Esta película dirigida por J. Lee Thompson es una de esas joyas cinematográficas que se acumulan en la época de oro del cine de Hollywood y, en este caso, además tocado el género del thriller en su aspecto más psicológico. Gregory Peck encarna, en un año en el que también interpretó su gran papel en "Matar a un ruiseñor", a Sam Bowden, un abogado de cierto éxito, que vive una apacible vida con su esposa e hija en una tranquila localidad del sur de EEUU. Un día se le acerca Max Cady en plena calle, interpretado por un pletórico Robert Mitchum. Tras pasar ocho años en la cárcel, en parte a causa del testimonio de Bowden, Cady comenzará a cruzarse en el transcurrir cotidiano del abogado, creando alrededor de su familia una incómoda sensación de acoso y amenaza velada. Conforme avanza la película esta situación se verá elevada a un riesgo inminente en seguridad e integridad no solo psicológica sino también física del hasta entonces idílico entorno del abogado y sus seres más queridos.
J. Lee Thompson realiza una soberbia descripción de un auténtico psicothriller, género ahora tan manoseado y generalizado, pero entonces novedoso. Sin apenas presentación, es capaz de plantearnos en su más pura y terrible esencia, al personaje de Max Candy. La magnífica interpretación de Mitchum plasma en la pantalla la esencia de la venganza más terrible y la encarnación del mal más sibilino y silencioso. Con gran maestría y a lo largo de una serie de escenas, la hasta entonces tranquila vida de los Bowden se asoma al peligro, bajo el acoso disfrazado de cotidianeidad del exconvicto, de tal manera que ni la policía ni el abogado pueden utilizar la ley para detener esta agresión de bajo espectro. Este es el sentido de gran indefensión que muestra el director, en una película filmada con gran pulso narrativo y sobre todo, que muestra en sus planos y suspense, una fortísima sensación de peligro y terror psicológico.
Como decía al principio, nos encontramos con sendas interpretaciones majestuosas, tanto por parte de Peck y Mitchum, realizando posiblemente, una de sus mejores trabajos en la pantalla. Los dos personajes plasman dos perfiles extremos, casi equidistantes, uno en su locura y deseo de venganza, y el otro en su cotidiana vida familiar e idílica. Pero además, sus caras, gestos e interpretaciones, rezuman personalidad, la particular de cada personaje, sin opción al equívoco. La mirada profunda y terrible de Cady, lo muestran como un depredador sin sentimiento ni piedad, mientras Bowden destila duda, incredulidad y, como no, templanza a la hora de defender la integridad de su familia. Ambos están inmensos.
Pero no podemos olvidar el gran trabajo de guion, además de la dirección y manejo de la cámara, por parte de J. Lee Thompson. Gran montaje, unido al impecable uso del blanco y negro, de las luces y sombras. La aportación de un ritmo constante y sin retorno, sobre todo en la segunda parte de la película y en su gran escena final en los pantanos, muestra un dominio perfecto en la realización de la película. Logra transmitir tal sensación de suspense y en algunos momentos de auténtico terror, que se aleja de lo psicológico y para adentrarse en lo físico, adelantándose a su tiempo y presentando un producto que servirá como digno precedente al cine, que años más tarde colmará las salas de cine. Por cierto, significativa la aportación de una gran banda sonora, capaz de introducir al espectador en lo más profundo de este thriller. Como todos sabéis, años después, Scorsese realizó su remake de la mano de Nick Nolte y un, en mi opinión, excesivo e histriónico Robert De Niro. Aún reconociéndole su calidad, aquella película estrenada de 1991, no consigue transmitir la inquietud y el desasosiego que Thompson logró trasladar al espectador, en la que posiblemente fue su mejor película.
Pero no podemos olvidar el gran trabajo de guion, además de la dirección y manejo de la cámara, por parte de J. Lee Thompson. Gran montaje, unido al impecable uso del blanco y negro, de las luces y sombras. La aportación de un ritmo constante y sin retorno, sobre todo en la segunda parte de la película y en su gran escena final en los pantanos, muestra un dominio perfecto en la realización de la película. Logra transmitir tal sensación de suspense y en algunos momentos de auténtico terror, que se aleja de lo psicológico y para adentrarse en lo físico, adelantándose a su tiempo y presentando un producto que servirá como digno precedente al cine, que años más tarde colmará las salas de cine. Por cierto, significativa la aportación de una gran banda sonora, capaz de introducir al espectador en lo más profundo de este thriller. Como todos sabéis, años después, Scorsese realizó su remake de la mano de Nick Nolte y un, en mi opinión, excesivo e histriónico Robert De Niro. Aún reconociéndole su calidad, aquella película estrenada de 1991, no consigue transmitir la inquietud y el desasosiego que Thompson logró trasladar al espectador, en la que posiblemente fue su mejor película.