Tras publicarse la noticia de sobre quien recaía el premio Nobel de Literatura correspondiente al año pasado, rebusqué en Google el nombre de la galardonada porque, como en otras ocasiones, no reconocía su nombre. Sin embargo, conforme leía sobre ella recordé que mi buen amigo Carlos Ollo me había recomendado alguno de sus libros en alguna ocasión y, poco a poco, leyendo sobre la autora en los papeles periodísticos dedicados a la cultura, me di cuenta que seguramente haría bien en acercarme a alguna de sus obras. Dicho y hecho, repasé las tramas de algunas de sus novelas y por mediación de mi librería de referencia, encargué la novela que hoy reseño en las páginas de mi blog.
El inicio de Los armarios vacíos vaticina una novela directa, dura y escrita desde el corazón. La primera escena nos describe las sensaciones de la protagonista tras realizarse un aborto. El desconcierto de la joven, las sensaciones físicas y psíquicas provocadas como consecuencia de la interrupción voluntaria del embarazo, marcan al lector la línea que la autora va a seguir en la consiguiente vivencia de los recuerdos de su infancia y adolescencia en el hogar familiar, cuyo centro neurálgico está protagonizado por un lúgubre y odiado doble local, donde sus padres mantenían un pequeño ultramarinos y almacén, junto al que regentaban una oscura y sucia taberna donde los jornaleros y trabajadores del pueblo se emborrachaban noche sí y noche también. Es alrededor de este micro universo donde la autora describe sus propias vivencias en las que un delicado equilibrio vital se desarrolla entre la supervivencia económica de la familia, el día a día con las señoras que acudían a comprar y cotillear al ultramarinos, y el contacto con aquellos asquerosos y mirones borrachuzos que echaban las horas en aquel local, bajo el calor del alcohol que ingerían.
La joven protagonista cuenta sin ambages ni medias tintas, como va creciendo en su personalidad y en su descubrimiento del sexo, en un entorno al que va odiando y despreciando en base a unos padres de los que se va alejando página a página y a los que menosprecia por su incultura, su falta de educación y su mísera realidad vital. Arropada en su buen hacer en el colegio, su amor por los libros y por su experimentación en un mundo donde el sexo está por explorar, su gran aspiración es escapar de ese mundanal universo de cotilleos, recriminaciones, peloteos a las clientas y manoseos de cuatro borrachos sucios y desdentados. Todo lo que le ha dado de comer y le ha llevado a recibir una educación superior a la que tuvieron sus padres, le reporta odio, lejanía y asco por aquello que desea dejar atrás.
Este enfrentamiento con el mundo de sus progenitores sirve de nexo de unión en el desarrollo de su infancia y adolescencia, trasladado negro sobre blanco, en una narrativa seca y escueta, pero altamente sentida, humana y llena de resentimiento. Una vez que el lector entra a hurtadillas en sus pensamientos llevados al papel, es complicado deshacerse de cierta cercanía con la protagonista, capaz de trasladar con cierta amargura y utilizando frases cortas y firmes, su compleja y odiada realidad. Su rebeldía y deseo de huida de ese entorno que la estruja y ahoga, hace de ella una buscadora de su propia libertad, una libertad que liga y fusiona en la historia que cuenta, con el doloroso e inevitable aborto con el que comienza el libro.
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