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lunes, 2 de octubre de 2023

"El violín de Lev" - Helena Attlee

Aquel inolvidable libro escrito por Helena Attlee titulado El país donde florece el limonero de tan fantástico recuerdo me marcó en su lectura por muchos factores, pero especialmente por uno en concreto. Me refiero a la pasión que desbordó la autora, en la descripción de un tema a priori tan extraño y lejano para cualquier lector, en base a su apuesta empeñada, no solo en desglosar al lector aquel universo por descubrir, sino también, su magnífica capacidad por descubrirnos un país como Italia, saliéndose de los cánones propios de la gran mayoría de estereotipos tan propios de él. No seguiré lanzando loas sobre aquel libro que adoré y que quedó en mi memoria de manera tan firme. Es ahora momento de haceros partícipes de su nueva obra, en esta ocasión, implicada en el fantástico y extraordinario mundo de los violines italianos y, más puntualmente, los grandes violines fabricados en Cremona. Debo reconocer que en esta ocasión el torpedo literario y temático de esta obra ha alcanzado la línea de flotación de un enamorado de la música barroca desarrollada para tan insigne y humanizador instrumento.

En esta ocasión, Helena Attlee, además de servirnos de guía en un viaje a lo largo y ancho de la historia de los violines, en la que implica a sus constructores, perdón los luthiers, sus procesos de fabricación, su expansión y decadencias, además de su paso por Europa,  lo largo de los siglos hasta nuestros días, nos muestra un leitmotiv por el que se lanza a este recorrido a lo largo de casi quinientos años de historia. Cuenta la autora, como una noche escuchó en un local a un violinista tocar ritmos de focklore que la llevaron a entablar con él un corta pero intensa conversación, durante la cual mantuvo en su regazo un bello pero castigado y golpeado instrumento conocido como el violín de Lev. Tanto le marcó la conversación y la sensación sentida que comenzó un largo viaje por Italia para descubrir el posible origen de un violín al que un especialista había denigrado al vulgar destino de no tener valor económico alguno. Esto intrigó a Helena, al no poder admitir que algo que producía y evocaba tan maravillosos sonidos y sentimientos no pudiera tener ningún valor intrínseco a su construcción, historia y viaje por Dios sabe cuántos países.

De esta manera tan explícitamente personal y subjetiva, la autora toma como propio este viaje iniciático por el recorrido vital de los violines, especialmente por los nacidos en el seno de la ciudad italiana de Cremona. A partir de este momento, recorre las calles de la bellísima ciudad a la búsqueda de los orígenes de aquellos que convirtieron en un arte la construcción de aquellos instrumentos de cuerda que pasaron por las manos de grandes músicos, cortes y iglesias, sufrieron expolios, contrabando y falsificaciones, se encumbraron como grandes obras de arte codiciadas por solistas a la búsqueda del mejor sonido, de coleccionistas con hambre de acaparar o simplemente, como un bien de consumo y negocio especialmente valorado. En este recorrer por diversas localizaciones y encontrar especialistas, conocedores, artesanos y simpatizantes, Helena Attlee viaja a los bosques donde se localizaba la madera primigenia y necesaria para dar vida al instrumento, a los talleres donde se atesoran y recopilan las técnicas ancestrales y actuales para su construcción, y a los lugares donde se componía la música para ser tocada en palacios, iglesias, teatros y caminos. Todo ello, para finalizar en su peregrinar, por localizar cómo se recopilaron, reconocieron y coleccionaron aquellos, los mejores entre tan pocos, hasta su archivo y datación actual, en su viaje por recorrer ese ficticio viaje, a lo largo de los siglos, de aquel misterioso y denominado violín de Lev.

Al final del camino, largo, tortuoso y especialmente enriquecedor, pero no falto de etapas duras y complejas, que deambulan paralelamente con el camino vital de una humanidad, a veces, brutal y deshumanizada, el círculo se cierra en una conclusión que no desvelaré al lector de esta reseña, pero que sí remarcaré como una conclusión enriquecida por el camino recorrido. El aprendizaje que uno procesa con la autora es siempre amplio, rico y apasionado en datos, información y también, sentimientos, algo que siempre alcanzo y disfruto de su mano, más, si uno de los sonidos que un servidor de ustedes adora, es el de la melodía participada y compartida de un violín, más allá de su procedencia, historia y valor económico. En este deambular por la historia a través de Italia de casi trescientas páginas, es difícil zafarse de los olores, matices y sonidos tan maravillosamente y explícitamente compartidos y descritos por una narradora y contadora de historias sublime en su voz y sentido evocador. 

Quizás haya momentos en los que la autora se desvíe un tanto de su vía principal protagonizada por el universo de los violines. Me sucede en un par de capítulos dedicados enclavados en el siglo XIX y más dirigidos a localizarnos, y todavía no sé porqué, en la gloriosa época italiana de la ópera de Rossini. Quizás es en estas páginas donde se pierde un tanto la perspectiva del ensayo, y uno sale desviado del origen y fin de la obra. No lo terminé de entender la verdad, a pesar de que, como no podía ser menos, es cierto que lo leído y aprendido nunca fue baladí, pero, quizás si objeto y objetivo de otro libro o fin argumental. Por lo demás, como decía más arriba, en mi opinión, aún no llegando al sumun de su obra anterior, El violín de Lev, es un ensayo excelso en su intención y fondo para quienes amamos la música exhalada por esos instrumentos de cuerda, especialmente los violines, que son capaces de transmitir tanto sentimiento, tantos colores, tanta historia y tanta felicidad. Solo por eso y por mucho más, merece ser leído y disfrutado.


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