Tras los ensayos Kiev 1941 y Operación Tifón, Ediciones Salamina ha publicado recientemente el libro con el que David Stahel cierra la intervención alemana en la Unión Soviética durante el año 1941. Moscú 1941 es la continuación de la Operación Tifón a lo largo de la segunda mitad de noviembre y los primeros días de diciembre y significó el último esfuerzo alemán por conquistar la ciudad la capital soviética.
El autor continua desgranando las circunstancias que rodearon aquellos últimos meses en que la Operación Tifón pretendió ser el golpe que derribaría al coloso soviético. Sin embargo, tras los retrasos producidos las bolsas de Viazma y Briask, el invierno bloqueó el avance de unas tropas mermadas debido al agotamiento, los problemas de suministros y de mecánica de los vehículos, además de la llegada de las lluvias, el barro, el frío y la nieve. Tras la pausa operacional de primeros de noviembre, Hitler, Halder y Bock buscarán penetrar en las defensas soviéticas y, en primera instancia, rendir Moscú. Lo que en principio era una invasión calibrada y preparada como un gran movimiento Blitzkrieg denominado Operación Barbarroja y después Tifón, se convirtió en una guerra de aniquilación en el Este, en donde el exterminio y carta blanca para cometer crímenes de guerra, estaban al orden del día. Para la población soviética, el hecho de resistir era mucho más que una cuestión de vida o muerte.
Antes de la reanudación de la Operación Tifón a mediados de noviembre, los problemas de abastecimiento era ya un asunto imposible de solucionar. Los uniformes de invierno no estarían preparados a tiempo, mientras que el estado de las carreteras era impracticable. La ceguera alemana chocaría irremediablemente con la voluntad de hierro soviética, más allá de que la capital estaba atestada de tropas de reserva para evitar su caída. Es más, el 7 de noviembre tuvo lugar un gran desfile en las calles moscovitas, elevando la moral y el espíritu combativo soviético. Halder, mediante la Conferencia de Orsha del 13 de noviembre, pretendió empujar a sus mandos a que explotasen los medios disponibles, sin visualizar el estado de agotamiento y debilidad del ejército alemán. Había una alarmante escasez de realismo. Es más, el estado de los instrumentos del supuesto éxito operacional era irreversible. David Stahel no duda en remarcar que la campaña oriental de ese año había destrozado al ejército alemán, mientras el ejército rojo crecía mes a mes. Como había sucedido en meses anteriores, el abismo de entendimiento entre el frente y el alto mando, era manifiesto. La convicción ciega de Hitler en la victoria alemana se mantuvo en el tiempo inexorablemente.
El 15 de noviembre se reanuda la ofensiva. En el sur, Guderian será incapaz de realizar extensos avances, lastrado por la ciudad de Tula, durante ese mes y la primera semana de diciembre. La falta de combustible será uno de los hándicaps de todo el frente. Además del vestuario inapropiado de los alemanes, las bazas de los carros de combate soviéticos, como el T-34 y el KV-1. declinaban la balanza sin remedio. La desmoralización fue un referente continuo en las filas nazis, por lo que la manipulación y desinformación en retaguardia estaba al orden del día. Mientras, Gran Bretaña y EEUU enviaban material en forma de carros de combate y aviación a la Unión Soviética, aportando un importante efecto psicológico. En el norte de Moscú, la ofensiva alemana resultaba tenaz, y a partir del 20 de noviembre, se dieron algunos avances llamativos, aunque las bajas y el esfuerzo resultaron tan sangrantes como definitivamente inútiles. Solo la idea de llegar a Moscú y terminar la ofensiva, hacía que las tropas alemanas no descansaran en su afán. Halder comenzaba a vislumbrar la cruda realidad a finales de noviembre. Las bajas eran irrecuperables. Sin embargo el frente norte de Moscú no desfallece y en el frente del centro se conquista Istra a escasamente 35 kms de las afueras de dela capital.
