Años ochenta. El sida hace acto de presencia en los EEUU. El objetivo mediático se posa en los homosexuales, que serán las primeras personas en enfermar y morir. La sociedad norteamericana no está preparada para esta epidemia y no duda en tratar como apestados a los homosexuales. Más aún, esto sucederá en los estados más profundos y rurales del país. Por otro lado y como respuesta a esta situación, los laboratorios médicos comienzan a experimentar con nuevos y a veces nocivos productos. Los intereses que atesoran no solo son terapéuticos y médicos. También hay oscuros intereses económicos y de control, en los que participan, tanto las empresas privadas, como los hospitales públicos y la administración. Los controles son férreos, pero muchas veces, a base de prohibir, negar la atención y finalmente dejar morir a convalecientes afectados por el sida.
El director Jean Mac-Valleé, se aventura en una película basada en la vida de Ron Woodroof, para explicar al espectador las situaciones rocambolescas que sucedieron aquellos años ochenta a los millones de enfermos de sida de EEUU. Woodroof, era un cowboy de rodeos, drogadicto, mujeriego y bebedor, que un buen día descubre tiene sida. Encarnado por un fantástico y muy convincente Matthew McConaughey, este personaje deberá enfrentarse, no solo a su entorno, que lo señala como homosexual, dentro de un mundo en el que la masculinidad es una seña de identidad, sino que además se enfrentará al hecho de tener que medicarse con un producto llamado AZT, que en dosis importantes es más un destructor de la vida, que un salvavidas para conservarla. En su afán por sobrevivir y hacer negocio, algo que no se puede dejar de lado, el protagonista cruza la frontera con México y contacta con un médico que le enseña una serie de recetas y medios por los que reducir el daño del sida en el cuerpo. La cuestión, es que algunos de estos medicamentos no tiene permiso en EEUU, por lo se embarcará en una empresa para conseguir importar productos para ayudar a enfermos de sida, y lograr reducir el uso del AZT en ellos. A todo esto le ayudará un homosexual travesti, encarnado por Jaret Letto y una doctora sensibilizada en este asunto, interpretada por Jennifer Garner.
Desde luego, además de una historia interesante, en la que se vislumbra el mal uso de las normas médicas por la administración de los EEUU y el drama sufrido por los afectados por el sida, arrinconados como apestados por la sociedad en general, la película goza, sobretodo de dos grandísimas interpretaciones masculinas. McConaughey y Letto, logran plasmar en cuerpo y alma, la situación psíquica y física, provocada por el sida, debido al sexo sin protección y la droga intravenosa. La capacidad de estos actores para convertirse físicamente en enfermos de sida, demuestra el compromiso de ambos en llevar a la pantalla semejante proyecto. Sus miedos, desesperanzas e ilusiones por sobrevivir, completan unas actuaciones que les concedió finalmente dos merecidos Oscar a mejor actor y actor secundario.
Una película dura, pero realista, que pone el punto de atención no solo en los enfermos, sino también en la administración encargada de la obtención y dispensación de medicinas en EEUU y su total falta de tacto, delicadeza y empeño, en comparación con los avances obtenidos en otros continentes, donde el control se suavizó, solo por lograr la búsqueda de una solución a la lacra del sida y sus efectos devastadores.
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