El pasado mes de agosto, la plataforma Netflix estrenó la esperada segunda temporada de la serie "Mindhunter", producida y en la que ha colaborado David Fincher, dedicada a la creación y desarrollo a la Unidad de Análisis de Conducta del FBI, allá a finales de los años setenta. Tras una primera temporada más que solvente en la que las tramas consiguieron atrapar al espectador, a pesar de que la serie parecía algo anquilosada y con falta de ritmo, los productores de la serie han propuesto una segunda entrega mucho más cohesionada y ágil, en la que difícilmente pudo un servidor, despegar el culo del asiento hasta terminar la última escena del capítulo noveno y final de esta fantástica entrega.
La nueva temporada comienza con la jubilación del oficial al mando del FBI y responsable del nuevo departamento, para dar paso a un nuevo responsable cargado de ilusión, proyectos y especialmente interesado en que la Unidad crezca y se desarrolle, en vistas de algunos buenos resultados obtenidos a lo largo de la primera temporada. Un nuevo espíritu de trabajo y de apoyo se presenta ante las tres personas que dieron forma al estudio de la conducta como modo de analizar las mentes y modus operandis de los asesinos en serie que ocupan celda en las cárceles de los EEUU. Para ello el equipo tendrá que recuperar la confianza en el agente Holden Ford, tras los hechos sucedidos en el último capítulo de la primera temporada. Sin embargo sus entrevistas poco ortodoxas marcan el camino en la ampliación de los protocolos y entrevistas, en ocasiones excesivamente encorsetadas, situándose como un elemento intocable de la Unidad. Bill Tench recibirá el encargo de vigilar de cerca los métodos y las reacciones de Ford, mientras debe gestionar su vida familiar, complicada por un complejo asunto en el que está mezclado su hijo adoptado de ocho años, creándole más de un problema a la hora de cuadrar sus viajes y atención tanto al trabajo como a su matrimonio. Y por último, la psicóloga Wendy, auténtico elemento del grupo que mantiene el orden y la ortodoxia en el equipo de trabajo, mientras intenta quitarse el lastre de ser mujer en un entorno masculino e intentar participar en las labores de campo, lucha por normalizar socialmente y en su propio entorno su condición de lesbiana, comenzando una relación con una joven camarera. Poco a poco tendrá que ordenar sus ideas hacia donde quiere llevar su vida personal.
Pero esto solo es lo que les sucede a los protagonistas en su entorno más personal. Mientras tanto el equipo continua estudiando a una serie de asesinos encarcelados, incluyendo esta temporada al famoso Charles Mason. Unos les ofrecen nuevas vías de estudio en el comportamiento y las causas de sus actos. Mientras otros resultan una auténtica pérdida de tiempo. Con todo, la base de datos y entrevistas que están recogiendo, además del nombre que se están haciendo en el FBI, hace que comiencen a estudiar sobre el campo algunas desapariciones y asesinatos, colaborando con los departamentos policiales de las zonas de las investigaciones. La serie pone el foco en un caso al que Ford se verá informado por una serie de madres afroamericanas de Atlanta, cuyos hijos han aparecido asesinados o llevan desaparecidos sin saber de ellos desde hace tiempo. El interés del agente más el aumento de los cadáveres aparecidos y el poco interés inicial mostrado por la administración local y de la policía, hará que la Unidad de Comportamiento acceda a la zona para apoyar la investigación. Factores como la lucha social de la madres, el hecho de que el alcalde de la ciudad sea el primero afroamericano, la presencia del Ku Klus Klan como principal sospechoso, la renuencia de las autoridades y el entorno de la ciudad a pensar que el asesino sea un hombre de su misma raza y, como no, las discrepancias y las dudas creadas ante la puesta en común de un perfil conformado por Ford, complican sobre manera un caso en el que las víctimas irán sumando cadáveres en un entorno hostil y poco proclive a la colaboración. Política, política, política.
En definitiva, Fincher logra atrapar al espectador con una serie perfecta en su presentación, ambientación y ritmo. Los casos, las entrevistas y los problemas personales de los protagonistas, fusionan a la perfección, ensamblando un conjunto mucho mejor cohesionado que en la primera temporada. El trío protagonista funciona muy bien, especialmente la pareja de agentes de campo, quienes equilibran sus aportaciones y propuestas en la resolución de las entrevistas y los nuevos casos en los que se involucran. Por encima de todo, los encuentros con los presidiarios de los que recogen sus experiencias, sentimientos y deseos, me sigue pareciendo lo mejor de la serie. Pero en esta temporada la inclusión de un caso de campo, un caso abierto en el que la Unidad colabora, da fiel imagen de las dificultades que encontraron, los errores que cometieron y lo problemático de tratar con distintas administraciones y cuerpos policiales, así como la complejidad de la justicia y los protocolos de acción legal. Solo queda esperar que esta cara y sesuda producción tenga continuidad con nuevas temporadas, aunque solo sea para disfrutar de la calidad, perfección y cerebral manera de hacer televisión y cine del gran David Fincher, aunque solo haya colaborado con algunos capítulos, además de aparecer como productor.
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