Segundo título escrito por Patricia Highsmith y protagonizado por Tom Ripley, tras la magnífica y reconocidísima El talento de Mr. Ripley. Tras dejar atrás los hechos acontecidos en el conocido caso Greenleaf, Tom ha asentado la cabeza contrayendo matrimonio con una rica joven francesa y pasando su vida a caballo entre su casa de campo cerca de París y Londres. Sin embargo, detrás de esa aparente tranquilidad y cotidianeidad de quien vive sin estrecheces en una apacible y tranquilla finca francesa, se oculta una historia de falsificaciones de cuadros de un eminente y reconocido pintor desaparecido hace tiempo, al que Tom y sus socios mantienen con vida, con el afán de surtir al mercado de arte internacional con nuevas obras pictóricas. Sin embargo, las cosas se complican y mucho, cuando aparece un excéntrico personaje, en la galería de Londres donde se exponen obras de este oscuro y misterioso pintor, poniendo en tela de juicio la autenticidad de algunas de aquellas pinturas.
De nuevo, Patricia Higsmith coloca al protagonista en un gran conjunto de bretes complejos y casi imposibles de salvar. La tranquila vida de Tom se ve interpelada por la necesidad de salir de un trance que, sin pretenderlo, le coloca en el centro de un resbaladizo juego en el mundo de las falsificaciones pictóricas, un negocio que si bien, le renta una importante cantidad de dinero, no define su bienestar y su día a día en su holgada vida matrimonial. Sin embargo, Tom es de esos personajes que a pesar de meterse en complicadísimas situaciones, es capaz de salir airoso de ellas, a pesar de que en ocasiones, y esta es una de ellas, resulte especialmente rocambolescas. Su conocimiento del ser humano y del medio en el que vive, su control psicológico en situaciones extremas y su devenir tranquilo y pausado ante los problemas que le surgen en el camino, convierten a Tom en un animal con una capacidad de supervivencia sin igual. Todo lo cual coloca a los que le rodean, en una situación de inferioridad aplastante, tanto quienes intentan desenmascararlo sin conseguirlo, como quienes comparten con el protagonista, a veces desde el desconocimiento, su día a día sin más secuelas que las de recibir alguna visita policial y algún susto que otro. Sin embargo, Tom mantiene la suerte de su parte, más allá de manejar una inteligencia y una capacidad de supervivencia indescriptibles.
De nuevo la lectura de Patricia Highsmith y las rocambolescas aventuras de Tom Ripley me han atrapado en una lectura en la que la autora hilvana a la perfección personajes, situaciones, lugares y movimientos temporales, en una compleja tela de araña en la que cualquier otro, en la piel del protagonista, caería en las redes de de las investigaciones policiales y la justicia. Sin embargo, la autora es capaz de consolidar el personaje de Tom, consiguiendo convertirlo en un personaje literario tan sólido e indestructible que asusta. Por supuesto que Tom tiene sus dudas y fallas, pero gracias al trabajado tejido dramático que construye Patricia tras él, todo parece normal y plausible, atrapando al lector en una maraña de situaciones aparentemente sin salida, pero de las que siempre se libra. Tom resulta un personaje que, como comenté en mi reseña de su primer libro de la saga, que termina cayendo especialmente bien a quien os escribe estas líneas, a pesar de su falta de escrúpulos y su total falta de ética. Su ego, el de Tom, está por encima de todo lo demás, convirtiendo en inevitable y justificable todo lo que para los demás es un flagrante conjunto de delitos. Este es el gran acierto de la novela y de su personaje, ese total desprecio por los demás, a los que en general considera prescindibles y una capacidad de supervivencia sin límites. Y con todo, qué bien me cae Tom Ripley. Patricia Highsmith lo ha vuelto a lograr... y esto me da mucho que pensar.
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