En esta novela, Ian McEwan, nos lleva de viaje, a Inglaterra, a principios de los años 70. El IRA, la crisis del petróleo, las huelgas de los mineros, la Guerra Fría y el miedo a tener cientos de espías prosoviéticos en la administración británica, forman un paisaje, sobre el que sobrevuela la protagonista, Serena Frome. Hija de un obispo anglicano, buena estudiante, comienza y no por elección personal, la carrera de matemáticas en la universidad de Cambridge. Tras licenciarse, se relaciona con un maduro hombre que le acompaña en su pasión por la literatura, en una historia de amor, que le llevará a fichar por el MI5 británico. A partir de este momento, la vida de Serena se verá trastocada por un círculo vicioso en el que predominan los hombres, las mentiras y la literatura.
Con una prosa embriagadora y rica en largos debates internos de la protagonista, McEwan relata en este libro varias tramas. La primera y gancho de la novela, es la historia de espionaje. Una Inglaterra en la que el miedo al comunismo y a lo soviético, no hace más que crear una gran telaraña en la que ni siquiera los unos confían en los otros y donde, en definitiva, la democracia debe salir triunfante, aún sirviéndose del engaño, los secretos y la traición. En segundo lugar, el inevitable estado casi caótico de una nación enferma, en la que lo mineros, el problema irlandés y el IRA y sus diferentes ramas, y el caos económico del país, sirven de trasfondo continuo en el devenir del servicio de inteligencia, sus miembros y la propia Serena Frome. Pero sin duda, la línea principal se sitúa en la figura de la protagonista. McEwan se traslada con gran eficacia al cerebro de la joven, hurga en sus sentimientos, en su búsqueda inquebrantable del amor. La literatura forma parte de la historia, como si fuera un personaje más. Los gustos literarios de Serena, la trama y por ende, la serie de pequeños relatos intercalados en el texto (cuya razón de ser, no puedo explicar sin entrar en detalles que destriparían la historia), crean un microcosmos en el que los libros y la manera de escribir, marcan el ritmo, el fin y las consecuencias de esta adictiva novela.
El libro, su narrativa y cómo nos presenta al personaje principal y el entorno que la rodea, es una auténtica delicia. Es capaz de hacerte viajar al Londres de los 70, caminar por sus calles, empatizar con los diferentes protagonistas... y mientras tanto, McEwan disfraza, solapa con gran inteligencia la trama de espionaje, pretendidamente principal. Yo veo más una gran historia de amor, de amor íntimo y también carnal, con sus engaños, secretos y mentiras. La historia de espías, del servicio secreto es una excusa para contarnos la capacidad de relación de Serena, de convivir con su entorno en su momento, en su vida. Y paralelamente, encontramos una historia de AMOR a la literatura, con mayúsculas. Los clásicos, los escritores británicos de los 60 y 70, el género del relato corto, tan desconocido pero tan grande y lleno de calidad en la historia de la literatura, coprotagonizan esta novela de suspense disfrazado de la búsqueda de Serena de un lugar en el mundo en el que pararse y vivir.
Sin embargo, tengo un pero... y lo revelo, porque no es una razón para no leer el libro, más bien un aviso, un detalle y además totalmente personal. Si sus primeras 360 páginas están llenas de calidad, armonía y una gran narrativa, debo decir que sus 30 últimas páginas me resultaron una decepción. Fue como disfrutar de una agradable caminata por el monte y al llegar a la meta, al final del camino, largo y lleno de belleza, encontrarte con que, lo que querías encontrar, no estaba, era otra cosa... te decepcionas. Quizás no haya entendido el mensaje, a lo mejor el escritor no supo acabarlo de otra manera o simplemente, así tenía que ser. Aún así reconozco que la novela vale la pena, su narrativa es potente y el sentimiento y humanidad que sudora, es brillante. Ustedes decidirán.
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