza la película, y en base a su presentación en forma de metáfora o fábula fantasiosa, el espectador va vislumbrando la frescura e inteligencia con la que se le presenta un mundo injusto y duro, lleno de egoísmos, abusos y desgracias. Sin embargo, la presencia de Bella y la dirección de Lanthimos logran transmutar todo ello en una proeza visual e intelectual llena de guiños, momentos surrealistas, actos de fe y amor, y mensajes de libertad y capacidad personal de decisión. Todo ello planteado en un escenario visualmente maravilloso, lleno de excesos y ambientes que bien podían haber sido sacados de un cuento o de la ensoñación fantasiosa de Julio Verne. A nivel de diseño de producción estamos ante una de las apuestas más importantes del año, a lo que se suma el manejo de la cámara en múltiples y forzados planos, grandes angulares y, especialmente, del uso de lentes de ojo de pez, que aportan esa visión cinematográfica tan propia del director. 
Más allá de todo ello, y del mensaje de una película que recuerda en su estética a las creaciones de Wes Anderson y de Jean Pierre Jeunet, su director se ha rodeado de un elenco de intérpretes que completan una magnífica actuación. A la extraordinaria Emma Stone, sumamos un sorprendente y acertado Mark Ruffalo en su personaje más histriónico, y al siempre magnífico Willem Dafoe, en la figura del médico cirujano incomprendido volcado en sus experimentos, en un papel protector, pero ante todo paternal y que tanto recuerda a la figura del Dr. Frankenstein. Todo lo cual, unido a una partitura tan acertada como surrealista, realizada por el novel compositor Jerskin Fendrix, conforma una valiente, preciosa, majestuosa e inteligente película, de la que se pueden realizar muchas y profundas lecturas. Bravo, bravo, bravo.



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