En unos años en los que la figura del Cid ha renovado su imagen en base a la novela Sidi de Pérez Reverte, el ensayo de David Porrinas publicado por Desperta Ferro, El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra e incluso un número publicado hace ya tiempo por la misma editorial y titulado El Cid, no merecía menor reconocimiento, sino más bien más, el personaje de Alfonso VI, a veces tan denostado y ensombrecido por Rodrigo Díaz de Vivar. Rey unificador de un reino dividido tras la muerte de su padre Fernando I, fue uno de los grandes monarcas de la historia medieval peninsular en base a dos importantes acontecimientos, ambos relacionados entre sí. Por un lado, la primera gran recuperación de territorio tras años de dominio musulmán, en detrimento de unas taifas en decadencia años después de la caída del califato Omeya, dando pie a la llamada Reconquista. Por otro, la conquista de Toledo, antigua capital visigoda y paso obligado en la búsqueda de una referencia a la unidad peninsular bajo la cristiandad.
El primer artículo nos sitúa en tiempo y espacio en referencia tras la muerte de Fernando I y el reparto del reino entre sus hijos Sancho, quien ostentará Castilla, García, gobernante de Galicia y el propio Alfonso, rey de León. Cada uno de estos territorios venían acompañados de las correspondientes parias de las taifas musulmanas. Las desavenencias entre los tres hermanos no tardan en surgir provocando primero, la caída de García y después, el choque frontal de Sancho y Alfonso, hasta la victoria de éste bajo los muros de Zamora. En un segundo artículo se detalla el apoyo de la Iglesia y de la abadía de Cluny a un Alfonso empeñado en estampar su nombre y dinastía en el mapa de la cristiandad europea. Un tercer artículo se explaya en la expansión territorial liderada por Alfonso VI, mediante cuya presión logra empujar hacia el sur a la taifa de Badajoz, recuperar para la cristiandad el territorio enmarcado entre el Duero y el Tajo, culminada con la toma de Toledo, y arañar terreno a Navarra y la taifa de Zaragoza, hasta convertirse en el rey más poderoso de la península. Un cuarto artículo ahonda en profundidad la compleja relación de la nobleza con los acontecimientos sucedidos alrededor de Alfonso y su corte. Las parentelas nobiliarias marcaron las diferencias internas en el reino, y protagonizaron la vida en palacio y el servicio al rey.
En una segunda parte de este número, los artículos se refieren a lo acontecido desde el momento de la llegada a la península de los almorávides, tras las repetidas peticiones de ayuda de unas taifas enfrentadas no solo con el rey castellano leonés, sino también entre ellas e incapaces de unirse frente al rey cristiano. Y llegaron los almorávides para quedarse. Un completo artículo sobre sus raíces, incursiones en el sur peninsular y los diferentes enfrentamientos sucedidos nos introduce en este periplo que marca el crepúsculo del dominio y la iniciativa de Alfonso VI. Dos batallas dos, protagonizan el siguiente artículo. Sagrajas (Zalaqa) y Uclés marcan el dominio almorávide. Sendas derrotas son terribles para un Alfonso creído de sí mismo e incapaz de taponar la entrada de los del norte de África. Ambas batallas se separan por veintidós años. Y será en Uclés donde Alfonso, no solo pierda la iniciativa lograda años antes en su avance hacia el sur, sino que además perderá a su único hijo varón y pilar de su dinastía. En un último artículo, se cuentan las consecuencias de este suceso y la posición preeminente de doña Urraca protagonista de una compleja crisis sucesoria. Pero eso ya es otra historia.
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