Soy un gran admirador y seguidor de las películas de Christopher Nolan. A excepción de Tenent, en la que el director, creo que llevó al límite su experimentación sobre el concepto de la acción/tiempo provocando una serie de respuestas y reacciones que no terminaron de adecuarse a un público no apto a este tipo de experiencias entre el que me encuentro yo, sin lugar a dudas, todas y cada una de sus pelis me han atrapado por su puesta en escena, propuesta visual y sonora, además de por las historias afrontadas, en las que se esconden más cosas, muchas más, de las que aparentemente parece. Es cierto que, la tercera parte de la saga de Batman, peca de cierto desequilibrio y de irregularidad narrativa, pero aún así cierra la gran saga dedicada al super héroes del cómic, todavía está por superar.
De primeras, ya el estreno de la película que hoy reseño rompe con algunos de los cimientos del cine de quien considero uno de los puntales del cine internacional actual. Por un lado, su propuesta del biopic o biografía del creador de la bomba atómica en los años 40 del pasado siglo, ya propone la incursión del director en un campo que le ata, en cierta manera, a la realidad vital de la vida y obra de un personaje y su entorno histórico, y vaya entorno. En este primer factor, el resultado es más que satisfactorio, al aprovechar todo su conocimiento cinematográfico recabado a lo largo de los años, para mostrar meridianamente este viaje vital de Julius Robert Oppenheimer, tanto personal como profesional, a lo largo de aquellos años 40 y 50 tan complejos para el mundo y especialmente para una convulsa sociedad estadounidense. En un segundo lugar, y no menos importante, Nolan decide afrontar una película más ortodoxa en referencia a lo realizado anteriormente, quizás con la excepción de la trilogía de Batman y la estupenda Insomnio, en una propuesta bastante lineal. Presenta tres tramas principales alrededor de las que va y viene en el tiempo, pero no a la manera con la que nos tenía acostumbrados. Quizás la más importante de ellas, se presenta en monocolor, permitiendo al espectador entrar en el juego propuesto sin provocar malentendidos y despistes innecesarios, además de situarnos en el momento más sombrío de su carrera. Nolan tiene muy claro qué mensaje transmitir y cómo presentar esa variedad argumental de una interesantísima biografía, puntualizada en los avances científicos en la carrera hacia construcción de la bomba atómica, y su vida personal, participada en el binomio formado por lo sentimental y lo ideológico, como vías narrativas necesarias para adentrarse en su personalidad, carácter y presencia histórica.
Nolan propone una magna película en la que la referencia principal se encuentra en la figura del que fuera descubridor de la bomba atómica. Intuyo que la visión del director está dirigida a presentarnos a un hombre, a un científico, adelantado a su generación, en su capacidad de leer las matemáticas y en teorizar sobre la realidad del átomo y su portentosa realidad, que aparece en un momento clave de la historia. Su trabajo de investigación durante, los años treinta, le llevan a conocer e intercambiar teorías con lo más granado del mundo científico mundial. La concordia y la solidaridad académica recorría los países de Europa, mientras acontecía la Guerra Civil Española y los nazis subían al poder en Alemania. La 2ª Guerra Mundial, cambia, desequilibra y lleva al mundo al extremo de la belicosidad, haciendo que EEUU y Alemania entren en la carrera por construir la bomba atómica. Este momento crucial en la historia se refleja como uno de los muchos cúlmenes cinematográficos del film, en la visión del director sobre la creación del centro atómico de Los Álamos, propuesto por el propio Oppenheimer, hasta la definitiva prueba de la bomba. Esta carrera crucial juega con las tensiones y el intercambio de opiniones de todos los científicos reunidos alrededor de un complejo entramado organizado por los EEUU y su personal más cualificado. Esta trama es quizás la más efectista, la más explosiva, valga la redundancia, la más activa y emocionante. Sin embargo, Nolan, en una apuesta mayor por concentrarse en las personas y no solo en los personajes, propone una línea argumental no menos interesante y mucho más humana.
Y aquí Nolan se adentra en la vida personal e ideológica del científico, como su relación con el comunismo y su relación con las mujeres de su entorno más cercano. Todo ello será utilizado, años después de su descubrimiento, en un tribunal privado muy especial, enclavado en la caza de brujas de los años cincuenta en base a un factor externo que no desvelaré en esta reseña. Nolan lo utiliza como base del suspense en la dramatización de los factores que se fusionan en la emocionante y emotiva vida de quien, con fines patriotas y en su búsqueda de la victoria frente a los nazis, abre la puerta a un poder casi ingobernable, como es la potencia atómica y su capacidad de destrucción. Esta fase ahonda con firmeza y cierta crudeza en los sentimientos encontrados del protagonista, en su ideología política no especialmente conflictiva, en las envidias creadas en la carrera atómica y su control, en la búsqueda de compromiso y entendimiento del porqué de las cosas y las actuaciones personales del actor principal y su entorno y, como no, su choque frontal con los designios y fines del todo poderoso poder de la administración estadounidense. Esta es la gran historia que presenta un director postrado ante el sentimiento de culpa, a la venganza y envidia de encaminada a frustrar una vida dedicada a la ciencia y demostrar la veracidad de teorías hasta entonces inexploradas y asentadas en el papel, negro sobre blanco.
Si a todo esto, que no es poca cosa, unimos el habitual saber hacer del director en facetas tan relevantes como todos los aspectos técnicos que ahondan en sus películas, el factor musical y de ambientación, brutal de nuevo en esta propuesta, así como su propuesta de un impresionante plantel de excelentes actores y actrices, de primer y segundo orden, tenemos la que quizás sea la película más redonda de su carrera, a lo que se añade su aparentemente más formal y lineal presentación, haciéndola más atractiva y digerible que cualquiera de la mayoría de sus proyecciones anteriores. La elección de Cillian Murphy está del todo justificada en una interpretación redonda, en la que aporta profundidad, emoción, dilemas y oficio, todo lo cual no funcionaría tan bien sino no fuese por la participación de intérpretes de gran calado como Emily Blunt, Robert Downey Jr., Matt Damon, Josh Harnett o Florence Pugh, a los que se suman decenas de actores y actrices en un sumun de eficiencia y acierto por parte de Nolan y su equipo de casting, increíble de principio a fin.
La película tiene una duración de tres horas, durante las cuales no pude despegar el culo del asiento, asombrado y anodadado por lo que se presentaba ante mis ojos. Una historia emocionante y emotiva, que englobando el drama creado por el resultado de las investigaciones científicas, se ve casi sobrepasada por la trama personal y humana en la que la venganza y la envidia, superan casi el trauma de los efectos de una bomba asesina, en principio encaminada a vencer el exterminio y la voracidad cruel del nazismo. Un juego desolador de incongruencias y controversias sobre el continuo dilema expuesto en la figura del gran protagonista de este film, pleno en fondo y forma, que convierte a Nolan en un director más clásico en su presencia formal pero igualmente o más visionario en su forma de hacer cine. Grande Sr. Nolan, muy grande.
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