Siempre me han atraído aquellos personajes que tuvieron una participación activa en la historia de España y su Imperio durante los siglos XVI y XVII. Algunos acometieron las Américas, allende los mares, y otros, protagonizaron momentos de la historia en la casi perenne guerra que mantuvo la corona hispánica con protestantes, franceses, ingleses y el Turco, en Europa y en sus costas. Todos ellos forman parte del imaginario de los que fueron los años más gloriosos que llevaron a la corona española y sus súbditos a situaciones tan extremas y equidistantes, como la consecución de grandes victorias, el arbitraje en la política europea o el camino hacia las mayores crisis. La historia global a nivel geopolítico, social y militar, es importante para localizar hechos, personas, situaciones, alianzas y conflictos, pero una vez situado en la macro historia general, me interesan las pequeñas vivencias de los personajes que lograron situar su nombre en algún momento de aquellos dos siglos claves en nuestro pasado.
Muchos conocerán a Ambrosio Spinola por el famoso cuadro pintado por Velazquez, titulado "La rendición de Breda". Éste, sin duda, fue su hecho más glorioso, pero su papel en el conflicto de los Países Bajos no tuvo solo una visión militar. Su misión bajo el gobierno del archiduque Alberto e Isabel, hija de Felipe II, soberanos de aquellas tierras, bajo el auspicio de Felipe III y Felipe IV, fue también política y diplomática. Es ésta la linea, con la que, José I. Benavides, diplomático de carrera y especialista en la compleja y delicada historia de los Países Bajos durante el siglo XVII, cimienta la biografía de Spinola. Su ambición, la fidelidad a sus soberanos, especialmente a Isabel, las complejas relaciones de estos con los monarcas españoles en su constante política de intervencionismo en los Países Bajos y su clara pretensión por recuperar su soberanía para la corona española, así como el perenne problema de la falta fondos en la economía de guerra, son temas constantes en la presente biografía que hoy reseño.
José I. Benavides cimienta su estudio en un entramado de datos sobre el que posiciona la vida de Spinola. El hecho de ser extranjero, italiano y genovés, no le resultó de gran ayuda. Su rivalidad con los Doria arruinó a su familia y junto a su hermano, ofreció su espada a los soberanos de Flandes y por ende a la corona española. El Consejo de Estado de Felipe III primero, y sobre todo Felipe IV y por ende, Olivares, nunca aceptó en su totalidad la presencia política y tan cercana de nuestro protagonista, a los archiduques. Si bien, según Benavides, su presencia en el campo de batalla al mando de los ejércitos del archiduque era necesaria, debido a la poca visión estratégica con la que se acusaba a Alberto desde Madrid, tal y como sucedió en Ostende, su posterior buena relación con Isabel, no fue vista con buenos ojos desde la corte española. Además, el continuo problema de las arcas vacías de la corona, le enfrentaba al interés de Felipe IV y Olivares por mantener una guerra que, a pesar de una muy trabajada previa Tregua de los Doce años, tenía habitualmente un fuerte carácter ofensivo, particularmente cuando posteriormente surgió el complejo conflicto sobre el Palatinado al comienzo de la Guerra de los Treinta Años. Spinola no dejó de solicitar fondos, para sostener una guerra cara, muy cara, en plena crisis económica de un país al borde de la quiebra. Esto le llevó a ser apartado de Flandes y enviado a Italia en un frente que, llevaría al desastre y a la muerte al insigne militar y aventurero.
Estos son solo algunos de los cimientos sobre los que el autor ha construido y estructurado esta biografía. Como veréis, la carga de su razonamiento es más política y económica, e incluso de afecto y desafecto, ya que los posos de desconfianza que se tenía sobre el personaje, fueron un factor clave en el desarrollo de su carrera profesional al servicio de un archiduque Alberto. Por si fuera poco, la Tregua de los Doce Años fue solo un punto de suspensión, en una situación de guerra que derivaría en la Guerra de los Treinta Años y la crisis en Italia en la que Francia jugó un papel especialmente importante. El enfrentamiento con Olivares no hizo más que acelerar su declive. En todo caso, el personaje tiene un peso militar importante y quizás el autor lo deja de lado en pro de ahondar en su perfil más político y ambicioso, en la conyuntura compleja del gobierno de los archiduques, más proclives a una gran tregua perpetua con los protestantes de las Provincias Unidas, algo a lo que Felipe III y sobre todo Felipe IV, no estaban dispuestos a ceder, sobre todo por el afán de los rebeldes por lograr una separación total y soberana de la corona de los Habsburgos.
Sin embargo uno de los hándicaps de esta biografía, además de su corta extensión, es que da por hecho cierto conocimiento previo de la época en lo que se refiere a los precedentes de la Guerra de los Treinta Años, sobre todo en el asunto del Palatinado. Benavides enfrenta al lector con un conflicto sobre el que pasa de puntillas, algo que también le sucede con la explicación somera de la guerra de sucesión de Mantua. Por ello, el lector sin conocimientos previos, puede perderse en una pléyade de situaciones diplomáticas, alianzas y tratados especialmente complejas. No sucede así en su extensa referencia a la negociación del Tratado de los Doce Años, donde ahonda en el tema con conocimiento y dominio de las fuentes. Está claro que no estamos ante una biografía extensa y completa de la figura de Spinola ni por lo que parece era la pretensión del autor. Como diplomático de carrera, Benavides se enfrenta al personaje desde el punto de vista de la diplomacia, basando su estudio, en las cartas que cruzaron Europa entre Bruselas y Madrid, en las actas del Consejo de Estado de la corona española, en el que hombres de pro apoyaban o rechazaban las peticiones de Spinola, y sobre todo, en la especial relación con el archiduque Alberto y especialmente su esposa Isabel.