El director Joe Wright llevaba unos años peligrosamente despistado en su caminar creativo en la dirección de películas. Su última producción, "Pan (Viaje a Nunca jamás)" realizada en EEUU en 2015 y de tan triste recuerdo, por el absoluto dislate creativo, tan penosamente colmado de efectos digitales y pésimo en cuanto a las interpretaciones, dejó una profunda herida en mi recuerdo. Entonces, me preguntaba dónde había quedado la magnífica y elegante visión, que éste director británico había demostrado en producciones tan estimables como "Orgullo y prejuicio", "Expiación" e incluso la injustamente maltratada "Anna Karenina". A pesar de la estimable "Hanna" su paso por EEUU no ha dejado una profunda huella en su carrera, por lo que se agradece de especial manera su regreso a Gran Bretaña, para realizar su nueva película. Y lo ha hecho a lo grande, centrándose en una de las grandes figuras de la historia de aquel país, como es Winston Churchill y reencontrándose con un periodo que ya abordó, aunque desde otro punto de vista, con perfección y acierto en su película "Expiación".
La película aborda el escaso mes que transcurre entre el día 10 de mayo de 1940, en el que el Parlamento británico lo elige como Primer Ministro, hasta la consecución de la Operación Dinamo, el 2 de junio, en la que se rescata a las tropas británicas y no pocas francesas de las playa de Dunkerque, derrotadas por el avance alemán durante la invasión de Holanda, Bélgica y Francia. Durante este poco margen de tiempo, el futuro de la guerra en ciernes y de Gran Bretaña se encuentran en el filo de la navaja. Un sector del Gabinete de Guerra, creado para evaluar los pasos a dar durante aquella crisis, pretendía llegar a un acuerdo de paz con Hitler, mientras Churchill, se empeñaba en oponerse a semejante opción. Hace unos años publiqué una reseña sobre un libro que precisamente trata sobre este asunto, con lo que para quien quiera adentrarse más en el argumento político de la película adjunto aquí el enlace... "Cinco días en Londres. Mayo de 1940" de John Lukacs
El gran dilema para Jon Wright, sin duda, era elegir al actor que encarnaría a Churchill. El elegido, Gary Oldman, parece ser que había recibido en alguna otra ocasión, la misma oferta. Pero en este caso, no dudó en acertar, aunque puso como condición, no tener que engordar para asimilarse físicamente al Primer Ministro. Dicho y hecho, se negoció que el maquillaje y las prótesis serían indispensables para acercarse a su figura. Pero además, quedaba en sus manos la interpretación con la que presentar al espectador uno de los perfiles más conocidos y clásicos de la política internacional del siglo XX. Es aquí donde no queda más que alabar la grandísima interpretación de Oldman. Sus miradas y gestos recuerdan con sorprendente parecido a las de Churchill, del que no faltan conocidas filmaciones y fotografías casi icónicas. Desde luego, su interpretación es impecable y completa, porque Joe Wright no solo nos presenta en la pantalla al político, sino también al marido. Es de todos conocido la especial relación que el muy frecuentemente gruñón y pretencioso personaje, mantenía con su mujer, interpretada por Kristin Scott Thomasa y a la que adoraba y respetaba de manera especial.
Respecto a la película en sí, recordar la intrusión en su metraje, de tres de los más importantes discursos de Churchill, declarados en aquellos días. Justo estos tres momentos, representan puntos culminantes de la película, adecuadamente acompañados de una elegante y nada pomposa banda sonora de Marianelli y una grandísima fotografía, que junto a la esmerada ambientación, redondean una película que técnicamente y a nivel de producción gozan de una altísima calidad. El uso de la luz natural y los tonos apagados, representados en las escenas desarrolladas en los despachos, la cámara del parlamento o en los pasillos de la Oficina de Guerra, aportan dramatismo y cercanía en aquellas horas claves. Otro dato que quizás pase desapercibido es el uso de los efectos sonoros y el sonido. Su apreciación en las salas de reuniones, sobre todo en la "War Office", en el efecto de las conversaciones telefónicas o simplemente en las audiciones telefónicas, enmarcan muy bien cada situación. Son detalles que acompañan una ambientación magnífica. Hace unos años visité los subterráneos de la Oficina de Guerra en Londres y la sensación de claustrofobia y de poco espacio es tan real como se enmarca en la película. Y como no ,remarcar el impecable uso de la cámara que Joe Wright ha desempolvado de producciones anteriores... Muy de agradecer.
Debo decir que el personaje me interesa desde hace muchos años, pero puedo llegar a entender que su figura y presencia en la película lastre e incluso cargue, en cierta manera y en particular, a cierto público. El carácter de Churchill, el acercamiento tan personal que realiza el director, puede parecer a ratos histriónico y a veces algo increíble. Ya se ha comentado por las redes el desacierto de la escena de Churchill desarrollada en el metro. Desde luego, esto no deja de ser una licencia, una metáfora con la que, entiendo se pretende plantear al público el porqué de la confianza del Primer Ministro en que sus decisiones ante la guerra sean apoyadas por el pueblo británico, pero no cabe duda de que la escena no es creíble en absoluto e incluso chirríe. Quizás el hecho de que Wright pretenda humanizar al personaje, no resulte demasiado acertado en este punto. A mí desde luego, me chocó de alguna manera. Pero aún con todo, el resultado final es notable, gustándome más la presentación del perfil político y de alto estadista, que sus relaciones personales y privadas mantenidas en especial, con su secretaria personal, encarnada por la joven Lily James. Si bien, también es verdad, que estas escenas hacen que Oldman se adentre en expresividades y gestos, logrando sin duda, una interpretación de alto nivel y heredera de muchos y engalanados premios.
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