Moscú ya estaba planificando una contra ofensiva para la primera semana de diciembre. La retaguardia soviética estaba plagada de tropas de reserva y Moscú se mantendría firme sí o sí. La producción de carros de combate era imparable, y mientras la moral estaba en lo alto, la capacidad de asumir inmensas pérdidas hacía a la URSS potencialmente imbatible. La superioridad rusa se presentaba frente al masivo agotamiento alemán. Mientras, Hitler y Goebbles se implicaron en el control de daños, se destinaba a numeroso personal administrativo de retaguardia en dirección al frente. De esta manera se transfirieron 250.000 hombres para suplir las 750.000 bajas producidas por el avance hacia Moscú. En un último intento, Guderian es detenido en el frente de Tula, mientras el Grupo de Ejércitos del Centro estaba excesivamente extendido. Hitler apuesta por una operación de rodeo a Moscú y fuerza un último esfuerzo, en el que el mariscal Kluge será tildado de vacilante. Las culpas del desastre empiezan a buscar sus perceptivas cabezas de turco. Cuanto más cerca de Moscú se encuentran las tropas germanas más lejos esta su conquista. El 3 de diciembre la ofensiva alemana se congela y el día 5, Zhukov ordena el contraataque total de las tropas soviéticas, emulando la ofensiva invernal de 1812. Mares de rusos ocupan el ojo del huracán frente a las destrozadas tropas alemanas.
Staher termina concluyendo que las Operaciones Barbarroja y Tifón trazan las raíces de la derrota de Alemania. Localiza los culpables, no solo en la figura de Hitler, sino también en sus comandantes, quienes cumplieron lo que se les ordenaba. Sus motivaciones venían heredadas del llamado "complejo de Marne" pensamiento que asegura que un último esfuerzo en 1914 hubiera logrado la caída de París. Sin embargo, olvidaban dos factores claves. Por un lado, la capacidad de generación de fuerzas del Ejército Rojo y, por otro, la capacidad rusa de buscar como último fin la contraofensiva, a pesar de su retirada hacia Moscú. El tipo de guerra del "todo o nada" que impulsó a Alemania a su agresiva cultura militar la llevó al desastre. La Unión Soviética presentó gran resistencia y reservas humanas inacabables y esto, declinó la balanza, en base a un grave, gravísimo error de cálculo de Hitler, a la hora de plantear la guerra a Stalin.
El autor continua desgranando las circunstancias que rodearon aquellos últimos meses en que la Operación Tifón pretendió ser el golpe que derribaría al coloso soviético. Sin embargo, tras los retrasos producidos las bolsas de Viazma y Briask, el invierno bloqueó el avance de unas tropas mermadas debido al agotamiento, los problemas de suministros y de mecánica de los vehículos, además de la llegada de las lluvias, el barro, el frío y la nieve. Tras la pausa operacional de primeros de noviembre, Hitler, Halder y Bock buscarán penetrar en las defensas soviéticas y, en primera instancia, rendir Moscú. Lo que en principio era una invasión calibrada y preparada como un gran movimiento Blitzkrieg denominado Operación Barbarroja y después Tifón, se convirtió en una guerra de aniquilación en el Este, en donde el exterminio y carta blanca para cometer crímenes de guerra, estaban al orden del día. Para la población soviética, el hecho de resistir era mucho más que una cuestión de vida o muerte.
Antes de la reanudación de la Operación Tifón a mediados de noviembre, los problemas de abastecimiento era ya un asunto imposible de solucionar. Los uniformes de invierno no estarían preparados a tiempo, mientras que el estado de las carreteras era impracticable. La ceguera alemana chocaría irremediablemente con la voluntad de hierro soviética, más allá de que la capital estaba atestada de tropas de reserva para evitar su caída. Es más, el 7 de noviembre tuvo lugar un gran desfile en las calles moscovitas, elevando la moral y el espíritu combativo soviético. Halder, mediante la Conferencia de Orsha del 13 de noviembre, pretendió empujar a sus mandos a que explotasen los medios disponibles, sin visualizar el estado de agotamiento y debilidad del ejército alemán. Había una alarmante escasez de realismo. Es más, el estado de los instrumentos del supuesto éxito operacional era irreversible. David Stahel no duda en remarcar que la campaña oriental de ese año había destrozado al ejército alemán, mientras el ejército rojo crecía mes a mes. Como había sucedido en meses anteriores, el abismo de entendimiento entre el frente y el alto mando, era manifiesto. La convicción ciega de Hitler en la victoria alemana se mantuvo en el tiempo inexorablemente.
