Cinco años cinco, han pasado desde la publicación de Tras las huellas de Heródoto. En aquel libro de viajes, Antonio Penadés nos llevó de la mano del historiador griego a Jonia, realizando un periplo por sus gentes, ciudades y, sobre todo, por sus yacimientos arqueológicos. Aquel pasional y sentido viaje al pasado se cerró a las puertas de Europa, en pleno Helesponto. Pues bien, tras cinco años de espera, el bueno de Antonio ha querido compartir con los lectores la continuación de aquel viaje que tiempo después realizó, siguiendo los pasos del rey Jerjes en su avance hacia Grecia y las Termópilas, en el año 480 a.C. Sin embargo, su experiencia, como voy a contaros a continuación, va más allá de la visita a los lugares por donde pasó aquella expedición de miles de siervos y soldados a las órdenes del rey de reyes de los persas.
Como siempre, tengo que redundar en la familiaridad y la cercanía con la que el autor trasmite sus visitas, traslados, sentimientos y descubrimientos a lo largo y ancho de su viaje. Lo hace de la misma manera que si estuviera con el lector compartiendo un café o una cerveza, en una buena cafetería ruidosa y llena de vida. Y esto es así, por la pasión casi desenfrenada que infunde no solo en su viaje, sino también en la manera en que lo traslada negro sobre blanco. Da la sensación de que ningún problema que se le cruzara por el camino, pudiera evitar el disfrute del lugar visitado, o que cualquier dificultad que se encontrara, no tuviera una fácil solución. Es por ello que su crónica desborda optimismo y emoción. Este factor no resulta baladí a la hora de empatizar, de conectar, con la persona que le esta leyendo. Se podría tener una opinión contraria o diferente a lo que el autor cuenta y narra en sus páginas y, sin embargo, esto pasa sin remedio a un plano secundario, en favor de dejarse llevar por la fluidez y el desparpajo de su narrativa, de su manera de contar.
Decía antes, que el trayecto vital del viaje de Antonio, nos lleva desde el estrecho de los Dardanelos hasta el lugar donde tuvo lugar la batalla de las Termópilas. En su periplo visitamos lugares, ciudades con profundas raíces tracias, macedonias y griegas, empapadas de filosofía, poesía, teatro y, porqué no, un mucho de estrategia y eventos militares que nos trasladan a recuerdos de las Guerras Médicas y del Peloponeso, e incluso a personajes como Filipo II y Alejandro Magno. A lo largo de sus páginas, Antonio va más allá de describirnos los lugares que visita. Como hizo en su anterior libro, sus paseos entre las ruinas de teatros y foros, se ven interpelados por relatos de la antigüedad, mucha historia y no poca erudición. No por casualidad su pasión es el Mundo Griego, su historia y personajes. Es aquí de nuevo, donde su relato resulta apabullante de emoción, de casi adoración. No seré yo quien se lo eche en cara, a fin de cuentas es su crónica y su viaje, y lo transmite como lo siente, faltaba más. Además como contador de historias no tiene precio.
Si bien, el comienzo del libro comienza sosegado, por decirlo de alguna manera, de manera no especialmente emocionante, hay dos factores claves en su viaje que, conforme aparecen en su crónica, aumentan de manera exponencial mi concentración lectora a lo largo del viaje de Antonio. No digo que lo que cuente carezca de interés, especialmente hablando de lo referido a los apuntes históricos que sazona con sus propias y abundantes opiniones personales. En absoluto. Quizás, al tratarse de información que ya conocía, no me llame especialmente la atención. Sí tengo que llamar la atención a sus referencias constantes a la crisis de los refugiados sirios que han pasado y sufrido por aquellas tierras, y a la visita a dos lugares emblemáticos de esa terrible odisea que ha ocupado hasta hace bien poco la actualidad, marcando un hondo y reivindicativo sentido a este viaje. Y si esta experiencia nos sitúa en la más terrible actualidad, la visita que realiza a la Península Calcídica y más específicamente a Sithonia y el entorno del Monte Athos, nos traslada a tiempos antiguos relacionados con la Iglesia Ortodoxa Griega y sus más sentidas creencias y tradiciones. Esta península central de la Calcídica reúne un buen número de monasterios dedicados a la meditación y al rezo de tan antigua rama cristiana y el mantenimiento de sus costumbres. Todo lo que cuenta de su experiencia en aquel lugar y de lo que rodea a su historia me ha impresionado por dos razones. Una, por mi imperdonable desconocimiento de aquella localización y todo lo que le rodea. La segunda es la intimista y, podríamos decir, arcaica fe con la que acompañan aquellos monjes y seguidores, los ritos y misterios de sus rezos y vivencias, día a día, como si llevaran anclados cientos de años en el tiempo. Francamente, leer este periplo en aquel lugar, me ha parecido lo mejor del libro.
