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jueves, 8 de febrero de 2024

"Los que se quedan"

 

Alexander Payne es de esos directores de género reconocibles por el perfil de sus films y la humanidad de sus tramas. En su historial aparecen películas de calidad suficientemente reconocidas, como Entre copas, Los descendientes Nebraska, todas ellas valoradas sobradamente a nivel de premios, crítica y público. Como no podía ser para menos, ha sucedido algo parecido con su última propuesta. Los que se quedan está funcionando muy bien a todos estos niveles, algo que no sorprende, dado el buen hacer de su director en cuanto a la selección de actores y actrices y, especialmente, en la implicación humana y sentida del guion propuesto, muy cercano al espectador por su aparente cotidianeidad y, particularmente, por su perfil amable.
En este caso, la trama de la película en cuestión traslada al espectador a finales de los años sesenta. Llega la Navidad al colegio Barton de Nueva Inglaterra. Profesores y alumnos celebran la última comida en comunidad antes de salir de vacaciones y volver a sus hogares. Pero no todos pueden hacerlo. Algunos alumnos deben quedarse en la institución debido a que no pueden viajar a casa por diferentes razones, por lo que un profesor debe sacrificar sus vacaciones y quedarse como tutor en el centro. Esta tarea le corresponde a Paul Hunham, un solitario y gruñón profesor de Historia Clásica. Sin embargo, nada más empezar las vacaciones los alumnos que allí se quedaron son invitados a irse a esquiar, por razones que no viene a cuento. Solo uno de ellos, incapaz de localizar a sus padres y conseguir su permiso, tendrá que quedarse en el colegio junto al profesor y la cocinera del centro, quien acaba de perder a su hijo, antiguo alumno y caído en combate en Vietnam.
Payne desarrolla el día a día en la relación de estos tres personajes a lo largo de la Navidad, ofreciendo al espectador sus traumas, penas, esperanzas y experiencias en común, en un hermoso ejercicio de humanidad, solidaridad y acercamiento entre personas de diferente raza, edad, interés vital y origen social. Por supuesto, cada uno de los personajes contiene en sí mismo una vida con sus propias dificultades y realidades que, en ocasiones, hacen que sus personalidades choquen, especialmente en la relación entre alumno y profesor. Si bien el protagonista absoluto esta personificado por Paul Giamatti, nexo de unión y caudal dramático de la historia, el juego planteado por la cocinera, propuesto como enlace conciliador entre maestro y discípulo, y la propia intrahistoria del alumno, les convierte a ambos, en dos de los imprescindibles pies del trípode en que se basa una película amable, en fondo y forma que, inevitablemente nos lleva a recordar la incontestable influencia de cintas como El club de los poetas muertos, Esencia de mujer o El indomable Will Hunting. 
Precisamente creo que éste es el hándicap de una película que navega en terreno conocido, sin arriesgarse en ningún momento a perder pie en su presentación y alegoría. Sin embargo, es innegable que la dirección firme y reconocible de su director, un clásico indeleble de la cinematografía estadounidense más amable, y la elección de sus intérpretes, especialmente acertada, otorgua a este film cierta aura de calidad y buen hacer. Es en este último apartado, en el de la interpretación, donde quiero enfatizar el acierto, nada casual, de su elección e importancia en la película. Dominic Sessa, en el papel del díscolo pero inteligente estudiante, es la propuesta novel del film. Su interpretación resulta convincente y particularmente, disfruta de un soliloquio nada corto y con la cámara fija en él, que lo presenta como un actor en ciernes con proyecto de futuro, siendo la propuesta más fresca de la película. 
La cocinera esta interpretada por una soberbia Da´Vine Randolph, en un papel controlado, sin aristas ni sobre actuación, en la presentación perfecta de una mujer de color que conoce su trabajo y sus obligaciones y que acaba de perder a su hijo en Vietnam, un hijo que, por cierto, se presentó voluntario para, a posteriori, lograr una beca para la Universidad, ese mundo entonces vetado a personas sin recursos, muchas veces pertenecientes a ese mundo de color tan apartado de la sociedad de los EEUU. Sin embargo, la discriminación racial aparece en el film de manera secundaria, elegante y casi inapreciable. He ahí uno de los puntos de amabilidad algo forzada de la peli, en la presentación de unos años complejos, racialmente hablando, en los que se ambienta.
Para finalizar, debo comentar el magnífico trabajo de Paul Giamatti, un actor aplaudido por crítica y público, que interpreta un papel medido y a medida, al igual de aquella magnífica actuación presentada en la maravillosa Entre copas, del mismo director. Porque no podemos negar, que este tipo de papeles son los que borda el ya veterano actor, en su interpretación humana y cercana del excéntrico y solitario profesor de Historia. Y lo hace en la línea de aquel papel del aficionado al vino que nos presentó Payne hace ya veinte años. Su encarnación de un enamorado de la docencia y de la historia, no escapa al perfil crítico de aquellos profesores de las películas que al principio he comentado, en las que estos personajes solitarios pero volcados en la docencia pura y salida del corazón, luchan contra la burocracia académica, convirtiéndose a la vez en alguien apartado del claustro institucional. Giamatti borda su papel, pero quizás éste mismo rol que tanto lo ejemplariza, lo banaliza, precisamente, por mostrar ese perfil tan repetidamente plasmado cinematográficamente en la figura del profesor solitario y fiel a su doctrina de enseñar y formar personas. En definitiva, bien por Payne, en su realización de una película, fiel a su estilo, formalmente perfecta y de bonita factura y amable presentación, pero que creo, le falta cierto riesgo formal y le sobra algo de blandura en su fondo dramático. Lo mejor, sin duda, las interpretaciones de sus tres protagonistas. Lo menos bueno, que en realizad todo me suena, su principio, su recorrido y su final. 




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