El 15 de noviembre se reanuda la ofensiva. En el sur, Guderian será incapaz de realizar extensos avances, lastrado por la ciudad de Tula, durante ese mes y la primera semana de diciembre. La falta de combustible será uno de los hándicaps de todo el frente. Además del vestuario inapropiado de los alemanes, las bazas de los carros de combate soviéticos, como el T-34 y el KV-1. declinaban la balanza sin remedio. La desmoralización fue un referente continuo en las filas nazis, por lo que la manipulación y desinformación en retaguardia estaba al orden del día. Mientras, Gran Bretaña y EEUU enviaban material en forma de carros de combate y aviación a la Unión Soviética, aportando un importante efecto psicológico. En el norte de Moscú, la ofensiva alemana resultaba tenaz, y a partir del 20 de noviembre, se dieron algunos avances llamativos, aunque las bajas y el esfuerzo resultaron tan sangrantes como definitivamente inútiles. Solo la idea de llegar a Moscú y terminar la ofensiva, hacía que las tropas alemanas no descansaran en su afán. Halder comenzaba a vislumbrar la cruda realidad a finales de noviembre. Las bajas eran irrecuperables. Sin embargo el frente norte de Moscú no desfallece y en el frente del centro se conquista Istra a escasamente 35 kms de las afueras de dela capital.
Moscú ya estaba planificando una contra ofensiva para la primera semana de diciembre. La retaguardia soviética estaba plagada de tropas de reserva y Moscú se mantendría firme sí o sí. La producción de carros de combate era imparable, y mientras la moral estaba en lo alto, la capacidad de asumir inmensas pérdidas hacía a la URSS potencialmente imbatible. La superioridad rusa se presentaba frente al masivo agotamiento alemán. Mientras, Hitler y Goebbles se implicaron en el control de daños, se destinaba a numeroso personal administrativo de retaguardia en dirección al frente. De esta manera se transfirieron 250.000 hombres para suplir las 750.000 bajas producidas por el avance hacia Moscú. En un último intento, Guderian es detenido en el frente de Tula, mientras el Grupo de Ejércitos del Centro estaba excesivamente extendido. Hitler apuesta por una operación de rodeo a Moscú y fuerza un último esfuerzo, en el que el mariscal Kluge será tildado de vacilante. Las culpas del desastre empiezan a buscar sus perceptivas cabezas de turco. Cuanto más cerca de Moscú se encuentran las tropas germanas más lejos esta su conquista. El 3 de diciembre la ofensiva alemana se congela y el día 5, Zhukov ordena el contraataque total de las tropas soviéticas, emulando la ofensiva invernal de 1812. Mares de rusos ocupan el ojo del huracán frente a las destrozadas tropas alemanas.
Staher termina concluyendo que las Operaciones Barbarroja y Tifón trazan las raíces de la derrota de Alemania. Localiza los culpables, no solo en la figura de Hitler, sino también en sus comandantes, quienes cumplieron lo que se les ordenaba. Sus motivaciones venían heredadas del llamado "complejo de Marne" pensamiento que asegura que un último esfuerzo en 1914 hubiera logrado la caída de París. Sin embargo, olvidaban dos factores claves. Por un lado, la capacidad de generación de fuerzas del Ejército Rojo y, por otro, la capacidad rusa de buscar como último fin la contraofensiva, a pesar de su retirada hacia Moscú. El tipo de guerra del "todo o nada" que impulsó a Alemania a su agresiva cultura militar la llevó al desastre. La Unión Soviética presentó gran resistencia y reservas humanas inacabables y esto, declinó la balanza, en base a un grave, gravísimo error de cálculo de Hitler, a la hora de plantear la guerra a Stalin.
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