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martes, 18 de octubre de 2016

"Patria"

Mucho había leído en prensa y en medios especializados sobre la publicación de este libro. Su visión del País Vasco en la época del terrorismo, se embarcaba en un análisis de la realidad, fundamentalmente vasca, antes del cese de violencia por parte de ETA, el punto de vista del autor en apoyo de las víctimas y sobre todo, el microuniverso de la sociedad vasca, en la que vecinos, familias y conocidos se encontraban enfrentados, muchas veces en silencio, frente a la presión axfisiante y terrorífica del nacionalismo más violento e intransigente. Tenía muchas ganas de leer algún libro al respecto. Soy navarro y desgraciadamente nuestra tierra también se ha visto salpicada por el salvaje ataque de ETA a nuestras instituciones, representantes políticos, miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y personas normales de la calle, civiles, que directa o indirectamente han sufrido en sus carnes la devastadora violencia etarra. 

Fernando Aramburu plantea la novela en mismo momento en el que ETA anuncia el cese definitivo de la violencia armada en 2011. Una mujer mayor, viuda de un empresario asesinado por ETA decide volver a su pueblo y visitar su casa, abandonada años antes tras enviudar. Su intención remover conciencias y sobre todo buscar, exigir, que el asesino de su marido le pida perdón. A partir de ese momento, la narración viaja de adelante hacia atrás, localizando en aquella población a dos familias, ambas conocidas entre sí, amigos y vecinos. Una, la familia de la víctima, la otra, la familia del terrorista. Con el fondo inalterable, siempre presente del atentado sufrido por el Txato, un empresario de la zona, Aramburu, realiza un ejercicio diáfano, inquebrantable, de cotidianidad, sufrimiento y enfrentamiento soterrado, silencioso. Dos familias se resquebrajan bajo la influencia de ETA, en su día a día, mientras las vidas de los miembros de esas familias, transcurren en una realidad vital. Como si la situación que se desarrollaba en ese pueblo y en tantos y tantos lugares del País Vasco alrededor de ETA, fuese un factor más, normal pero trascendente en la vida cotidiana de esas familias. 

En más de 600 páginas el autor es capaz de desarrollar con frialdad, pero sin lejanía; con serenidad, pero sin apartar lo ojos; acusando, pero no justificando; los años de violencia y desencuentros que se han mantenido en la sociedad vasca. No busca razones para explicar esta situación, porque quizás, aunque las haya no se sustentan por ningún lado. En aquellos años, para algunos, todo estaba justificado. Pero lo que sí refuerza y argumenta, sin paliativos, sin pelos en la lengua, es la presencia real, inmutable y perenne de las víctimas. En este caso, de una víctima muy particular, quizás más sencilla de comprender, pero no por ello, en absoluto, de menor entidad. El empresario vasco, nacionalista, asesinado por los más cercanos a su entorno, vilipendiado y apartado por lo más violento y retrógrado del pueblo, cae muerto a tiros en una calle. Este es el hecho, pero además, en la memoria subsisten amenazas, pintadas, requiebros y sobre todo soledad. Creo, sin duda, que el autor ha pretendido personalizar en el Txato y su familia a todas la víctimas provocadas por la barbarie y la ceguera de ETA.

Pero además, la novela va mucho más allá, porque engloba en su narración el día a día de los miembros de esas familias, sus relaciones, vidas íntimas y profesionales. Siempre con el fondo y recuerdo del poso, el soplo axfisiante del terrorismo, Aramburu realiza un estudio social en base a las dos generaciones que protagonizan la novela. Desde la propia figura del cachorro etarra, formado en la calle a base de participar en la Kale Borroka, o la víctima, pequeño empresario vasco dedicado al transporte de mercancías, o su viuda, o la madre del asesino, intransigentemente nacionalista, pasando por los demás familiares, que haciendo verdadero equilibrismo vital, continúan sus vidas en una realidad de éxitos y fracasos, amores y desamores, aciertos y desaciertos. Todos ellos forman el entramado de una novela contundente, rotunda y sólida. Los diálogos a veces endiablados, conllevan una lectura ágil pero atenta. Las conversaciones y encuentros de los protagonistas, llevan de manera inexorable a la esperanza y a la reconciliación. Porque aunque el tiempo no lo cura todo, si cierra heridas, suaviza ánimos, pero nunca, nunca debe concluir en el olvido, sobre todo el de las víctimas del terrorismo.




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