Tras un robo en una joyería, Curro, el conductor que esperaba en la calle a sus compinches, es detenido y condenado a ocho años de cárcel. Mientras, su novia Ana, con la que tuvo un hijo, sobrevive en el bar de su hermano en un barrio humilde de Madrid. José es un cliente habitual del bar. De aspecto huidizo y extraño, muestra cierta atracción por Ana. Y hasta aquí puedo leer.
Una de las grandes películas del año 2016 y ganadora de cuatro premios Goya, "Tarde de ira" es la primera producción dirigida por el actor Raúl Arévalo. No debo y quiero descubrir detalles de la trama que descubrieran los entresijos de una película que ahonda en la vida de José, un personaje extraño y solitario, sobre el que Arévalo carga el peso de una historia llena de tensión, aires de venganza y soledad. El guión se presenta escueto y muy acertado. Las miradas y los actos llevan la voz cantante. El mundo de los protagonistas penden del robo en la joyería y, de aquel hecho, parten las tramas que monopolizan un metraje muy medido. Las interpretaciones resultan naturales y sin duda, son lo mejor de un película que también disfruta de una excelente fotografía y un notable montaje. Poco puedo analizar sin desmontar una trama que disfruta de un juego de suspense que sorprende al espectador. La violencia y el concepto de venganza que se esconde en la tensión del protagonista, encarnado por Antonio de la Torre, sobrevive de manera oculta durante gran parte de la película.
De la Torre, Luis Callejo y Ruth Díaz conforman un triángulo magnífico en su interpretación. Arévalo descarga cierta herencia aprendida de su interpretación en "La isla mínima" con una dirección franca en la dureza y verdad de los personajes y, sobre todo, en el trasfondo que no se ve pero se intuye en la vida de los protagonistas. La elección del bar en donde transcurre el trabajo de Ana, los paisajes de Castilla, sus moteles de carretera o simplemente el entorno en el que se mueven sus personajes forman parte indispensable de una película en la que la tensión se palpa a lo largo de cada uno de los minutos del metraje. Un ejercicio, el realizado por director y actores, en el que la venganza toma protagonismo como efecto inmutable de los actos del pasado. En definitiva y en pocas palabra, cine del bueno.
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