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lunes, 23 de marzo de 2015

"Novena Sinfonía" - Beethoven - Orquesta Teatro Mariinsky - Orfeón Pamplonés

150 años son muchos años. Sobre todo refiriéndose a una institución cuya base fundamental es un grupo humano cohesionado, amante de la música, que a lo largo de los años, ha sabido sobrevivir, aportando a la sociedad los valores que la cultura pone a su disposición. El Orfeón Pamplonés, fue fundado en 1865 en Pamplona. Desde entonces ha estrenado y representado grandes obras a lo largo de un sin número de salas de conciertos. En los últimos años ha actuado en el Carnegie Hall y en el Lincoln Center de Nueva York. Precisamente, Pamplona y Baluarte, han querido celebrar este insuperable aniversario, ofreciendo al aficionado una de las grandes obras sinfónicas corales de la historia.  Junto a la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo y de la mano de su director Valery Gergiev, nos ha deleitado a aficionados y profanos con la archifamosa y extraordinaria 9ª Sinfonía de Beethoven, estrenada en Viena en 1824. 
Si bien el concierto comenzaba con el estreno mundial de una obra de Vicent Egea y el Concierto para piano y viento de Stravinsky, no puedo opinar sobre ellos, ya que por determinadas circunstancias no puede asistir a la primera parte de la velada. De todas maneras, y por suerte o casualidad, sí me acerqué a Baluarte de Pamplona, a la hora del comienzo de su segunda parte, en la que orquesta y coro interpretaban la 9ª de Beethoven. La obra consta de cuatro movimientos. Su estructura, no difiere en exceso de otras sinfonías del autor. Sin embargo el hecho de aunar el trabajo realizado sobre una 9ª y una 10ª sinfonía, llevaron a convertirla en una única pieza tan excepcional como diferente, sobre todo por su cuarto movimiento. Aún con todo, la especialidad en su trato  de la creación y la sensibilidad transmitida, convierten a la obra en uno de los momentos más importantes de la historia de la música. El aprovechamiento del cuarto movimiento para incluir la Oda a la Alegría de Schiller, la ha convertido en una pieza mundialmente conocida. 

La orquesta del Teatro Mariinsky goza de un equilibrio instrumental clásico, disfrutando de la dirección férrea pero inspirada de un veterano Gergiev. La ejecución de los tres primeros movimientos resulta rica en volumen, destreza, jugando el director, con sabiduría, con las melodías insuperables de Beethoven. La cuerda rotunda, sobre todo unos violonchelos, profundos y especialmente graves, se equilibra con una viento/metal importante pero no especialmente contundente, acompañados de una sección de viento/madera, exacta en las entradas y solvente en su ejecución. Sin embargo algo sucedió con el cuarto movimiento... Con la participación de los cuatro solistas, todos ellos miembros de la plantilla de la estructura de la orquesta y de la esperada interpretación del Orfeón Pamplonés, comenzó un movimiento conocido por todos, disfrutado hasta la saciedad, pero que en mi opinión resultó apresurado en ritmo y acentuado en su tiempo. Es decir, mientras que en los movimientos anteriores, la melodía corría con su propio ritmo, en el cuarto, Gergiev parecía querer marcar el suyo propio, forzando al oyente y a los intérpretes a cierto ritmo artificial. Lo notaron los solistas, sobre todo en el corto cuarteto que cantan, donde las voces se mezclaban sin orden ni concierto. Y lo notó el coro, imponente en sus voces masculinas, y regular en sus femeninas. 
Con todo, el resultado sin ser perfecto, gustó al público, que con gran cariño aplaudió al Orfeón Pamplonés y a la orquesta con su director al frente. Una velada notable, en su segunda parte, que es la que escuché, colofón de oro a la vida larga y espero, duradera, de un coro navarro, pamplonés y centenario.



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