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domingo, 9 de octubre de 2022

"La carretera" - Cormac McCarthy

Un hombre y su hijo deambulan por una carretera en un mundo devastado por un cataclismo que ha dejado los campos improductivos, llenos de ceniza, una capa de nubes que nunca deja pasar la luz del sol y, por tanto, una climatología siempre adversa y fría. Han pasado años desde que sucediera este evento, ya sea producto de la mano humana o de la propia naturaleza, y no es fácil cruzarse con alguien por el camino, más allá de que la falta de alimentos, animales y cultivos, han llevado al mundo al hambre, y por tanto, a la inseguridad, la violencia y a la desconfianza de quienes quieren sobrevivir. Un hombre y su hijo caminan por una carretera hacia el sur, buscando el mar y un lugar donde encontrar hombres y mujeres buenos, buscando una seguridad perentoria, ante un mundo yermo y salvaje, hostil a la vida y al sentimiento de humanidad.


Cormack McCarthy, escritor del que he leído Meridiano de sangre, y la Trilogía de la Frontera compuesta por las novelas, Todos los caballos hermososEn la frontera y Ciudades de la llanura. Ganó el premio Pulitzer, con esta novela que hoy reseño, en el año 2006. Su planteamiento está basado en la relación de un padre, conocido como hombre, y un hijo, que subsisten en un mundo apocalíptico, en el que no quedan casi recursos de vida y donde el fin primordial es sobrevivir, no solo a las inclemencias y al hambre, sino también frente otros hombres supervivientes. Mientras los personajes andan por una carretera avanzando casi sin descanso, la relación de padre e hijo se enfrenta al reto de mantenerse con vida y, lo que no es más sencillo, a mantener un vínulo de paternidad y cariño entre ambos, dado a desaparecer entre tanto peligro, tanto hambre y desconfianza en lo que el mundo les depara. 

McCornack ofrece al lector un libro escaso en páginas, directo y rápido en sus escasos diálogos, y expeditivo y duro en lo que nos cuenta. La dureza del día a día de ambos protagonistas en su búsqueda por sobrevivir en un mundo asolado y peligroso, llega a conmover y ahogar el alma del lector. El afán del hombre por proteger a su hijo, mientras intenta por todos los medios que no pierda la confianza en él, se enfrenta al crecimiento de un niño que no es ajeno a lo que sucede a su alrededor. El padre se aferra a una vida que se escapa mientras intenta insuflar en el hijo una esperanza que no solo se pierde entre los dedos, sino que además, cuesta creer en ella. En sus cortas y directas conversaciones podemos entrever como intentan aferrarse a una moral casi perdida en ese mundo desolado, aunque aferrándose a sobrevivir, para lo que tienen que enfrentarse al dilema de cruzar la raya que les separa de la maldad y la violencia establecida en un mundo en el que, a priori, ya no hay sitio para la bondad, la caridad, ni siquiera para la solidaridad. Su único fin es no morir y seguir caminando... Pero, ¿Realmente vale la pena hacerlo? ¿Realmente vale la pena pasar por ese sufrimiento? Ese el el gran dilema, entre otros, que presenta esta novela.

McCormack es un escritor sin pelos en la lengua, con tendencia a acometer con intención todos y cada uno de los valores y maldades que habitan en el ser humano. Frente al amor, nunca faltará el odio; frente a la caridad, nunca faltará el egoísmo; frente a la paz, nunca faltará la violencia; frente a la esperanza, nunca faltará la desesperanza; frente a la supervivencia, nunca faltará la extinción... En sus novelas, y más en esta que nos ocupa, el autor juega con la soledad de la inmensidad de un territorio devastado, en el que la ley se rige entre quedarse en un lugar y morir de inanición o por culpa del ataque de otros grupos humanos, o ponerse en camino hacia quién sabe dónde, y jugar con la esperanza de encontrar quién sabe qué. La cuestión, en este caso, es no rendirse ante lo que parece un fin inevitable. Es por ahí, por donde dirige el autor la intención del hombre protagonista por educar y dirigir por un camino que no lleve hacia la muerte a un niño que, desgraciadamente, tiene que vivir con lo que el destino le ha deparado: Un mundo terrible, violento y desalmado. 

McCormack mete el dedo en la llaga haciendo estremecerse al lector en ese deambular de quienes no saben hacia donde deambulan, aún intentando, como dicen ello, ser hombres buenos y no convertirse en hombres malos. Porque al final, estemos donde estemos, alcanzar la maldad y la rendición resulta más fácil que insistir en no perder de vista la capacidad de la bondad de uno mismo y, sobre todo, no abandonar la esperanza de que hay algo mejor para todos, algo que si lo buscas sin descanso, termina, quizás, por llegar. La carretera es una novela dura, difícil de digerir y especialmente dramática, pero con todo, a pesar de lo duro del camino, de las salvajadas que nos muestra en sus páginas, en el caminar de un hombre protector y conocedor de que su fin no es salvarse a sí mismo, ofrece también, un halo de esperanza a su hijo y al lector. Un halo que es leitmotiv en sus obras. El esfuerzo tiene recompensa a pesar de lo arduo del camino. Un camino que asusta, hiere y mata.

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