Pero no podemos olvidar, que el viaje de Antonio tenía un fin y un destino. Las Termópilas, aquella batalla que, junto a Salamina definió la expedición de Jerjes a Grecia, es el mejor cierre que nos puede ofrecer, de un viaje que nos localiza histórica y geográficamente en el lugar en el que occidente venció a oriente, un tiempo en el que la cultura griega doblegó a la ambición y al poder persa. Qué mejor manera de cerrar una entretenida e interesante crónica con la que el autor ha querido que compartiéramos su pasión y sus sentimientos más profundos que lo definen como persona y ávido conocedor de Grecia y su historia... A fin de cuentas, como el nos cuenta, en todo ello está el origen de nuestra cultura europea.
Como siempre, tengo que redundar en la familiaridad y la cercanía con la que el autor trasmite sus visitas, traslados, sentimientos y descubrimientos a lo largo y ancho de su viaje. Lo hace de la misma manera que si estuviera con el lector compartiendo un café o una cerveza, en una buena cafetería ruidosa y llena de vida. Y esto es así, por la pasión casi desenfrenada que infunde no solo en su viaje, sino también en la manera en que lo traslada negro sobre blanco. Da la sensación de que ningún problema que se le cruzara por el camino, pudiera evitar el disfrute del lugar visitado, o que cualquier dificultad que se encontrara, no tuviera una fácil solución. Es por ello que su crónica desborda optimismo y emoción. Este factor no resulta baladí a la hora de empatizar, de conectar, con la persona que le esta leyendo. Se podría tener una opinión contraria o diferente a lo que el autor cuenta y narra en sus páginas y, sin embargo, esto pasa sin remedio a un plano secundario, en favor de dejarse llevar por la fluidez y el desparpajo de su narrativa, de su manera de contar.
Decía antes, que el trayecto vital del viaje de Antonio, nos lleva desde el estrecho de los Dardanelos hasta el lugar donde tuvo lugar la batalla de las Termópilas. En su periplo visitamos lugares, ciudades con profundas raíces tracias, macedonias y griegas, empapadas de filosofía, poesía, teatro y, porqué no, un mucho de estrategia y eventos militares que nos trasladan a recuerdos de las Guerras Médicas y del Peloponeso, e incluso a personajes como Filipo II y Alejandro Magno. A lo largo de sus páginas, Antonio va más allá de describirnos los lugares que visita. Como hizo en su anterior libro, sus paseos entre las ruinas de teatros y foros, se ven interpelados por relatos de la antigüedad, mucha historia y no poca erudición. No por casualidad su pasión es el Mundo Griego, su historia y personajes. Es aquí de nuevo, donde su relato resulta apabullante de emoción, de casi adoración. No seré yo quien se lo eche en cara, a fin de cuentas es su crónica y su viaje, y lo transmite como lo siente, faltaba más. Además como contador de historias no tiene precio.
Si bien, el comienzo del libro comienza sosegado, por decirlo de alguna manera, de manera no especialmente emocionante, hay dos factores claves en su viaje que, conforme aparecen en su crónica, aumentan de manera exponencial mi concentración lectora a lo largo del viaje de Antonio. No digo que lo que cuente carezca de interés, especialmente hablando de lo referido a los apuntes históricos que sazona con sus propias y abundantes opiniones personales. En absoluto. Quizás, al tratarse de información que ya conocía, no me llame especialmente la atención. Sí tengo que llamar la atención a sus referencias constantes a la crisis de los refugiados sirios que han pasado y sufrido por aquellas tierras, y a la visita a dos lugares emblemáticos de esa terrible odisea que ha ocupado hasta hace bien poco la actualidad, marcando un hondo y reivindicativo sentido a este viaje. Y si esta experiencia nos sitúa en la más terrible actualidad, la visita que realiza a la Península Calcídica y más específicamente a Sithonia y el entorno del Monte Athos, nos traslada a tiempos antiguos relacionados con la Iglesia Ortodoxa Griega y sus más sentidas creencias y tradiciones. Esta península central de la Calcídica reúne un buen número de monasterios dedicados a la meditación y al rezo de tan antigua rama cristiana y el mantenimiento de sus costumbres. Todo lo que cuenta de su experiencia en aquel lugar y de lo que rodea a su historia me ha impresionado por dos razones. Una, por mi imperdonable desconocimiento de aquella localización y todo lo que le rodea. La segunda es la intimista y, podríamos decir, arcaica fe con la que acompañan aquellos monjes y seguidores, los ritos y misterios de sus rezos y vivencias, día a día, como si llevaran anclados cientos de años en el tiempo. Francamente, leer este periplo en aquel lugar, me ha parecido lo mejor del libro.
Pero no podemos olvidar, que el viaje de Antonio tenía un fin y un destino. Las Termópilas, aquella batalla que, junto a Salamina definió la expedición de Jerjes a Grecia, es el mejor cierre que nos puede ofrecer, de un viaje que nos localiza histórica y geográficamente en el lugar en el que occidente venció a oriente, un tiempo en el que la cultura griega doblegó a la ambición y al poder persa. Qué mejor manera de cerrar una entretenida e interesante crónica con la que el autor ha querido que compartiéramos su pasión y sus sentimientos más profundos que lo definen como persona y ávido conocedor de Grecia y su historia... A fin de cuentas, como el nos cuenta, en todo ello está el origen de nuestra cultura europea.
me gustan tus fotos tienen el arte de tus ojos cuando las sacas
ResponderEliminarPues vaya... Se agradece!!!
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