Sin ninguna duda, una de las películas que hacen sentir al espectador más incómodo a lo largo de sus casi dos horas de metraje. La tensión se masca en cada mirada, en cada gesto, en una trama llena de desasosiegos, dobles sentidos, retos, misoginia, odio y alcohol. Si ya en su momento causó severas críticas, censura y opiniones profundamente encontradas, el hecho de poder disfrutar hace unos meses en pantalla grande y versión original, de este clásico del maestro y outsider San Peckinpah, me ha hecho de nuevo pasarlas canutas, pero también, por otra parte, gozar de la cinematografía y las interpretaciones que ofrece, una de las grandes películas del director californiano.
Dirigida en el año 1971, el film fue rodado en Inglaterra en una época de cambio y revolución en el cine, en cuanto a las propuestas dramáticas y la manera de presentar las historias al espectador. Todo resulta más directo, más crudo y, por tanto, más incómodo, pero también, en muchas ocasiones de una manera más realista, incluso en temas tan complejos y difíciles como la violencia o el sexo, puestos a disposición de directores que ruedan sus producciones sin ambages ni engaños. En este caso, Peckinpah narra el retiro de un joven matemático estadounidense con su joven y bella esposa, en el pequeño pueblo de Inglaterra donde ella se crio. Desde la primera escena, las miradas de la población rural, apática, casi vulgar, se dirigen con mirada turbia, hacia el joven interpretado por un gran, grandísimo Dustin Hoffman, y con la sucia mirada de deseo hacia su bella esposa. Sin embargo, el director no solo muestra al espectador ya incómodo, esos paseos forzados y la trivialidad molesta y burda de los jóvenes bravucones. También se acerca sin apuro, a la vida doméstica y sexual del joven matrimonio, enseñando sus diferencias maritales y de convivencia, de quienes se quieren pero, en el caso del marido, se ha retirado a aquel entorno rural para trabajar en sus fórmulas matemáticas. Es aquí cuando la presencia perturbadora de los jóvenes del pueblo termina por desequilibrar aquella relación y convertir su estancia en la campiña inglesa, en una historia de crueldad, abuso y terror.
A todo esto, Peckinpah no duda en añadir una escenario lleno de misoginia, machismo, alcoholismo, abusos, miedos y muchas horas en la taberna, convirtiendo aquel ambiente en un micro universo insoportable que recuerda a una olla a presión a punto de explotar. El absentismo laboral, unido a lo minúsculo del pueblo, donde todo el mundo se conoce y no existen secretos, ahonda aún más en todo lo que sucede alrededor del joven matrimonio, condenado a encender la chispa que hará explotar un polvorín destinado a destrozar todo lo que les rodea. Sin embargo, el director apuesta por su protagonista, en una postura claramente contradictoria, en su pretensiones referidas, por un lado, a todo lo que le sucede a su mujer, aparentemente sin que él se entere, y por otro, a la defensa de la casa donde habitan. De lo primero, solo comentar la complejidad de la escena culmen acontecida a aquella esposa en mitad del metraje. Es aquí donde la protagonista, Susan George, acomete una escena tan cruda como magníficamente filmada, que marca tremendamente el destino de la trama, en un contexto extremadamente retorcido y desasosegante. Reseñar también, la última media hora de metraje, en la que el director propone y suma a lo anterior, un contexto lleno de violencia y paranoia alcohólica, en la que se desborda la propuesta superlativa del hombre como férreo núcleo de poder, ego y afán protector.
Más allá de todos estos datos, generalmente comunes a la filmografía de San Peckinpah, cabe reseñar y llamar la atención en otros componentes importantes del film. La labor de todo el plantel de intérpretes, en un complicado modelo que como actuar y embaucar al espectador provocándole sentimientos encontrados y difícilmente descriptibles, habla del acierto del trabajo en la dirección de actores y actrices. Por lo demás, la capacidad dinámica en el movimiento de las cámaras y en la creación de esos micro universos cerrados y claustrofóbicos alrededor de la taberna, la sala donde se celebra la fiesta al final de la peli y, sobre todo, dentro de la casa donde vive la pareja, demuestra la buena mano del director, acompañada de un notable trabajo de montaje. La escena en la que Hoffman se encuentra cazando mientras su mujer sufre el ataque en la casa, es fantástica, de las que se recuerdan para siempre. Cabe reseñar el buen hacer de la banda sonora, aparentemente secundaria, pero que si uno se fija, marca cada instante y escena de la película con gran acierto. En definitiva, como decía al principio, Perros de paja no es una película fácil. A mí personalmente me cuesta verla y, sin embargo, otra contradicción más, ya la he visto cuatro o cinco veces en mi vida. Para mí es una de esas producciones que marcan la historia del cine, no solo por su temática, sino también por su cinematografía que apuntala una época importante en la historia del cine, y por supuesto también, en cuanto a su calidad y presencia.
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