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jueves, 5 de diciembre de 2013

"El vagabundo de las estrellas" - Jack London

Jack London es uno de los grandes novelistas, como dice Fernando Savater en el prólogo, que estimulan la imaginación del lector gracias  a las historias que nos cuenta. De sobra son conocidas sus novelas que transcurren en los helados páramos de Alaska, en la inmensidad de los mares a la búsqueda de focas, o en las montañas más recónditas, en las que el explorador sueña por encontrar un gran filón de oro. 


En "El vagabundo de las estrellas" también encontramos grandes aventuras, vividas por personajes reales, que tuvieron su espacio en la historia, y que además nos hacen viajar desde las praderas del lejano oeste, hasta los confines de el lejano oriente, pasando, cómo no, por la bravura y la destrucción de los mares embravecidos. 

Sin embargo, la novela que nos ocupa, tiene un componente más, que la hace claramente especial. Como si de un cuento fantástico se tratara y utilizando cierta situación sorprendente, pero no tan lejana de los estudios científicos de la época, el autor nos traslada a la cárcel de San Quintín, donde un preso, maltratado, torturado y denigrado, mediante la meditación y el control tanto mental como físico, consigue evadirse de la realidad y viajar a vidas pasadas. Experiencias, que según él, ha vivido antes, en países lejanos y anteriores vidas. El autor utiliza esta metáfora para cantar a la libertad y al coraje, y para criticar la situación real e histórica de los presidiarios en las cárceles americanas de principio del siglo XX, donde la tortura está al orden del día.

Darrell Standing, un catedrático de Agronomía de California, se ve involucrado en el asesinato de un compañero. A partir de aquí, es internado en el presidio de San Quintín y debido a sus actos incorregibles y al mal comportamiento, es continuamente castigado. Pero sobre todo por una situación puntual creada por el entorno de varios presidiarios que le pone en una delicada posición frente a la autoridad de la cárcel. Uno de los castigos más duros a los que le somete es la colocación de la camisa de fuerza. Como dice en un tramo del libro: "Los hombres inteligentes pueden ser crueles. Los hombres estúpidos son monstruosamente crueles" y es así como se refiere a sus carceleros, entre quienes incluye al Alcaide y al médico de la cárcel. Debido a la colocación continuada de la camisa de fuerza y su estancia en celdas de castigo durante varios días, nuestro protagonista, aconsejado por otro preso, tiene que evadirse mentalmente para no perecer durante la consecución del castigo brutal e inhumano.

Por medio de la meditación, Darrell consigue llegar a una situación catatónica, cercana a la muerte, evadiéndose del dolor, del hambre, de la vigilia forzada y del sufrimiento, para sumergirse en, lo que el llama, sus vidas pasadas. Y es aquí donde el componente fantástico se introduce en la redacción realista carcelaria, y sirve de introducción a una serie de historias y aventuras que el presidiario nos irá desgranando y contando conforme se abandone a esa situación de muerte en vida.

Son estos capítulos intercalados entre la miserable vida del convicto, los que nos llevan a vivir estupendas aventuras al estilo del novelista Jack London. Viajamos a la Francia de los duelos a espada, en la figura del conde Guillaume de Sainte-Maure. Cruzaremos en una caravana de carromatos las praderas americanas, sufriendo las consecuencias de las diferencias religiosas entre mormones y los emigrantes de Arkansas, concluyendo con la masacre de Mountain Meadows de 1857. Surcaremos los mares del lejano oriente con un aventurero inglés que llegará a ser un miembro importante de la nobleza de la corte Coreana de finales siglo XVI. Seremos espectadores directos de los hechos que rodearon la muerte de Jesucristo en Jerusalen, gracias a los ojos de un oficial nórdico de los auxiliares romanos bajo Poncio Pilato. Naufragaremos con Daniel Foss en 1809 y sufriremos sus penurias durante ocho años, sobreviviendo sólo en una recóndita isla rocosa, hasta que fue recogido por uno de esos balleneros que surcan los mares sin rumbo. Todas estas historias, contadas con gran soltura y estilo, nos integran y desintegran en la vida y desventura del presidiario protagonista.

Jack London, aprovecha su novela para introducirnos en dos géneros diferentes. Por un lado, el suyo más particular, el de las aventuras de hombres valientes, solitarios que luchan contra viento y marea por lograr lo que desean, frente a peligros y dificultades. Y por otro lado, un factor más realista, pero no por ello menos valiente, que es la lucha por la supervivencia y en contra de la situación de las prisiones, el maltrato, la tortura y cómo no, la pena de muerte. Todo no hace más que deshumanizar la condición humana del preso. London carga las tintas de una manera voraz e implacable contra esta situación, y por medio de las historias que cuenta en los viajes astrales o en la frontera vida/muerte de nuestro protagonista, como queráis verlo, logra mimetizar las aventuras soñadas con la supervivencia vivida en el calabozo.

Un relato extraordinario, lleno de pequeños cuentos, que derivan sin control hacia la más enérgica crítica a una situación real en el mundo presidiario de los EEUU. Y todo ello contado de manera soberbia, realista y en algunos momentos cruel, pero sin abandonar el espíritu de aventura tan típica del autor... de un sorprendente Jack London.







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