Nada más abrir el libro que me ocupa, el autor ofrece en el apartado de Epígrafes, una breve pero clarificadora mirada del sentido histórico del término Mundus mueliebris. En las diversas definiciones o explicaciones que muestran el significado de este término latino, Marc Fumaroli se acerca a autores como Félix Gaffiot, Ambrogio Calepino, Tanucci, los hermanos Goncourt o Baudelaire, incluidos en los diversos diccionarios y manuscritos realizados todos ellos entre los siglos XVII y XIX. Todos ellos se refieren al adorno femenino por el cual la mujer se embellece. Asume al aseo personal apropiado a la feminidad, las maneras y modas, la fisonomía, las miradas o el aspecto adquirido por la mujer dentro de la sociedad y para la sociedad, incluyendo todo tipo de aditamentos de tocador. En definitiva, todo cuanto sirve para ilustrar su belleza, desembocando en esta conclusión, ¿Qué poeta se atrevería, en la pintura del placer causado por la aparición de una belleza, a disociar a la mujer de su vestido?
Marc Fumaroli, catedrático de la universidad Sorbona y del Collége de France, realiza un detallado análisis de E. L. Vigée Le Brunla, pintora de la corte de la reina Mª Antonieta, en base, no solo a su ir y venir como pintora del Antiguo Régimen, sino como modelo y testigo de una manera de ver a la mujer, en el complejo contexto de la Revolución Francesa. Y lo hace profundizando sobre la posición paradójica establecida en el Antiguo Régimen de la Francia Borbónica, basada en una administración jerárquica y rotundamente masculina, conjugada junto al poder aristocrático del poder femenino cercano a la monarquía, tan invasivo aún cuan indirecto. Éste, denominado por el autor, mundus musliebris también se localiza en el momento de la Revolución Francesa, tan rotundamente misógina en la política, en lo moral y en lo social, que toma como chivos expiatorios a la reina María Antonieta y a su retratista oficial.
Fue en este universo previo a la ruptura y al enfrentamiento nacional francés, cuando Madame Vigée Le Brun lleva el arte menor del retrato, a la altura de la gran pintura histórica monárquica, hasta entonces vetada a la mujer, como confirmación de una conciencia victoriosa irradiada en sus obras. Retratos que no solo representan a la reina de origen austriaco, sino que además, incorpora a sus favoritas, la marquesa de Pompadour y la condesas Du Barry, y a la propia pintora en su afán por mostrar su propia imagen y la de su hija. A pesar de esta intromisión pictórica de ese micro universo femenino, sigue existiendo una clara diferencia formal entre los retratos oficiales realizados a la reina, y los pintados en el entorno bucólico y pastoril del paraíso del Petit Trianon de Versalles, micro universo especialmente bien reflejado en la estupenda película de Sofia Coppola María Antonieta.
Fumaroli realiza un somero repaso de las biografías de la reina y su retratista, abordando un viaje paralelo a ambas figuras que se apoyan mutuamente en su corto viaje compartido, de experiencias y relaciones antes de la muerte de la esposa de Luis XVI. Aún con todo, si bien esta relación fue fiel y sólida, la pintora no se ve obligada a pasar por el mal trago de compartir el futuro de su protectora. Le Brun logra salir del país a tiempo de salvarse de la guillotina para, años después, regresar y continuar con su profesión tras haber deambulado por toda Europa. El autor también se retrotrae, en este corto ensayo, a la experiencia y situación de la mujer en el arte de la pintura en la Francia del Antiguo Régimen, reconociendo la calidad y presencia de algunas de ellas, a pesar del escaso reconocimiento de las altas instancias artísticas del país, que casi nunca les reconocen como pintoras de primer orden, relegándolas a los géneros dedicados a naturalezas muerta, florales, retrato y paisaje, y por tanto, negándoles repetidamente el ingreso en la famosa y tradicional Académie royale.
Madame Vigée Le Brun goza de facilidad y don artístico desde muy joven, exponiendo junto a otras pintoras en el Salón del Louvre en el año 1782. Su estilo y éxito como retratista la lleva a ser adoptada por la reina y su camarilla, entrando en el epicentro del seísmo objeto de odio y repulsión prerrevolucionaria contra la austriaca. Incluso la reina presiona con constancia la entrada de la pintora en la Académie royale. Esa pertenencia al universo más cercano a Mª Antonieta, en una adopción tan antipolular, la convierten en copartícipe de su mala prensa. Las frivolidades de la reina, su derroche en tiempos de austeridad y déficit, a pesar de la exposición de su maternidad y sus disfraces de pastora o granjera en las pinturas realizadas por la protagonista de este ensayo, se convierten en el talón de Aquiles de Luis XVI, por cierto, fiel a su esposa y ausente de su entorno más cercano.
Al final de este escueto pero profundo ensayo de apenas cien páginas, el autor traslada al lector la presencia de tan extraordinaria pintora, reflejado y demostrado en las fotografías de alguna de sus obras incluidas en el libro. Su inclusión posterior en el mundo de las letras, con la publicación de sus experiencias vividas en los viajes que realizó por Europa tras su salida de Francia, la convierte en una turista ilustrada, gracias a su diario titulado Souvenirs. Su profesión de retratista reconocida en toda Europa le otorga años después, una holgada fortuna, otorgándole la posibilidad de vivir entre París y Louveciennes, dejando tras de sí un obra monumental a la posteridad, refutando las calumnias de un pasado convulso pero endiabladamente interesante y pleno de experiencias.
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