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lunes, 3 de julio de 2023

"Es necesario castigo. El duque de Alba y la revuelta de Flandes" - Alex Claramunt Soto

 

D. Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba, hacía entrada en Bruselas como gobernador de los Países Bajos el 15 de agosto de 1567, sustituyendo a Margarita de Parma. La razón de su traslado desde Italia se debía, entre otras causas, al asalto de los protestantes de aquel territorio, profanando lugares de culto católico y destruyendo imágenes en iglesias y monasterios de la región. Como bien dice Claramunt en su libro que aquí reseño, su labor en Italia y su leal servicio bajo Felipe II, fueron algunas de las razones por las que este insigne personaje fue enviado para apaciguar y revertir una situación que, conforme pasaban los años, se le escapaba de las manos a los gobernadores Habsburgo en los Países Bajos.

Alex Claramunt, director de la sección de Historia Moderna en la editorial Desperta Ferro y especialista en la historia militar de los siglos XVI y XVII, afronta con decisión y con un impecable uso de fuentes, los meses que transcurrieron entre abril de 1572 y diciembre de 1573, en los aconteció una gran rebelión en Países Bajos, que llevó a que los territorios de Holanda y Zelanda construyeran su propia estructura política y militar, tras las numerosas victorias alcanzadas sobre un Alba ya enfermo y unas tropas, si bien eficientes, especialmente quejosas por el retraso en su pagas. Una sola chispa en la ciudad de Biel, iniciada por una operación de bloqueo y pirateo llevada a cabo por los llamados mendigos del mar, bastó para que toda la región se levantara en armas contra el gobernador, generando la conocida como la gran revuelta de Flandes.

En la introducción del ensayo y su primer capítulo, el autor explica las políticas desarrolladas en los Países Bajos por el Duque de Alba, marcadas por la imposición del Tribunal de los Tumultos como respuesta a la furia iconoclasta de 1566 y la intención de la aplicación de tres impuestos, del Centésimo dinero, el Vigésimo y el Décimo, como consecuencia de la necesidad de financiar las tropas realistas concentradas en la región para combatir, entre otros, a Guillermo de Orange, y realizar una ingente serie de obras para fortalecer las defensas de un buen número de ciudades. La semilla para la rebelión de 1572 ya estaba plantada en un territorio harto del Duque de Alba, haciendo que entraran en el tablero de juego no solo los ya mentados mendigos del mar, sino también los hugonotes de Francia y elementos subversivos venidos de Inglaterra y del este del país.

Todo comenzó el 1 de abril de 1572 con la toma por los mendigos de mar de la ciudad de Briel en Holanda. La primera ficha del dominó ha caído y no parará hasta diciembre de 1573. A lo largo de seis extensos capítulos, Claramunt analiza cómo la rebelión avanza con rapidez por todos los territorios de los Países Bajos. Inicialmente la oposición realista es puntual, con la resistencia en algunas localizaciones y ciudades que han conseguido controlar el espíritu de revuelta que avanza sin remedio especialmente en la zona costera de Zelanda y Holanda, gracias a la cercanía del mar y su disposición geográfica. La rebelión se adentra inexorablemente hacia el norte, donde en el Bajo Güeldres, Overijssel y Frisia mantendrán al inicio de la revuelta importantes contingentes enfrentados a los realistas. Por el sur, Francia hace acto de presencia con avances, apoyando las revueltas en Mons y Valenciennes, mientras Ámsterdam se mantiene leal, aunque ciudad tras ciudad, a excepción de algunos núcleos fieles defendidos por algunas tropas de la corona, van cayendo sin remedio bajo el poder de las juntas y ayuntamientos que aprovechan para dar la espalda a Alba y sus huestes. 

Tal y como nos cuenta el autor en una infinidad de detalles, tomas y dacas, por parte de unos y otros, el masivo reclutamiento de tropas va convirtiendo toda la región en un gran campo de batalla en donde los ejércitos se mueven con cierta dificultad en base a la necesidad de suministros, el apoyo de las ciudades que se encuentran en su camino y la estrategia, más o menos acertada, de quienes comandan las huestes enfrentadas, mientras los núcleos civiles apuestan por unos u otros, en un peligroso juego en el que al final de su camino pueden no solo resultar asediados, sino también saqueados y masacrados, dependiendo de la elección tomada en este complejo juego de alianzas bélico.

Mientras, las regiones del norte son poco a poco recuperadas por Alba y sus generales. En el sur los franceses son bloqueados y expulsados del país y una Inglaterra temerosa busca una posición neutral en el conflicto. Guillermo de Orange realiza una serie de operaciones sin lograr los resultados buscados, ante la presteza de los españoles por coartar una rebelión que no terminan de controlar en Holanda y Zelanda. Estas dos regiones, son especialmente complejas geográficamente por la cercanía del mar y la cantidad de diques, marismas y canales de agua que estorban en el avance de unos y la defensa de los otros. Tras el cambio de tornas en las demás zonas, gracias a la perseverancia y a la acumulación de tropas por Alba, los españoles se concentrarán en la revuelta en estos dos territorios.

Uno de los capítulos concentra lo sucedido durante el asedio realista sobre Haarlem, mientras los rebeldes intentan también sitiar y ahogar a Amsterdam, y el juego militar se desarrolla en puntos claves de Zelanda, como en Midelburgo, centro de resistencia realista en la zona. Claramunt realiza un exhaustivo estudio de los continuos movimientos, marchas y contra marchas, asedios y retiradas, acometidos por ambos contendientes, en un control milimétrico de las operaciones realizadas, los ingentes esfuerzos bélicos acometidos por las tropas, muchas veces en condiciones dificilísimas, así como las órdenes y contraórdenes de los comandantes y mandos al frente de las compañías, banderas y ejércitos, sin olvidar las flotas, importantes elementos al final de la revuelta, que participaron en al gran revuelta de Flandes. Como consecuencia de ello, y en gran parte debido a los problemas económicos y la falta de pagas por parte española, así como la difícil orografía neerlandesa, el esfuerzo de Alba por controlar un país y, finalmente, desbaratar la rebelión, fracasó, al perderse definitivamente los territorios de Zelanda y Holanda. 

Al final del conflicto, el duque de Alba, ya defenestrado políticamente en la región, fue relegado en su cargo a favor de un Requesens que tuvo que afrontar el último tramo de la misma y acometer una serie de cambios y propuestas que ya no forman parte este interesante y detallado libro. En sus páginas  se expresa y desarrolla a la perfección, los esfuerzo militares y la campaña bélica acometida por rebeldes y realistas, reuniendo a lo largo de los meses multitud de actos de valor, inquinas realizadas sobre la población civil, grandes asedios y un buen número de sacrificios en pos de los intereses de unos y otros. Francamente, no os perdáis sumergiros en este apasionante momento de la historia, que marcó definitivamente, aunque no de modo inmediato, el futuro de Flandes y los Países Bajos.
  

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