No puedo esconder mi debilidad por el cine de Wes Anderson, especialmente desde que disfruté de su maravillosa película El Gran Hotel Budapest. Es desde entonces cuando he revisitado su universo, cuajado de un estilo propio centrado en imágenes, encuadres, colores, preciosismo en su ambientación, curiosos personajes y notables historias. De nuevo, con su estreno de una nueva película, he acudido a la gran pantalla para acercarme a esa manera tan colosal y bella de hacer cine y compartir su visión de la vida.
La crónica francesa, viene acompañada del subtítulo (del Liberty, Kansas Evening Suns), el periódico protagonista de la película. Un excéntrico estadounidense de Kansas, vive en una ciudad francesa donde ha abierto una oficina de su periódico, enamorado por el modo de vivir francés. Gran variedad de historias y personajes plagan de artículos de autor, las páginas de su gaceta. La película se estructura en una serie de artículos en los que se desgranan diferentes historias que homenajean características típicas y tópicas del país y de su cine. Toda ella engloba la belleza de sus calles y paisajes, la diversidad de sus personajes, el arte y la cultura en su sociedad, las revueltas y revoluciones que cambiaron el país, y la cocina, alma mater de su realidad social, todo ello sazonado con esa idiosincrasia tan francesa. Sus gendarmes, sus revolucionarios, sus artistas, sus cocineros, sus villanos, sus periodistas... Todos ellos tienen un mayor o menor espacio en las crónicas que, una serie de escritores o articulistas de prensa, transmiten en sus páginas usando como medio historias personales, llenas de humanidad e imbuidas de la Marca Francia.
Anderson realiza un sugerente homenaje a Francia y a su periodismo de artículos de opinión, de esas crónicas sociales que ofrecen historias curiosas en las que el amor, el arte, la cocina, los sucesos, las diferentes clases sociales o la realidad de los ciudadanos, componen un amplio espectro ideal para su materialización, a su estilo propio tan estéticamente detallado. Como es habitual en él, sus encuadres, paisajes, interiores y movimientos de cámara están estrictamente calculados hasta la perfección. En lo que se refiere a su habitual juego de gamas cromáticas y brillantes coloridos, en esta ocasión es relativo, ya que en gran parte de su metraje las totalidades con las que propone sus crónicas periodísticas juegan en la gama de blancos, negros y grises, con lo que aporta cierto aura de pasado, en un multi universo centrado en décadas anteriores, más propio de los cincuenta y sesenta, en un claro homenaje al cine, entre otros, de la Nouvelle Vague.
Por lo demás, Anderson se vuelve a rodear de un amplio y ecléctico número de estrellas cinematográficas, gran parte de las cuales son ya habituales de sus películas. En este caso, al estar estructurada en forma de varios artículos, no tenemos un protagonista que sobresalga sobre los demás. Es complicado nombrarlos a todos sin dejarse algún nombre. Lo que queda claro es que el director saca oro de sus interpretaciones, sean extensas o exiguas, aportando el toque de chispa necesario a cada uno de sus papeles. Con todo, este bello experimento tiene, en mi opinión, un par de hándicaps. En primer lugar, al estar formado de varias y diversas historias es inevitable hacer notar cierta irregularidad en el metraje total de la película. Es curioso como, tras salir de la sala, todas las personas con las que he coincidido hablan o comentan sobre qué crónicas es su favorita. Esto menoscaba el conjunto de la obra de Anderson y va en detrimento de la misma. Creo, sin llegar a equivocarme, que la mejor trama es la que tiene como protagonista a Benicio del Toro en el papel de ese artista loco y presidiario, y su historia de amor con la bella carcelera, interpretada por la siempre interesante Léa Seydoux. Creo que es la trama más redonda. El segundo hándicap, también diré, de menor importancia que le anterior, es el uso del color monocromático en gran parte de la cinta. Echo en falta en esa parte del metraje la gran y bellísima paleta de colores marca de la casa, aunque entiendo, por ejemplo, que en la historia enmarcada en la pseudo revolución del 68, este juego de colores neutros aporte credibilidad y vigencia a la historia, no así creo yo, en la protagonizada por el secuestro del hijo del jefe de policía, donde echo especialmente de menos color, color y más color. Pero ya he dicho que esto es algo que tiene que ver con mi gusto personal y no con la pericia y la notable mano en la dirección de Anderson.
Veo en La Crónica francesa más un homenaje a la cultura francesa y a su cine que un recuerdo al mundo periodístico. Sin embargo, entiendo la utilidad de este modelo de hilo conductor como nexo de unión para construir la película a través de su vinculación al mundo de las crónicas periodísticas de las gacetas francesas. Y lo digo porque encuentro desdibujado ese universo del periódico y de la prensa en una película que se soporta en metraje y protagonismo en los artículos mostrados en la pantalla, en un paso de puntillas sobre la idiosincrasia del propietario de la gaceta y el modo de trabajar de su empresa. Quizás y a fuerza de que me lleve algún pescozón, yo hubiera apostado más por ahondar en ese universo de la prensa, a cambio de acotar un poco las crónicas presentadas que, creo se alargan un tanto en su metraje. Además se presentan los diálogos con mucha densidad y cantidad, hasta el punto de que es complejo seguirlos al dedillo sin perderse detalles, frases y sentencias que seguro ofrecen lo mejor del director, pero que quizás exigen del espectador un segundo visionado de una película, notable y representativa del sello personal del director. Así que habrá que verla de nuevo... y lo haré con sumo gusto. Con todo, por todo esto y lo anteriormente comentado, es innegable la genialidad del señor Anderson y su cine.
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